miércoles, 4 de diciembre de 2019

COSAS DE LA NAVIDAD

                  Un Erasmus de Luxemburgo que lleva aquí media vida (y de nombre en clave Pier DT), a quien no hace caso ni la Agencia Tributaria, chapurrea el castellano y, rodeado de gambas blancas de Huelva, se hace el gracioso al comentar un chiste del siglo XIX, ese que dice “y uno suelta esta leche no está buena, y el otro le responde y mañana es Navidad”. Ejecuta la gracieta invitado a una cena familiar de estas fiestas entrañables. Casi de inmediato es golpeado con alfajores duros (solera, no para el consumo) muchas más veces de lo que dice el sentido común, el cual también pierde, junto al vital. Se despierta antes de las campanadas y larga otra de las suyas. Se siente protagonista, es su minuto de gloria. Lo llevan envuelto en una alfombra de playa (rafia 100%) hasta la plaza del Excmo. Ayuntamiento y, cogido como un ariete, le dan doce cabezazos contra la campana del Consistorio y así, con una precisión impecable, inaugura el año. 

                  Portal de Belén. Vaya con el protocolo. Plantear la instalación de interfonos. Basta de hablar a gritos con el Arcángel, los Reyes Magos y los pastores, que no son horas. Otra cosa es que San José se haga el sordo cuando le abordan reporteros con preguntas incómodas. Y la limpiadora, por muy laica que le llamen, tiene su razón la mujer: estaba el portal como un espejo y hoy se lo encuentra hasta con burros. 

                  La figurita del tipo agachado y cagón. Que venga cuanto antes su perro y recoja el resultado en una bolsita de lona, lana o lino, según escala social del perro. Aplicando la ordenanza municipal, imponer –y cobrar– sanciones de forma inmediata. 

                  La competición anual de Atasco de Esófago por cachos de turrón desata pasiones a lo largo de toda nuestra geografía. La final, muy exigente, se celebra en Pontevedra, que suena a piedra, como el turrón. Los dos finalistas (de nombres en clave Chipirón y Rapadito) se ajustan los dientes plenos de implantes y atacan con alegría. Al minuto y medio, uno de los dos, sin haber masticado nada, y con el rostro azul cobalto, se sabe ganador. El segundo aplaude y reconoce los méritos del campeón; a continuación, pleno de nobleza, participa en la extracción del cartón y el papel de aluminio que dificultan la libre circulación del aire dentro del vencedor. Las reglas eran claras: el desenvolver las tabletas era opcional. Masticarlo antes de tragarlo, también. El trofeo, un lote de peladillas, lo entrega el concejal de fiestas (nombre en clave Palpelo).

                  El taponazo tiene, por fin, su Ley Orgánica. El Parlamento está para algo, dicen los titulares de los periódicos. El sistema funciona. Según las estadísticas a pie de mesa, el 84% de los impactos por tapón de cava en nariz y ojos es intencionado, o sea doloso y doloroso (también, pero menos, alguna ceja, algún diente por alguna boca abierta a destiempo). La multa puede estar entre diez y doce euros, según la calidad del contenido de la botella. Realizadas las primeras denuncias, el 82% de los multados (nombre en clave mucha gente) asegura que por diez euros le endiña al menos tres taponazos a su cuñado (llamémosle Boris) y paga la sanción. De hecho, durante la entrevista, un entrevistado pone tres billetes de a diez encima de la mesa y apunta mientras agita tres botellas cerradas.  

                  Digestión de polvorones. Se lleva a buen término en torno al 27% de las unidades ingeridas. Dicen que ayuda el anís, pero sería mucho anís. En otros estudios, se estima que un buen cantante, con una pella de los de canela con pepitas en fase de masticado y pegado al paladar, sabrá superar pruebas de ópera ligera. Varía según el aria. La mayoría se lleva preparado el tema “Avanti e Atraganti...” y lo tose en fa, obligando al jurado a cepillarse las solapas y las gafas.

