La comitiva fúnebre ascendía lentamente por la suave pero pronunciada ladera, con una magnífica organización en los aspectos técnicos de un grupo que se precie para este menester: Ni todas las mujeres lloraban al mismo tiempo, confundiendo y quitando valor al llanto individual de las plañideras solistas, ni todos los hombres sostenían el ataúd de seguido, sino que, en un orden establecido de antemano, recios brazos se alternaban en la carga. En el punto máximo de sensatez, cuando el lado izquierdo de los porteadores se tambaleó por un resbalón inoportuno, el mismo muerto bajó con agilidad de la caja y, como el primero, se echó la pesada carga al hombro. Antes de llegar a la cima, uno de los mozos, con la misma delicadeza, le relevó y ayudó a ponerse de nuevo en su lugar. En el final del camino, ahora sí, las mujeres lloraban al unísono.
viernes, 16 de octubre de 2009
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4 comentarios:
genial y maravilloso, lo que más ma ha gustado es ese muerto llvando así mismo la pesada carga un buen ejemplo de solidaridad. un abrazo. Paquita
Jajajaja, Gabriel, me parto. ¡En serio! (Nunca mejor dicho)
¡Qué rigor! ¡Qué disciplina emocional! ¡Qué exceso de austeridad! ¡Qué estrechez de sentimientos! Ni un atisbo de rebeldía.
Dan ganas de decirle al difunto que escape y no le haga caso a esos, que son unos muermos.
:)
¡Pobre difunto teniendo que portar su propio ataúd! Me encanta lo serio que comentas la organización del entierro para luego salir con esas.Muy diver!
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