jueves, 14 de febrero de 2008

DÍA DE BODA

Mientras sonaba el despertador, su pie salió de debajo del edredón y se le enfrió. Consiguió reconquistar algo de sábana –tirón suave, para no despertarla- y volvió a acurrucarse poco a poco hasta quedarse encorvado. Pero ella, aunque aparentemente dormida, escaló hacia la almohada y logró incrustarle en los riñones los rulos cogidos con horquillas. Rulos necesarios y no premeditados, de permanente en pelo para la boda de ese día, sábado. El miró en la penumbra, colgado, el traje azul, el ultraje, que debía ponerse para la ceremonia. Sintió que había engordado algo durante la noche y lamentó no parar tras la quinta cerveza. No lo dudó un segundo y se tiró al suelo para hacer flexiones, pero fue un error, pues ella se apoderó de toda la cama y él no consiguió el ejercicio en plural. Para no reconocer su fallo, se arrastró hacia la cocina. Allí se levantó maldiciendo la recogida de pelusas en su camiseta durante el trayecto. Consiguió deshacerse de la mayoría, con el leve zumbido de la aspiradora manual, que sabía suficiente para que ella no volviera a conciliar el sueño y la mantuvo funcionando un ratito más, recogiendo antiguas miguitas de la tabla del pan. Al girar la cabeza, ella apareció tras él en la cocina, sin hacer ruido y, del susto, el café molido salió disparado hacia el fluorescente. Ella volvía a tener el dominio psicológico de la situación. El pensó que, tal vez cuando le pidiera el azúcar, con lo bajita que es, se recuperaría algo. Pero allí estaba el banquito de madera, tan moderno con sus peldaños, que le ayudó para cogerla del último estante, curiosamente. Cuando llegó la hora de untar una rebanada de ese pan de molde tan tierno, él supo que aumentaría su desventaja a la primera tostada, viendo como el puño de su camiseta del pijama se impregnaba de manteca ante la falta de dominio. Casi se hunde al ver un esbozo de la sonrisa de ella reflejado en los azulejos junto al frigorífico. No la miraba fijamente desde hacía tiempo. Con el final del desayuno, un último sorbo de café y ella se vio perdida, sin servilletas de papel. Él hizo ademán de levantarse y coger un paquete nuevo, pero sacó finalmente un kleenex de su bolsillo derecho y se limpió fácilmente con él, utilizándolo con cierto acierto para quitar la mantequilla del cuchillo y tirarlo al cubo de la basura (el kleenex). Se pavoneó al levantarse. Ella no tuvo más remedio que volver a hacer uso del banquito con peldaños. Y entonces el efecto no fue el mismo, pues esta vez él se puso debajo, y miraba adonde había que mirar cuando una mujer se sube a una escalera, ya sea para cambiar una bombilla, o para buscar el tomo XXXIII de la Enciclopedia Espasa en la Biblioteca Nacional, del último estante, curiosamente. Ella saltó con gran agilidad desde el banco para terminar con esa situación de indefensión. Sin poder evitarlo, cayó sobre él resultándole a ambos agradable por lo mullido, pero deshaciendo en pocos instantes el abrazo de posible recogida o protección. Se acercaba la hora de la boda y marcharon al baño, cada uno al suyo, independiente. Hubo portazos simultáneos y grifos abiertos a la vez: Agua fría en ambos. Los cerraron a la vez, para sorprender, y los volvieron a abrir a la vez. Pausa. Él decidió afeitarse y ella retocar su peinado. Sabiendo que no les veía el otro, pero pensando en cogerle desprevenido, volvieron de un brinco a la ducha y a abrir el grifo. Agua fría para ambos. Resbalones para ambos, enjabonados. Sobre ambos cayó el agua fría, con la que se enjuagaron para adelantar. Al salir, cada uno vio tiritar al otro en el camino a la habitación para vestirse. Encajó de milagro el traje azul, el ultraje. Encajó a base de fajas el vestido negro algo transparente, que él consideró cristalino. Sin hablar, le puso un chal sobre los hombros, para tapar el inicio del pecho. Lo hizo de modo que su colonia estalló en el cuarto, junto al vestidor, y la  envolvió de aroma, lo que provocó que ella se diera la vuelta y le mirara a los ojos. Llegaron muy tarde a la boda.

 

CATORCE DE FEBRERO


"Quisiera yo que de esta rosa,
símbolo de mi silencio,

la luz que de mi alma brota
cuando te escribo estos versos,

se alzara, cual mariposa
y remonte raudo vuelo;

y que se pose en tu alma,
que descanse en tus deseos;

sorba el néctar de tu entraña,
robe de tu boca un beso,

y que después me lo traiga.

Sólo eso."

Paco Herrera.