Sabía que aquel no era el mejor lugar, ni el mejor momento pero también sabía que serían los únicos por aquel entonces.
Se dejó desplegar el cuerpo en el mismo sitio donde pocas horas antes había desplegado sus anotaciones, sus libros, su cartera... y se estremeció ante lo olvidado de ese calor eléctrico que le recorría caliente desde las caderas hasta las costillas.
Pensó que el miedo era el peor compañero en ese justo instante y que prefería dejar, a pesar de las dudas, que la besara en ese punto final, donde acaba el cuello, en ese punto suave y sensible.
En el pecho de él descubrió con la palma de sus manos la delicadeza y el calor del abrazo que siempre quiso pedirle sin atreverse, en el de ella él descubrió las constelaciones de lunares que cubrían su cuero, cicatrices como ráfagas de cometas.
Dejaron de ser satélites el uno del otro y comenzaron a ser habitantes.
5 comentarios:
Sinceramente, de un relato sencillo has sacado la frase final, para mí la mejor descripción de lanzarse al amor. La mejor.
Besos.
El final me ha encantado.
Nada como el sofá para el primer revolcón. ¡A tripular la nave entre ráfagas de cometas!
¡Qué final, Irene! Me encanta la última frase.
Estupenda situación que me recuerda emociones anteriores y un final de oro que promete ser principio.
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