Manolita, mi vecina
tenía un don particular:
cuando de viaje salía,
se le antojaba evacuar.
Pero siempre sucedía,
cada vez y sin fallar,
que a la hora de camino
o faltando aún por llegar.
Lejos ya de la salida
y más lejos del final.
Por eso, a medio camino
siempre había que parar.
Su marido, un hombre santo,
la acompañaba a un lugar
que fuera lo más discreto,
si daba tiempo a llegar.
Manolita, muy bajita,
pero con kilos de más,
con tantos, con tantos kilos
que no se podía agachar.
Su marido, muy atento,
solía ponerse detrás.
La aguantaba dulcemente
y la aseaba al final.
Pero un día, por sorpresa,
la carga no hizo esperar.
Manolita tenía un virus
que licuó su gravedad.
Que le pregunten al pobre,
que como siempre, detrás,
no sólo aguantó a su esposa,
sino al chaparrón mortal.
Y dijo el hombre, aturdido:
“esto no me pasa más”.
Se compró un taburetito
y la tapa osó cortar.
Cuando llegaba el momento
la sentaba allí, sin más
y le colocaba un poncho
que a punto estuvo de dar,
por si acaso, del embudo,
pudiese un chorro escapar.
Y así fue como este hombre,
con su invento siempre a cuestas,
supo vencer su problema
y viajar sin la sorpresa
de un salpicón traicionero
que arruinara su limpieza.
(PARA CONTRARRESTAR LA SENSACIÓN DE PESIMISMO DE LA REFLEXIÓN DE ESTA TARDE) BESOS.
domingo, 7 de noviembre de 2010
AMOR A PRUEBA DE BOMBA
Publicado por Isa en domingo, noviembre 07, 2010
Etiquetas: Isa
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9 comentarios:
"Manolita tenía un virus que licuó su gravedad", jaja. Buena idea lo del poncho a prueba de metralla. Vaya guasa.
¡No me lo puedo creer!¡Pensaba que era de Gabriel cuando me encuentro al final que es tuyo! Enhorabuena. Me has hecho reir un rato y el invento del taburete y el poncho como retrete portátil me parece genial. Con el otro relato me has hecho pensar mucho y este se agradece por su "frescura apestosa", ja,ja, ja
Tremendo. Tanto el asunto inicial, en su dispersión explosiva, como el arreglo del mismo a base de sencilla ingeniería. ¡Cuánto ataque de esta índole no habrán detenido los ponchos incas en los tiempos heroicos del gran Mutxakk, dios del imprevisto!
Genial, compañera, el chispazo. Y el giro divertido, con comentarios desternillantes, aunque sigamos sin salir de un entorno situado en el extremo opuesto de cuando hablamos.
JAJAJA.
¡Un bendito, este marido!¡Y qué cruz, la de ambos, con la incontinente Manolita!
Un alivio, el poncho.
:)
Gabriel, explícame la última parte de tu comentario, que no la pillo:
"...aunque sigamos sin salir de un entorno situado en el extremo opuesto de cuando hablamos." ¿A qué te refieres?
Digamos que el extremo opuesto de "cuando hablamos" está en franca consonancia con la zona habituada a culminar el ciclo alimenticio. Denostada zona, pero tan noble que llega a desatar tormentas con tal de resolver su trabajo.
Me reservo el resto de los detalles, perfectamente explicados en tu tronchante poema.
Besos.
Ja, ja, ja,...
Eres un "mostruo".
Un abrazo.
¡¡¡por dios,por dios,por dios...!¿de dónde ha salido esta historia tan licuada,tan liguera y con "eau de intestin"?
Me ha sorprendido usted gratamente, compañera. No le hacía yo poseedora de tal don humorístico.
Muy bueno, si señor. Me imagino a ese pobre hombre poncho en mano, jejejeje
Mi qurida Isa: valla poema desternillante, al pricipio me ha
pasado como a Inma pensé que hera
de Gabiel, está muy bien enjaretado enhorabuena amiga, el pobre marido resolvió el problema
de su costilla, con su gran invento salvara las situaciones
Ubeso
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