Luis y Begoña creían en la Navidad. Hermanos gemelos de nueve años, organizaban las fiestas sin pedir la ayuda de sus hermanos mayores ni sus padres.
Con lápices afilados y unas letras redondas pero fáciles de leer, comenzaban con los dulces y terminaban con la carta individual a los Reyes de cada uno de los miembros de su familia. Una vez escritas y firmadas, ellos se encargaban de echarlas al correo.
El hermano mayor, universitario, estaba de mal humor y soltó durante la cena que eso de los Reyes estaba para los críos pequeños. No para Luis y Begoña.
Se hizo un silencio incómodo y cuando miraron a las sillas donde se sentaban los gemelos, habían desaparecido.
El universitario miró al abuelo para reprocharle lo mucho que mimaba a los chicos. El viejo no se defendió y pidió comprensión para su inocencia.
-No les durará mucho ya, con estos tiempos; ten paciencia.
El universitario se volvió para servirse patatas, mientras respondía que él, el abuelo debía traerlos a la realidad. Cuando giró para ofrecerle la fuente de las patatas, el asiento del abuelo estaba vacío.
Los padres y los dos hermanos intermedios comenzaron pacientemente a explicar al universitario cómo en su infancia fue él quien puso en marcha el protocolo de las cartas y los dulces.
-Basta de juegos, estamos comiendo, –cortó el universitario-. Por favor, a todos nos llega el momento de deshacer la mentira.
Esta vez, mientras desaparecían antes sus ojos, en directo, el padre le decía:
-No te confundas, tarugo. La mentira y la ilusión no tienen nada que ver.
El universitario estaba aterrado.
-Por favor, volved conmigo. Es que Raquel no me ha querido decir si vendría conmigo a la fiesta de fin de año.
Volvieron a aparecer, en sus narices, para sentarse y seguir con la cena.
-Que no se repita, chaval, dijeron al unísono Luis y Begoña. Y firma tu carta, que es la única que falta. Tarugo.
5 comentarios:
Te brindo el aplauso más sonoro por abogar por la inocencia y la ilusión en este relato.
Mis mellizos tienen ocho años y no les cabe ninguna duda aún de la magia en la que creen; pero es que mi hijo mayor, que tiene once, le dice a algunos listillos de su clase que claro, que a ellos les regalan los padres porque si no creen, Los Reyes no cuentan con ellos. Que para que vengan tienes que creer.
Y nosotros ahí estamos, con la intención de decirle la verdad cuando pregunte, por supuesto, pero no antes (y mientras tanto que no falte en el jardín cada noche de Reyes, el cubo de agua para los camellos). Aunque creo que, conociéndolo, se dará cuenta dentro de poco y no dirá absolutamente nada por sus hermanos.
Bonito regalo es este cuentecillo.
Como eres muy bueno, verás qué bien se portarán contigo este año.
Es precioso, cálido y cotidiano. Los pequeños detalles son enormes, y los personajes están vivos. Gracias por compartir la ilusión.
"La mentira y la ilusión no tienen nada que ver", cuanta verdad encierran tus palabras.
A veces, las bofetadas que nos da la vida, nos hace perder la vista de la hermosa emoción de la ilusión. A veces, hemos de detenernos un momento, mirarnos hacia dentro y recordar la mirada de tu madre mientras te preguntaba "¿Y qué te han traido los Reyes?".
Ahora sé lo que durante años me trajeron a mi, y lo guardo para saborearlo despacito cada noche cuando el sueño viene a por mi.
Eres tan tierno Gabriel...
Un beso cargadito de ilusiones
La defensa de la ilusión del relato y los comentarios de los compañeros hacen que me conmueva¡Qué tonta ando hoy! A mí la Navidad siempre me ha gustado con su carga de ilusión y poesía que procuro mantener aunque pasen los años inexorablemente por mi persona.
Me parece precioso Gabriel.
Que lindo cuento de Navidad ¡que no se pierda la ilusion nunca ni por nada!
Yo me ilusiono con cada uno de tus relatos, gracias por el regalo.Besazos
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