“Las seis mujeres habían sido degolladas de un tajo que dejaba un charco singular de sangre alrededor del cuello. Quedaban bocabajo, sin más signos de violencia que las caras sofocadas, fruto de la angustia de la huída. Y, claro está, el corte preciso.”
Este era el resumen de los informes forenses en los seis casos de asesinato sucedidos en dos semanas, cometidos en la jurisdicción del comisario Arroyo, y con la coincidencia de que todas eran mujeres excepcionales.
Pero surgió la esperanza de acabar con el horror, porque hubo un soplo que permitió saber quién sería la siguiente: Natalia Ortega, la gran bailarina. Y cuándo: El martes 14, tras su función de noche. Cincuenta tiradores expertos fueron apostados a lo largo del callejón al que daba la salida trasera del teatro, conectados mediante micrófonos a la emisora del comisario Arroyo, quien dirigiría las operaciones con su segundo de siempre al lado, un hombre fiel aunque criticara todas sus decisiones: El fiel subcomisario Lameda.
Natalia Ortega, con las zapatillas blancas y un abrigo negro sobre el tutú, recién terminada la función, se avino a ser el anzuelo. Desde que salió veía brillar los fusiles automáticos bajo las farolas; por tanto, se sentía segura y no forzó el paso cuando adivinó tras de sí al asesino.
Al final del callejón, ella se paró enfrentando sus ojos a los de él. Ya podría identificarlo.
Tras unos segundos de pie, a su lado, el hombre se quitó el abrigo y la emprendió a golpes con algo metálico muy pesado; después, en el suelo, le retorció el cuello dejándola caer casi sin ruido. En ningún momento empleó cuchillo alguno, de eso no había duda alguna. Se produjo un silencio mortal y ningún componente del pelotón disparó un solo tiro al no recibir la orden.
El tipo se alejó de allí andando con el abrigo doblado sobre el brazo, quizá por el calor del esfuerzo, ya con la primavera a la vuelta de la esquina... A la mañana siguiente, el informe fue redactado en un par de líneas, plenas de decepción ante el operativo desplegado y las expectativas creadas. Pero esta vez se incluyó la nota negativa de Lameda, que insistió hasta última hora en que la mujer se cambiara antes de salir del teatro: Le parecía ridícula esa forma de ir por la calle para colaborar con la policía en un asunto como éste, si bien al final, tras la discusión técnica, aceptó de buen grado el criterio de su superior y firmó las conclusiones:
“No coincidía el modus operandi. No era el que buscaban. No podía ser él.”
En su casa, el asesino discutía acaloradamente porque su mujer había empleado su cuchillo grande en la cocina, en contra de lo que le tenía dicho, sin ponerlo después en su abrigo.
-Esta noche parecía un aprendiz, -dijo apesadumbrado mientras metía los platos en el lavavajillas.
2 comentarios:
¡¡¡Venga ya!!!
¡Es imposible ese final!
¡Q horror!¡q negro!¿No deja un poco de mal sabor de boca?
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