La reluciente franja de cemento, nueva y de color verde, rodeaba mi acera. Era imposible ignorarla. Retrocedí con la idea de impulsarme y saltar al otro lado como solía hacer con los charcos hasta los diecinueve años, pero me pareció imposible.
El día estaba nublado, pasaba el tiempo y no sabía qué hacer.
Miré al cielo y desde un primer piso, despacio, descendió una bicicleta enganchada con cuerdas.
Di las gracias a la señora, monté como pude en el triciclo y atravesé el carril bici sin cometer infracción alguna.
El resto, dos horas a pie gracias a la huelga de autobuses.
Llegué a tiempo al trabajo.
4 comentarios:
Muy bien la caracterización insulsa del personaje. Yo me lo he imaginado tomando lo que no es suyo, sin saber usarlo, tal y como si lo hubiese visto. ¡Estupendo, compañero!
No sé porqué me imagino a una señora de pelo blanco y moño bajo dejando deslizar el triciclo de su nieto para ayudar a ese pobre transeúnte dudoso y despistado. Muy bien...lo de llegar a tiempo al trabajo, a pesar de los pesares y de la huelga de autobuses
¡Muy bueno!
Me gusta, me lleva lejos en el asunto del orden urbano. Yo siempre quiero ser peatón, sólo peatón, una mujer peatón.
Tal vez escriba algo de esto, con permiso.
Saludos al blog, llegué aquí por Irene.
Gracias a Socaire en particular por visitarnos y darnos ánimos.
Ánimos también a los seis mil setecientos millones y pico restantes del planeta, que el blog os espera.
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