                  Villancicos.
                  En las previas al pavo, no (o sea, NO) dejar el laúd de 1777 en manos de un pelanas medio ingeniero, noviete reciente de la niña, que toca en la tuna. Aquí ni anfitrión amable ni porras en almíbar: al arrancársela de las manos, se mirará fríamente al pelanas (nombre en clave PélaT) mientras con un paño limpio de cocina (se afirma que quedan, es un secreto a voces) quitará la mugre de mejillones al instrumento incunable. Si falta alguna cuerda, se manda al pelanas al departamento de música de algún gran almacén, sea la hora que sea, y deja su móvil como rehén. Si ha venido con su madre y futura consuegra, se deja además como rehén al pavo, con el móvil del niño entre los pechos. Ahí no toca nadie. Ni al laúd, mira tú qué leches.

                  Atención. Considerar la pizza olvidada del verano anterior, con lonchas redondas:  posible confusión con panderetas.

                  Caldito reparador. 
                  Aplicable a todos los que puedan conquistar el sofá y hacerse fuerte allí. Ojo con el que se te aterriza en un hombro porque no te lo quitas a tiempo de encima y te pone el cuello como una percha. Con agilidad, haz como si te pincharan un glúteo (o los dos) y respinga hacia arriba. Por impulso simple, la cabeza del durmiente oscilará hacia el hombro de quien está al otro lado y que se busque la vida. Lo importante aquí es el caldito. Ingredientes: hasta que se consiga vaciar los cajones de plástico/metacrilato del frigorífico. Esas medias cebollas, esos dientes de ajo olvidados, esos tomates tirando a pochos, pimientos sin brillo alguno, alguna col despreciada, un muslito de pollo sin nombre… y fideos del nº 3 (máx 6 minutos de cocción) configurarán un reconstituyente que para sí lo querría Walt Disney.

                  Ceremonias de despedida. 
                  Recogida de abrigos y sonrisa de anuncio de dentífrico hasta agrietarse la piel. La causa lo merece. No sacar en esos momentos –bajo ningún concepto– una discusión o comentario sobre algo no tratado durante la fiesta. Podría alargarse la despedida sine die; al darse el estornudo de algún soplabrevas, podría surgir un sentimiento de protección y prestar una bufanda de cachemir que jamás, jamás, volverás a ver.
              Besos sonoros en la madrugada. Abrazos en número aproximado a calcular. Si son veinte familiares, unos trescientos ochenta. El número merma si ha habido bronca inherente a la celebración o se traía de casa. 
         Portazo final. 
        Suspiro. Masaje facial para recobrar el aspecto de la cara de antes de las fiestas. Los cacharros sabrán esperar al día siguiente para darse un buen baño con agua caliente en el lavavajillas.

                  Aun con todo esto, remoto e improbable por supuesto, sepamos seguir aprendiendo a querernos. Que ninguna chufletería de las anteriores nos quite nunca la sonrisa amable ni la hospitalidad. Sigue mereciendo la pena. 
                  Un abrazo y Muchas Felicidades.

domingo, 30 de junio de 2019

RESPONSABILIDAD

–¿Y a mí qué me cuentas, monstruo irresponsable?; mira que te regalé una caja de zepelín bien grande, de seis unidades –dijo Crispín Balboa das Tormentas, conde de Osmoratonia y aspirante a regente de Chamboria, provincia de Chicago. 
Mientras, el dragón Kolmogonto, descendiente directo de una lagartija del Edén, un chulito bajo un lago de gomina, agachaba la cabeza mirando al suelo. 
–Supongo que te casarás con ella, ¿no? –le dijo levantándole la barbilla con una grúa mediana, para que le mirara cara a cara–. Ahora no me vengas con que el fuego de la pasión se te ha venido a menos. Ella es una princesa Drakoniona de pura escama, y ha dejado de asolar reinos mágicos para volar a tu lado. Vamos, chaval, pídele que se una a ti y juntos crearéis la desolación en media Europa. 
            Kolmogonto levantó el hocico y preguntó: –¿Vendrás entonces los veranos, a intentar cazarnos, a nosotros y a nuestros hijos?, a lo que Crispín respondió con un evasivo «ya hablaremos de eso en otro momento. Ahora vuela a su lado y cumple con tu obligación. Chaval».

