Ella, como un helado que se derritiera, dijo:
-De locura, Cosme, de locura. Uuffff…
Se había quedado sin peso, como si no tuviera estructura ósea. Le volvía loca cómo Cosme le hacía fiestas por las tardes, mientras los niños estaban en el colegio. “Y es que tener tiempo hace mucho”, se decía.
Empezó el rumor, muy lejano. Quizá por la plaza.
Ella se reponía, volvía de la laxitud de sus músculos y ya era capaz de levantar los brazos, apoyarlos en el sofá e incorporarse. Aunque todavía le daba vueltas la cabeza. Le encantaba retener la sensación de latigazo, de calambre en el cielo de la boca.
-Te toca a ti, león, quieto ahí, –ronroneó la mujer.
Se oían algunos gritos entre una especie de fragor, un sonido sordo que crecía.
La mujer, más pequeña pero con nervio que iba recuperando, se acomodaba sobre Cosme y le empujaba, jugaba a dominarlo sentada sobre él. Y él se notaba ya con temblores.
El rumor era más grande, y crecían los gritos, que se oían por las dos ventanas: la del salón donde estaban y la de la cocina, que daba a la calle paralela.
Ella sabía cambiar el ritmo. Dominaba el vaivén de sus caderas, se agachaba para besarle: Lo controlaba para que el tiempo se hiciera lento. Se acercó de nuevo y mordió el cuello como una pantera, acompañando el mordisco con un rugido que hizo estremecerse a Cosme, que estaba entregado.
Ya no había duda: Los ruidos que subían eran de coches chocando entre sí y contra las paredes; y de gritos enloquecidos.
Cosme intentó levantarse, pero era un momento difícil de conseguir el que tenía. Al menos hacía dos semanas que, entre viajes y vacaciones de los niños, no habían podido jugar juntos como lo hacían ahora.
-No te vayas a levantar, que estás a pleno rendimiento- le dijo la mujer empujándolo con suavidad hacia atrás.
Ahora sonaron golpes en la puerta: Verdaderos aldabonazos.
Cosme, con unos abdominales que recordaban sus treinta años, aunque estaba ya muy cerca de los treinta y dos, se levantó con la mujer montada a horcajadas sobre él, perfectamente encajada, y abrió la puerta.
-Vamos Cosme, que esto se inunda –le dijo el vecino del tercero.
-Estamos en un segundo piso, no nos va a coger, digo yo –respondió Cosme, balanceando un poco a la mujer para no perder la magia del instante ni la intensidad del roce, que era dulcísimo.
El vecino del tercero, más prudente, insistió:
-Id subiendo, que nunca se sabe. Dejo la puerta abierta.
La mujer, un poco más calmada, sopesó la situación.
-Tiene razón, Cosme, puede que merezca la pena.
Por si acaso, siguieron con la faena con la puerta abierta, de pie junto al recibidor, desde donde podían ver la escalera y las puertas de los ascensores.
Por la ventana, no se distinguía ya la calle sumergida. Y una ola salvaje entró por la puerta del edificio.
Cosme era ahora quien llevaba el ritmo, de pie, con su mujer encaramada, lo que hizo que vieran venir el frenesí.
Sonó el teléfono.
-Sssiii, gracias, ggrracias por llamarfff, –respondió la mujer, medio ahogada.
Cosme colgó el auricular. Los niños estaban bien, jugando en la azotea del colegio. Protección Civil había enviado una dotación para cuidar de ellos y llamaba a los padres para tranquilizarlos.
La mujer había acelerado la marcha. Ahora, los dos viajaban hacia una explosión, que prometía ser simultánea y mancomunada.
El vecino del tercero volvió a verles.
-El agua ha llegado al primer piso. Mira, Cosme, si acaso, poneos aquí en la escalera, donde siempre podéis controlar la situación y reaccionar según os convenga.
Cosme propuso a la mujer que, antes, cada uno con una mano libre, pusieran a salvo algunos pequeños electrodomésticos, el aparato de música y el ordenador.
-Y la cámara digital, que es nueva y tiene las fotos de la comunión sin pasar, Cosme –añadió la mujer jadeando.
-Estás en todommff, -respondió Cosme, con la respiración entrecortada.
Le volvía loco que la mujer le arañara la espalda, aunque fuera por no caerse, al marinear sobre él para no perder la posición. El vecino recogió los cacharros y los subió a su piso.
Sentados sobre el segundo escalón, Cosme pudo hacer ondular a la mujer sentada sobre sus piernas. Veían venir la marea, las dos mareas.
El vecino salía, como el cucú de los relojes, anunciando el nivel de las aguas.
-Ya se cuela a la altura de vuestra casa, no seáis imprudentes y subid al descansillo.
Cosme había recuperado fuerzas al sentarse y se puso de pie de nuevo con la mujer colgada, que había vuelto a agarrarse con fuerza con las piernas a sus caderas, y él notaba los muslos redondos y suaves rodeando sus riñones. Desde el descansillo, pudo comprobar que el agua llegaba a la mitad del segundo piso, chocando contra su puerta, que el vecino había cerrado con llaves.
El agua subía escalón a escalón, igual que Cosme quien, andando hacia detrás, subía también con varios peldaños de ventaja sobre el nivel del agua.
La mujer empezaba a estremecerse. Cosme también. El agua pasaba del descansillo, rugiendo todavía. Como Cosme, que veía venir la inundación.
