Porque pensó que sería mejor no volver a perderse en los silencios. Porque desde que se fue Noelia, los juegos de sombras chinescas en la pared, eran lo más parecido a las creaciones que, antes de su marcha, a menudo paría brillantes, originales y llenas de simplicidad.
Porque ya, los típicos ruidos de la casa, que a veces le sobresaltaban, e incluso llegaban a despertarle, le incordiaban sobremanera, por el simple hecho de saberlos la única compañía de sus noches.
No se oirían más pasos que los suyos, camino de la cocina, del baño, de la habitación. No la oiría más descalzarse, desvestirse. Todo eso formaría parte del recuerdo, que a diario lo transportaban al talle de Noelia, a sus pechos firmes, brindándose; a su sonrisa, por la que todo le hubiese valido la pena.
Y por ese ir y venir de sensaciones, con la esperanza puesta en que alguna mañana, más pronto que tarde, el roce de su piel templada, le hiciera abandonar el sueño, subió al desván, tomó la escalera y sacó del altillo todo lo olvidado desde hacía tres años. Eligió el lienzo de mayor tamaño (podría, es más, debía tener su altura). Hizo sonar la música que tanto había silenciado. Agarró el pincel y la paleta y comenzaron los suaves trazos, maculando un blanco que parecía esperarle.
A su merced, los acordes de Eric Clapton, que seguía encabezando la lista de sus preferencias. Y ahí estaba hoy, presente, como en tantos y tantos encuentros con ella; sólo que la de hoy, sería una cita especial; en otro espacio, en otra dimensión. A su merced, también el tiempo; todo el tiempo para plasmar el cuerpo de Noelia entre sus piernas, entre sus dedos, compartiendo aliento, sudor y el rítmico vaivén que los igualaba.
Y como la imaginación, y los deseos, y los sentidos, son libres, Álvaro sintió con cada trazo, la presencia de aquella mujer, más real a medida que avanzaba el dibujo; y con él también sintió cada vez más, crecer su propio cuerpo, hasta culminar un encuentro, que no por ser distinto, dejaría de ser real. Y de nuevo, tras la calma que secunda a la tempestad, otra vez el silencio…, y alguna lágrima…
…Y a pie de dibujo, algunos versos invocando al poeta:
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa
Y estos sean los últimos versos que yo le escribo.”
Como en los mejores sueños, hay un final que se antepone y nos devuelve al punto de partida. Álvaro volvió a silenciar la música y guardó en el altillo los restos de la batalla, a excepción del lienzo, que lo acarició una y mil veces, hasta quedarse dormido.
3 comentarios:
Cuando todo se acaba, cuando los recuerdos se convierten en nuestro único compañero de viaje, cuando las imágenes diarias se vuelven cuchillos que se clavan en el alma...entonces, sólo nos queda el lienzo de nuestra esperanza sobre el que dibujar con amorosa entrega nuestro "tal vez". Sensual relato, cargado de nostalgia en el que sólo el sueño puede hacernos vivir un ayer amado. Precioso, como todo lo tuyo
Me gustaría tener la sensibilidad suficiente para hacer, letra a letra, el comentario que ha hecho Beli.
Lo suscribo.
El cuento es de una sensualidad sin pervertir, de una gran emoción. Y de una nostalgia descrita primorosamente, aunque avises al lector y le cojas la mano para que no se pierda en un sueño superficial. No hace falta: Haces mágico el mundo real con esa prosa.
Destaco y envidio escribir "a su sonrisa, por la que todo le hubiese valido la pena".
Gracias a los dos. Estos comentarios animan a seguir inventando; bueno,o rememorando, dependiendo de lo que nos aborde tras el lápiz. Gabriel, estoy contigo en que el comentario de Beli hace honor a su sensibilidad...y también el tuyo. Te hice caso, con este relato y acorté el final. Te agradezco el apunte que en su día me hiciste, porque es cierto que ha ganado con ello. Gracias de nuevo.
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