Sentí la proximidad en el callejón semioscuro. Eran cuatro hombres. Los mismos cuatro que yo esperaba: Mis alumnos de último curso de bachillerato.
Aminoré el paso, me volví despacio y entonces supieron quién era. Les daba igual, o tal vez no, atracarme a mí que a otro cualquiera. Me leyó el pensamiento Arturo, el más listo, el jefe, al decirme que, por mi conocimiento sobre ellos, tendrían que matarme. Y yo debía comprenderlo, añadió.
No necesito el factor sorpresa cuando me enfrento a menos de diez adversarios. Desenvainé mi espada poniéndola a la luz de la farola. La sonrisa desapareció de sus rostros, y lucieron también sus cuchillos para mí. Me moví rápido para indicar a mis amigos que cerraran el callejón por ambos extremos con sus coches. No intervendrían, según mis instrucciones. Mis alumnos temieron una encerrona. Los coches iluminarán el escenario, nada más, les informé.
Recobraron su aspecto de tipos duros, fríos y seguros de su fuerza. Yo no tuve que cambiar mi expresión.
Dejé caer mi chaqueta y llamé al primero con un gesto de la mano. Avanzó Guillermo, como si tuviera el número uno de una cola para comprar. Comenzó a girar a mi alrededor y terminó la primera vuelta con la punta de mi espada saliendo por la parte posterior de su cuello. Le escupí llamándole tonto a gritos, sabiendo que todavía me oía. Recuperé mi espada y lo dejé caer de espaldas, sin apenas ruido.
El silencio se respetó por parte de todos: los tres que quedaban de pie y mis amigos.
Llamé al segundo y esta vez no se adelantó ninguno. Arturo tuvo que animar a Jairo para que se envalentonara y viniera por mí. Su actitud fue mucho más precavida que la de Guillermo, pero no había en su cuerpo la gracia que debe tener un cazador sobre su presa. Lo adiviné tenso y en un movimiento inesperado –tanto para él como para mí- describí medio círculo que terminó sobre su cabeza, quedando simétricamente partida en dos.
Ahora vi por fin el miedo en los dos que quedaban. Arturo y Fabián dejaron caer sus cuchillos al suelo, echándose para atrás.
Dije que había venido a matar a cuatro hombres, no a sacrificar cuatro cerdos. Vi caras de niños que comenzaban a llorar espantados –ahora sí, hoy sí- al mirar a sus amigos, sus colegas, camaradas de tantas aventuras.
Avancé con parsimonia. No di explicaciones y separé una cara incrédula de un cuerpo que yo había soñado con hacer sufrir mucho más. Ninguna de las tres muertes que había llevado a cabo era la adecuada. Al ver caer el guiñapo del penúltimo violador de la niña negra de mi instituto, empecé a ver que ninguna tortura habría devuelto las ganas de vivir a la muchacha. Aún así, me fui a por el cuarto.
-No tengo ganas de verte vivir, Arturo. Creo, igual que pensabais los cuatro, que hay quien sobra en el mundo.
No me oía. No creo que nadie lo hiciera. Además, ¿para qué sermonear a alguien que no pondrá nunca en práctica lo que le dicen?
Solté la espada. Su estupidez le hizo concebir esperanzas y mi locura se las arrancó tras recoger una maza de acero que mis amigos guardaban como una de las posibilidades. Empecé a golpear con saña, contando hasta llegar al mismo número de golpes que ellos –el video de seguridad que lo grabó todo me lo aprendí de memoria- dieron a la niña indefensa. La niña negra recién llegada para este nuevo curso.
Yo también soy un recién llegado. Y mis amigos. Tardarán en sospechar de nosotros, unos aburridos profesores blancos de Matemáticas.
5 comentarios:
aquí te has pasado un poco, camarada.
En fin; libertad de expresión.
Me bastaría herir a una sola persona para hacer desaparecer este texto, que se basó en una película: "tiempo de matar", donde no se pensaba al reaccionar ante una agresión terrible.
Cuando puedas, anónimo, contesta a lo que te pido. No necesito un texto que haga daño a la sensibilidad de nadie apoyándome en la libertad de expresión.
Un saludo.
'Hola Gabriel!, como te dije hace tiempo, este texto tuyo me resultó duro de leer(todo aquello que tenga que ver con violaciones y agresiones, personalmente no me gusta, y lo evito). Me resultó extraño viniendo de tí, el señor de la sonrisa y de la carcajada, esgrimiendo venganzas...me sorprendió simplemente. El relato en ningún momento me hirió, ni me sentí atacada, sólo que no me gustó a pesar de estar muy bien escrito. Ya sabes, yo tengo debilidad por tu forma de escribir capaz de enredar y extraer una sonrisa. Este texto, lo leí, lo he leido y...punto pelota. No me gusta, sin más, pero yo no me he sentido atacada ni herida, te lo repito una vez más. Un beso machote
¡Entonces, compañero, todos los guionistas, escritores, que hayan creado algo con cierta crudeza, se habrían "pasado"!
A mi modo de ver, no es el tema de una historia lo que puede hacer que un autor "se pase". Si fuese así, casi no podríamos escribir. Uno puede escribir sobre el tema que desee; es con otro tipo de detalles con lo que hay que tener cuidado.Por ejemplo, con las coincidencias con la realidad cercana. Tú, para mi forma de entender el respeto hacia el lector, no te has pasado en absoluto. Eso es independiente de que me guste o no la historia.
Gracias, de veras, a las dos, Isa y Beli, por vuestros comentarios.
Y a ti, anónimo, comprenderás que quede a la espera de tu respuesta. No dudes de que, como te he dicho, será para mí lo primero no ofender a nadie.
Sólo un detalle: En la historia hay violencia, pero no hay ningún ataque sexual. La niña ha sido atacada, no violada. Como comenté, pretendía dar respuesta fría, pero irracional, a un acto de violencia cruel y sin razón, con una visión deshumanizada, donde la venganza es el único modo de seguir viviendo, aunque sea sin consuelo.
De nuevo gracias por vuestros comentarios.
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