Un último empellón, reflejo de la rotura del cauce del río, y su entrada empujando al agua en los portales, hizo que el nivel subiera hasta justo un escalón antes del tercer piso. Cosme vio venir el desborde. La mujer también. Se agarraron fuerte, para no separarse bajo ningún concepto.
El vecino preparó unas toallas y dejó la puerta abierta.
Un golpe de ola furiosa se estrelló en pura espuma contra los dos cuerpos unidos en el rellano, justo en el éxtasis, como un abrazo.
-Me encanta esto de que los dos lleguemos al mismo tiempo, -decía la mujer, mojada de sudor, saliva de los besos y agua del torrente.
-Resulta delicioso, -contestó Cosme, entusiasmado.
Tanto la intensidad de las caricias como el agua invasora del edificio fueron amainando. Cosme dejó resbalar a la mujer sobre su torso, hasta quedar de pie frente a él, sin dejar de besarla. Algún estremecimiento les volvía aún, y es que no paraba el hormigueo en los cuerpos durante el descenso de la mujer. Igual que el agua de las zonas comunes, se resistían a retroceder y volver a la calma.
El vecino abrió las ventanas de las escaleras, para que la humedad no arraigara en las paredes. Pero sólo las de un lado, para evitar corrientes de aire, tan mojados como estaban.
Cosme y la mujer respiraban con calma, recuperando el aliento. Se cubrieron con las toallas y, por el hueco de las escaleras, vieron el retroceso del agua, rugiendo ahora con mansedumbre, como el amante satisfecho que se marcha por la puerta despacio, tras su tornado de furia.
El telefonillo del portal sonó.
-¿Sí? –respondió el vecino.
-Somos de Protección Civil, ¿están bien en este bloque?
-Muy bien por aquí. ¿Y los niños?
-Todos contentos, siguen en el colegio, a salvo, pendientes de limpiar las calles para volver a casa. Seguimos la ronda.
Cosme y la mujer bajaron a su casa, con cuidado para no resbalar por los escalones.
-Después te devolvemos las toallas, -dijo Cosme al vecino.
-No os preocupéis. Y ya os bajaré los aparatos eléctricos, quedaos tranquilos.
El estropicio en su piso no era para preocuparse. El agua había subido y bajado tan deprisa por las escaleras, que casi no había entrado en las casas tras su choque violento contra las puertas.
Dejaron las toallas mojadas colgadas sobre la mampara de la ducha y con un cepillo cada uno comenzaron la limpieza del rellano y los escalones.
Cosme, viendo por detrás a su mujer moviéndose agachada mientras empujaba hacia abajo el agua sucia, se le acercó y la abrazó con suavidad, dejando caer los cepillos.
El vecino salió de su puerta.
-Los niños estarán en casa dentro de una hora. Tendré la cena preparada, os espero a todos.
Cosme, con su mujer apoyada sobre sus piernas, esta vez de espaldas, empezó a subir de nuevo uno a uno los escalones, sentado en ellos, ya sin la prisa de que les pillara el torrente. La mujer, entusiasmada, se las ingeniaba para girar el cuello y ofrecer la boca a Cosme, que, agradecido, besaba sus labios muy despacio.
6 comentarios:
Valga mi comentario, el primero de este relato, como su presentación:
Lo pongo a la consideración de todos los "Paraleérnicos" e invitados que puedan venir. Para que se encienda la crítica, el apoyo, la controversia y la colaboración literaria.
Es un relato que surgió ayer, a las bravas, y que no he querido retocar más de lo que la sintaxis exige para su presentación. De ahí, mi propuesta de riesgo para que vayamos puliendo errores, manías, repeticiones, expresiones largas, párrafos atascados o simplemente malos.
En fin, a la espera quedo. Y sin paraguas.
Abrazos.
Mira que lo he leído con el bisturí en la mano pero, lo siento, el relato no hace aguas por ninguna parte. Desde luego es lo mejor que se puede hacer en plena inundación.
Inundándose, inundados de amor; ¡qué gustazo!
¿Y ahora qué te digo yo, compañero?
Te digo lo mismo que Loli. Pones muy difícil la crítica, si bien es verdad que hay que empezar ya duro y dejar los entusiasmos del principio, porque si no, vamos a tener que cambiarnos el nombre y pasar a llamarnos: "Para adularnos". Por decirte algo, quizá he echado de menos (aunque también me he reído) esos golpetazos de humor, uno tras otro, a los que nos tienes acostumbrados; el tema se presta de sobra. Pero, vamos, lo que te digo: por decirte algo, porque me ha gustado mucho. Besos.
¿Que ya nos hemos dado bastante "canchita" y ahora toca un poco de "cañita"? Posvale...
No soy partidaria de textos tan largos on line, creo que este medio requiere un formato más escueto y contundente. Leer en pantalla agota.
Pero la verdad, lo he leido del tirón y sin ahogarme (nunca mejor dicho). Simple solidaridad con los protas :-)¡qué envidia!
Aunque, en serio, y volviendo a la forma: compañeros, justificarme los textos porfa. Algo mejor se lee. Gracias.
Por fin lo he leido.Engancha a pesar de la extensión que de entrada tira para atrás.Es tan surrealista como todos tus escritos. Coincido con Isa en que la situación daba para más humor ¿No te parece?
Asumo lo de la falta de humor. De hecho, dados continuos desbordes inherentes al texto, he procurado ser lo más contenido posible.
Y aún diría más: A criterio de Amelia, he justificado el relato
Tengan ustedes muy buenas tardes.
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