Había organizado un viaje especial hasta la cantera para elegir personalmente el bloque perfecto para su gran obra. Bullía con tal fuerza en su mente aquella imagen, que hacía que voltearan varias veces los trozos elegidos para analizar cada una de sus caras. Unos eran imperfectos, en otros, la veta lo estropeaba, otros no tenían la proporción… Para el final de la semana ya tenía seleccionado sus 2.500 kilos de mármol de carrara perfectamente blanco en una sola pieza. El cantero respiró aliviado.
Otra semana más aún tuvo que esperar para comenzar a tallarlo. Sus enormes dimensiones hicieron que los transportistas no pudieran meterlo en el taller, de modo que lo descargaron en el patio exterior de la casa, donde la curiosidad de los vecinos no le dejaba la concentración necesaria para extraer su obra del núcleo del bloque. Decidió trabajar de noche con luz artificial. El mármol no es fácil de corregir. Quince años estuvo tallando recluido. Trabajaba día y noche, bajo la lluvia, con nieve, con un calor sofocante, hasta que por fin se sintió satisfecho y dejó que su novia lo admirase. Era único. Un corazón del tamaño de una moneda de un euro. Nunca comprendió que su novia lo abandonase aquella misma tarde.
3 comentarios:
Me parece fantástico buscar el corazón, por pequeño que parezca, dentro del más grande peñasco. Encontrarlo es ya una maravilla.
Muy buen cuento.
Está claro que su novia esperaba algo más después de tanto tiempo, pero ¿reparó ella en la perfección de la pieza?
Pues no parece, Loli, que reparara.
No logró alcanzar lo que se le mostraba.
Publicar un comentario