Harta de cintura ancha,
sin caricias en mis manos,
vi venir al más humano
de los hombres de la Mancha.
Con la mirada perdida
de sueños de libertad,
para quien ser sometida
a su amor sería en verdad
grande voluntad de vida.
Venía él acompañado
de un gañán triturapuerros,
pero tan fiel como un perro:
Sin moverse de su lado,
sin gritarle de bellaco
ni perdido, ni poseso,
ni de confundido el seso.
Eran hidalgo muy flaco
y escudero muy obeso.
Habían lidiado gigantes
de poder sobresaliente,
y salieron por los aires
tras lucha fiera y valiente
de caballeros andantes,
sin renunciar al donaire.
Tras tantas lides y ententes,
se venían a la venta,
vencidos de mil afrentas
pero sin rendir la frente.
Antes de servir el vino
mandé callar la posada:
Sentí que cambió mi sino
al mirarme su mirada.
Rocé su barbilla hirsuta,
blanca de sabiduría;
dejó la caballería
y me olvidé de ser puta.
No sonó más risa allí
a un caballero perdido.
Dejé el vino sin servido
y lloré cuando le oí
pidiéndome de vivir
toda su vida conmigo.
Me prometió, don Miguel,
un amor definitivo.
Y me remitió hasta él:
Miguel, le doy por cumplido.
3 comentarios:
Buenísimo este poema Gabriel,acertado y con una rima precisa. Y es que, eres un escritor completito igual para la prosa que para el verso. un abrazo
de Paquita
¡Qué bonito!
¡Dulcinea agradecida en un bello poema al creador de su amor!
Don Miguel sonreiría, estoy segura.
Felicidades.
Estoy de acuerdo con Clea: ¡si don Miguel lo leyera! Eres un figura.
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