El albino de origen finlandés Jaramaldo Madero, de seis años de edad, conoció la noticia del próximo nacimiento de su hermano, a quien llamarían Claudio.
-Siempre será más joven que tú, ha, ha, ha, ha -le dijo una noche el espíritu de la Mala Gaita, un tal Eusebio. Y le hizo muecas feas, de las que ejecuta un portero que te ha parado un penalti con la nuez.
Incendiado de ira, envidia y crispación, Jaramaldo dejó confiarse al recién nacido y a los quince días lo envejeció con saña aplicándole dos manos mensuales de betún de Judea.
Desde entonces, cuando los padres presentaban en sociedad a sus vástagos, Claudio era dejado para el final, como el residuo familiar ennegrecido y arrugado que aparentaba ser.
Hasta que veinte años después, invitados a una travesía imprevista por el desierto, los miembros de la familia Madero fueron devastados por el Sol, que agrietó sus pieles y secó sus labios hasta el punto de no poder pronunciar con facilidad la palabra sherelfitoding al despertar. Todos menos Claudio, quien, al contrario, notó como, a medida que se arrastraban por las dunas y se marchitaban sus familiares, a él le protegía una densa capa de mugre oscura la cual, al llegar derretida al Oasis de cinco estrellas Fresquíbiris, dejó ver una piel blanca, hidratada y fresca junto a un pelo rubio, sedoso y liso.
En cuanto vio que el resto de su familia se recuperaba de la fatiga y las quemaduras por insolación, agarró una estaca y repartió equitativamente una buena somanta entre sus padres y hermanos, perdonándolos de buena fe y presentándolos en sociedad con correa pero sin bozal, y explicando vagamente lo arrugado de sus pieles.
3 comentarios:
Aaaaaaaja. Me chifla esta maldad tan bondadosa, tan tierna y tan divertida.
¡Qué bueno lo de darle dos capas de betún de judea para envejecerlo!y luego la represalia, que no es tan dura como cabría esperar, te has refinado.No me queda demasiado claro lo de "las estacas" pero bueno, ya sabes que no soy muy brillante.
jaajajajajajaaaaaaaaaaaaaaaaaa
que me parto
que me destornillo( eso no es difícl, ya no queda ninguno)
Me imagino a ese pobre Claudio, cual figurita navideña, dejando al viento sus encantos sonrosaditos...
pero, no me lo imagino repartiendo galletas a diestro y siniestro. Seguro, que les perdonó de todo corazón
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