Caminó hacia el rompeolas, lentamente, ayudado por dos brazos queridos y desbordados de generosidad. Le llamaré Daniel.
Una vez tuvo los pies mojados, ambos brazos le soltaron, permitiendo así el libre movimiento de sus piernas, casi centenarias. Con dificultad fue adentrándose, mayor a medida que el nivel del agua ascendía, el cual no pasó de la cintura.
Su mujer y su nieto, los dos en la orilla, permanecían atentos a cada movimiento, a cada vaivén que el cuerpo del anciano hacía, con cada pequeña ola. También yo, que lo tenía muy cerca, estaba alerta ante cualquier traspiés; incluso en un momento hice señas al chico, preguntándole si lo sujetaba, a lo que me respondió que no, con gesto de agradecimiento.
Sentí miedo por momentos, aunque la estampa de su fragilidad en el agua fue anulada por la cara de satisfacción de Daniel, de disfrute, como un chiquillo. Pero sobre todo, se quedó conmigo la eterna sonrisa, maravillosa sonrisa de amor con mayúsculas, de entrega, de complicidad, que ni por un instante se fugó de los labios, ni de los ojos de su mujer. La llamaré Irene.
Me pregunté entonces, y aún sigo haciéndolo: “¿conseguiré yo tener eso?”
¡Parece tan fácil!
9 comentarios:
Única respuesta total, absoluta, irrefutable, completa, definitiva y universal a una pregunta tan linda:
¡Sí!
¿Que cómo?
Sigue siendo como eres.
Besos.
¡Qué sesibilidad más hermosa tiene este relato! Se nota que vienes con las pilas bien cargadas. La forma de narrar me ha encantado, podría darte juego para otros relatos. Un beso.
si,lo conseguiras estoy segura.
que hermoso relato, digo como Loli
cuanta sensibilidad derrocha, además me ha emocionado doblemente por mi edad. gracias y un beso fuerte. Paquita
Es bonito, Isa. Y casi puedo ver a Daniel más que seguro con todo el amor de Irene a su espalda.
¿Quién no quiere tener algo así?
Bonito relato, Isa. Y estoy contigo en que no es tan fácil llegar a la complicidad total. Necesita de mucho "trabajo diario" y muchos "perdones", pero puede conseguirse ¡a por ello!
Yo no estoy como para contestar a esa pregunta, pero si sirve de algo mis deseos y mis sueños, la respuesta es SIIIIIIIIIIII.
Me uno, sin embargo, al comentario de Inma. Hay que currarse mucho esa complicidad. No la regalan en frascos, ni la venden en grandes almacenes. La llevamos dentro, pero hemos de cultivarla dia a día.
Hermoso relato. Me ha emocionado mucho. No podía ser menos viniendo de ti
Gracias a todos. Fui testigo de esa escena tan hermosa y quise compartirla con vosotros en forma de relato. Besos.
Gracias por compartir esa complicidad eterna, Isa. Por ponerle nombre, Irene y Daniel. Sí, estoy de acuerdo, parece tan fácil, y es el deseo, la ilusión de cualquier mortal. Esa idea de sonrisa cómplice, qué humanidad. Y qué duelen los lo siento, qué duelen las caídas, los tropiezos.
Confieso que, al principio, no entendí el relato, pues no sé porqué, buscaba otra realidad paralela, como nos tienes acostumbrados en muchos de tus textos. Pero, ¿qué realidad más potente que la que nos muestras, más admirada, deseada? ¿Qué más se puede añadir? La esperanza de que, a los cien, nos regalen esa sonrisa, atrapada aquí, en tu sencillo y profundo cuento de amor real.
Gracias, Loren. Tus palabras, como siempre, acompañan mis ideas y las enriquecen. Un beso.
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