Entrega
de medallas.
Londres, juligosto de 2012. Estadio
Olimpiquísimo y limpísimo, que señá Dolly MPieza, ama y señora del fregasuelos
london club, se ha encargado personalmente de pasar la mopa y el algodón a
diario. Eso sí, con la ayuda de su vecina Elionoradora Perkins Perkins, una
fiera antigrasa, de cuarenta y nueve kilitos de nervio y puro músculo.
En la grada, preside un antiguo conocido del
que le puso las persianas al primo del que le lleva por las tardes el zumo de
naranja a la Reina, con lo bien que le sienta.
Se dan las medallas de parchís, versión
backgammon.
Hay catorce que esperan la de bronce, por lo
demás la ceremonia no pasaría de una sencilla entrega y halapacasa, que hay que
echar la siesta y ver el resumen en diferido por la tarde, con un refresquito.
El himno del vencedor, Pardellant Homarina, de
Pouloveskia, ha sonado bien, pero el solista se ha tragado el regaliz antes de
terminar la letra y ha habido que llevarlo al hospital bocabajo.
Los que han trincado el oro y la plata, por si
las moscas, se quitan de en medio. No han luchado cuatro años a tablerazo
limpio en sus patrióticas tascas para verse involucrados ahora en una riña que
amenaza con darte en un ojo con una ficha, en medio de una gresca.
Aunque no ha sido fácil, sus impecables
disfraces de cadáveres le dan paso entre un creciente ruido, estilo marabunta,
que presagia tragedia.
Los que reclaman se han organizado en dos
grupos de siete, un número mágico del que alguno saldrá con vida, según los
estatutos que redactan y firman antes de irse a por los otros.
Los cámaras, cansadas de gente que da saltos y
vuelve a caer, se sientan en unas butaquitas de lona y, sin tener que soportar
tanto peso, enfocan la bulla.
La primera ofensiva del grupo “A” de
reclamadores del bronce es clásica donde las haya:
Reverencia en cuclillas, evitando escapes
aeróbicos que quitarían trascendencia al momento. Sin levantarse demasiado las
enaguas, los recios y pertinaces vagos de las tascas de Zambourovnia, Maduleska
y Yarrayaarrayán, reivindican su medalla en un paso adelante, saltito a pies
juntos y dos pasos atrás, a ritmo de bolero.
Avanza a continuación el grupo “B”, de
Bostonia, Zulapaguay y Moscia, regiones del sur que no se arrugan porque todo
lo comen a la plancha. Su estrategia es muy de baile en giro, con giros
postales, telegráficos y de Italia, en sencillísimos pasos que, eso sí, ya
incluyen cortes de mangas para ir más fresquitos.
La contraofensiva, o “segundo paso” según la
calificación del maduleskonio Bernardo Pordentro, es de tirar chicles mascados
a los pies justos del grupo B, lo que dejaría “sin movimientos” o “pegados al
suelo” a dicho grupo en caso de querer avanzar.
Apenas lo consiguen, pues el grupo B, siempre
con doble calzado, se libera con facilidad de las primeras botas y sale con
gracia del atolladero y, a contrapunto, canta con buena voz el “la medalla es
para mí, con esto quiero decir, la espero”, a ritmo de las dos gardenias de
Antonio Machín. Además, lanza los primeros botes de humo casero de chimenea,
sin nada de productos químicos.
El grupo B no espera más y lanza su infantería
por la derecha, con miles de collares en sus manos. Antes de que puedan darse
cuenta, el grupo A puede ver cómo sus hombros están “hasta las orejas” de todo
tipo de colgantes: flores hawaianas, escapularios cacereños y un sinfín de
rodeadores de pescuellos que, sin duda, haría “imposible” colgar nada más, a
menos que “su intención fuera dejar caer al suelo una medalla olímpica, ¿O NO
ES ASÍ?”
Destrozados por la evidencia, los del grupo A
se retiran llorando, abatidos por la tristeza y el peso desmesurado de los
colgantes.
Mientras se apagan las luces, los siete del
grupo B colocan seis sillas en medio del campo de baloncesto y, con una radio a
pilas, decidirán, con el resultado de este sencillo juego, quién se lleva la
medalla a casa.
Medalla que nadie ha visto cómo se la llevaba a
casa la Perkins bis, para pulirla y hacerla brillar como es debido.