Toda mi vida he querido ser un héroe.
No pude empezar de pequeño, porque el abrazo de mi madre, ante la mirada severa de mi padre, evitó que me arriesgara y no pude conocer el peligro.
Después, con el paso de los años, me rodeé de amigos tan fuertes que estaba protegido a tiempo completo.
Menos mal que nacieron mis niñas.
En una guardería, donde iba mi hija mayor con tres años de edad, un precioso gato marrón no era capaz de bajar del árbol más alto del jardín, de modo que la maestra me ayudó a colocar una escalera y fue muy fácil ayudar a bajar al felino, que desapareció sin prisa y con un andar elegante. Como un gato.
Y mientras guardaba la escalera, pude ver cómo mi hija, concentrando un corro de chiquillos, se señalaba solemnemente y decía, sin más, “Mi papá”.
Ese día, por fin.
6 comentarios:
Sólo por el simple hecho, entiende servidora, de traer hijos a este mundo tan extraño ya uno se gana el apelativo de "héroe" o "heroína".
Bravo al cuadrado.
Para mí no existe mayor héroe que quien admite no serlo.
Eres mi antihéroe preferido.
Caminamos entre heroes y heroínas todos los días. Y ellos, sin saberlo.
Recuerdo ese momento vagamente (era demasiado pequeña), pero sí tengo algo más reciente la otra vez que yo jugaba, tan tranquila, en la calle, y de repente me fijé en que todo el mundo miraba hacia arriba con cara de expectación. Allí estabas tú de nuevo, en la placita del barrio, colgando de un balcón para saltar al de al lado y recuperar las llaves de alguna vecina olvidadiza.
Como hija de héroe, ese fue mi segundo gran momento de gloria.
:)
Bonito. Muy bonito.
Un beso grande, MJ.
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