viernes, 14 de junio de 2019

Ópera prima

ÓPERA PRIMA

                  No quise volver a casa en cuanto mi posible editor, Güiliam Persevere, terminó de tragarse el octavo borrador a lápiz de mi novela, titulada El nuevo fontanero de GrinBilich Escuare. No quería dejar huella de su fracaso absoluto como editor, me dijo, mientras añadía sal al prólogo. Le concedí el detalle de pasar el índice de ochenta y dos páginas por el pasapuré y me lo agradeció.
                  Definitivamente, su comentario sobre mi obra literaria me pareció inapropiado y falto de palabras. Compensé la carencia con ciento doce insultos y di un portazo al salir.         
                  Salí de allí hacia fuera, sin dudarlo. Me dirigí a casa de mi nueva amante a tiempo parcial.  Quizá ella tendría alguna solución para algo en esta vida, aunque no tuviera nada que ver conmigo. Ni con ella. No sabía qué hacer. Pronto cumpliría los setenta y dos y Virgilia, una pirómana rubia, no iba a esperarme eternamente. Ni yo a ella, me dije, pero no se lo dije. Anduve dando vueltas a su edificio en llamas, sin saber qué hacer hasta que bajó y abrió la puerta. Antes, cuando no tenía puerta, todo era más fácil. Olía a quemado y se lo dije así de claro.
                  Apenas terminó de abofetearme, le dije lo que había sucedido con el borrador. Hizo una pausa de diez minutos, reanudó la tanda de bofetones y me dijo:
                  –Le has llevado la carpeta que contenía mis Bonos del Estado a interés fijo. Fijo que ya no tienes interés para mí, zopenco. Para colmo, has dejado tu borrador en la última estantería del palomar de la azotea y, aunque el edificio sí, tus papeles no han ardido. Batracio abyecto, eso es lo que eres: un cenutrio desdentado, un escarabajo interino. Un mierdófilo. En fin, decide nuestro futuro mientras salvo algo del ajuar de novios que se ha carbonizado. No me creo capaz de concebir una pareja estable partiendo de lo imbécil que eres y mi altísima dosis de ingenuidad.
                –Me encantaría que me tragara la Tierra, créeme  –le dije prudente–, o cualquier otro planeta vivo, cercano y capaz de engullir como el nuestro. Pero nada, no ha podido ser, hija de mi vida.
                  No hubo acuerdo amistoso y opté por suicidarme a las 16 horas, 16,30 en segunda convocatoria. Como acudieron todos los vecinos a las 16, rescaté mi borrador y, sin más ayuda que la de una tetera de dos litros llena de limonada, engullí enterito el capítulo XII, ése tan comentado en el psiquiátrico de San Gerencio de la Serna, de donde me rescató mi amante.
                  –Hijo por Dios –contestó–, no dejes que se te haga bola. Mastica despacio y bebe.
                  Terminé y fui objeto de comentarios negativos. No sólo no me moría. Ni siquiera me atragantaba. Qué trabajito les cuesta reconocer que tengo una prosa ligera.
                  –Ni pa matarse vale el joío tonto –soltó Purita Mari Gámez, la del sexto H, mientras miraba por el móvil las cotizaciones del yang, del ying, del ping y del pong y del dólar de la Isla Perejil, una economía floreciente y en auge (bajó la voz al comentar que se preparaba otra invasión del pedrusco, esta vez con cobertura aérea de un dron, doscientos globos verdes llenos de polvo pica-pica y seis o siete cometas de plástico del bueno).
                  El resto se largó entre murmullos grabados en pendrive por el del cuarto B, un tipo raro con ganas, según su esposa, una de Tombuctú que cosía para la calle, junto al  alféizar de una ventana pintada en la pared.
                  Virgilia me suplicó con ternura que no escribiera más novelas. Ni prospectos. Ni libros de instrucciones para usar cucharas. Le juré que lo dejaba al instante y guardó el revólver.
                  Vivimos desde entonces de pequeños robos en comercios regentados por gente de nacionalidad más bien china y sonriente. Nos llevamos con violencia lo que van a tirar, porque, bien se ve a simple vista, las criaturas ya no saben dónde poner más chanclas de plástico ni tupperwares para guardar filetes empanados. No somos unos torpes, ni mucho menos. Cambiamos cada dos meses de establecimiento y usamos medias distintas para taparnos la cabeza. Mañana mismo, con el mayor rigor, a mí me tocan unas beige que me aplastan los párpados pero con ellas no me reconoce ni el párroco de la barriada, quizá porque ninguno de los dos sabía que hubiera parroquia. 
                  Corren tiempos difíciles para los artistas.        

