jueves, 25 de junio de 2009

ENSAYOS RIGUROSOS (2)

EL JUEGO.

No siempre fuimos una cuadrilla de calvos facinerosos y repugnantes. Antes, ninguno de nosotros era calvo.

Quizá fue el azar, quizá el sueldo tan bajo lo que nos obligó a arrastrarnos por la vida. De vestirnos en los grandes almacenes pasamos a asaltar a las familias cuando ponían la lavadora y no podían correr tras nosotros a riesgo de mostrar por la calle sus puntos de vista.

De pequeños, el sacristán principal llamó nuestra atención al salir disparado hacia el cepillo, después de barrer con otro cepillo y no hacer el menor caso al cartel de “Colecta del Domingo de Adviento fresco: Para La Orden de San Piltrafita”.

Muy estupefactos, supimos que el sucedáneo de cura iba a la inauguración de “Dados y Azares”, la nueva casa de juegos que sustituía a la biblioteca vacía. Seguimos su rastro de metálico tintineo de monedas sobre las marmóreas losas del templo y nos lanzamos a vaciarle la azabáchica cobertura multibotónica, vulgo sotana.

Desde esa serie de golpes que nos dio el lejano aspirante a cardenal, produciendo gran cantidad de cercanos cardenales, pasamos a ser unos fugitivos repugnantes. Allí, tirados tras una zurra repartida de modo equitativa y sin sacar un céntimo en limpio, supimos que nuestra vida estaba perdida. Nos lo jugamos todo a una carta y nos tocó el as de bastos.

De cualquier manera, para extender el conocimiento a la Humanidad, aquí va lo que aprendimos sobre el juego.

Desde el segundo momento de la Creación, todo era juguetón. Al rato de existir el planeta, ¡hala!, medio Paraíso lleno de botellas y envoltorios hizo exclamar al DueñodeTodo: “paraíso no me habría tomado Yo tanto interés”, en uno de los primeros Juegos de Palabras, sin nadie que le riera la Gracia.

Meses después, en marzo del Pleistoceno, hacía un frío como el que entra si tu abuela estudia kamasutra por las tardes. Fue entonces, cuando, en medio de la nieve, gritó el Jefazo su famosa frase: “Hagan Fuego, señores”, para entrar en calor, entre júbilos y cánticos de alabanza, en medio de una partida de TablasdeLaLey, uno de sus juegos de fuego favoritos.

Llegó la Edad Mediocre y ni fu ni fa. El juego se redujo a romperse la crisma por encontrar a tiempo la combinación de los candados de los cinturones de castidad. Aquél que no acertaba a los tres intentos entre diez millones de posibilidades, colgaba alegremente de una torre los siguientes doce veranos. La frase de moda aquí, fue la impresionante “Si no acierto en el juego de llaves, ya ves, me la juego”, traducida por los Frailes Clarinetistas.

En el Nuevo Mundo, los americanos montaban una ruleta en cualquier esquina y un inmigrante ruso, Yuri Balasalazar, les robó la idea con muchísimo riesgo de sus pestañas, huyendo por unas montañas peligrosas, a las que también puso su nacionalidad.

Por supuesto, el juego acabó controlado por ordenador. Había programas que respondían “enhorabuena, rumiante apestoso” si alguien ganaba el premio grande, y mediante otras aplicaciones informáticas dos manos de silicona abofeteaban a los que perdían la cicatriz de la operación de apendicitis, llevándose una cremallera barata a cambio.

Las familias enteras caían en el juego, en salones recién encerados. El juego era el centro de sus vidas, y habiendo vivido toda su vida en el centro, se descentraban echando a perder la vida en el juego. Bueno, yo me entiendo.

Al terminar este artículo, echamos una partidita a “el que discurre, se aburre"...

2 comentarios:

Lola García Suárez dijo...

El rey del juego de palabras. Ése eres tú.

Clea dijo...

Gran ensayo sobre la historia del juego. Y las palabras.

¿Cómo se te puede ocurrir ponerle meses al Pleistoceno?
Adivinar la ruleta rusa detrás de Balasalazar y la montaña rusa y qué sé yo...

Claro que tiene que dar frío ver a tu abuela aficionarse al Kamasutra. Paraiso hace falta valor. Ja.