martes, 2 de abril de 2019

PÁGINA EN BLANCO


Los viernes,
un verano a estrenar,
septiembre que asoma,
tus ojos.

El cielo tras la tormenta,
un barco de vela, 
su navegar valiente...
Imaginar que llegas.

Sábanas blancas
el lienzo que es tiempo,
una orilla mojada, 
donde grabar los versos 
que a nadie irán. 
Tus labios.

La oportunidad.
Comenzar de nuevo.
El cobijo de un sueño,
proyectar la vida.
Tus brazos. 

El pájaro, mis noches, 
las zozobras,
lo que fuimos,
 lo que somos y seremos.
Tu llegar, mis ganas y el silencio.

Todo aguarda, todo cabe, 
todo comienza
en el resplandor paciente, 
sereno de luna,
de la página en blanco,
que guardo dentro.

miércoles, 13 de febrero de 2019

CALOR DE HOGAR

Amasamos. Se nos llenan las manos. Ha subido generosa la mezcla y crece. A veces, nuestros dedos se tocan. Seis manos que se mueven obedeciendo a tres corazones que van dando forma a un amor por hornear.
Comemos. Enlazamos las manos sobre la mesa de madera y metal que nos acoge. La mezcla fría que antes nos llenaba las manos, ahora nos cruje en la boca. Tres bocas regadas con vino y con fruta, que ríen, que se acercan que comparten con una irresistible intimidad, la alegría de tenerse. 
Nos amamos. Hemos cocinado a besos un hogar invencible. 

martes, 12 de febrero de 2019

CONVERSIÓN


Las sombras del bosque se unen, se confabulan. Ya no sé dónde esconderme. He corrido durante dos horas; y ahora aparece la lluvia para acabar de complicarlo todo.
Ayer bajé de ese tren con ganas de conocer este pueblo. Hoy me pregunto si podré salir de aquí con vida. En la entrada de esta pequeña cueva me siento un poco más seguro. ¡Dios, Dios, Dios, ayúdame! Me acurruco sobre mí, me abrazo las dos piernas y ruego que se vaya, que pierda mi rastro. Quisiera mimetizarme con estas paredes, con la tierra; ser piedra, adquirir una naturaleza inerte para estar a salvo, y guardar mi corazón, eso sí, en el centro de lo frío, de lo duro, ahí, protegido, para que me permitiera volver a ser luego. Pero no, eso no me va a pasar. Estoy aquí, escondido, y mi corazón galopa y se me oye fuera del cuerpo. Muy cerca ya, las ramas crujen. Se acerca.
No lo entiendo; me miró a los ojos, enormes ojos verdes llenos de dulzura, amables y transparentes. Se ofreció a ayudarme con las maletas. Luego comimos y reímos mucho. 
Otro chasquido de rama, y otro más cerca. Me pego a la pared rocosa y húmeda, tanto, tanto que parece que fuera a traspasarla. Noto su frialdad en la piel de mis brazos, que quedan al aire, porque mi camisa está hecha jirones. Ya advierto la respiración fuerte y regurguitante; pienso en mi madre, la amo, la amo… quiero que me abrace. No puedo esconderme más. No puedo huir; no puedo escapar del resplandor de esta luna.
Tres conejos aparecen de golpe frente a mí y corren despavoridos. El chico de la estación, que por un momento me hizo sentir tan bien, corre tras ellos, atrapado en el cuerpo de una bestia que sólo comparte sus ojos. Esos tres animalitos acaban de salvarme la vida.