sábado, 25 de diciembre de 2010

CRÓNICA NAVIDEÑA.

El día de Nochebuena, Ulises Peña de Abramonte, dueño de Bodegas Abramonte, pensó en subir a suicidarse a la torre Magna de la sede central de sus oficinas, al no encontrar la versión 3.4 del videojuego Exkarvattor que le pidió su hijo como regalo y sentirse incapaz de vivir con esa mancha en su historial de triunfador.

Antonio Urbaneta, jefe de seguridad de la sede central de Bodegas Abramonte e instalador de un sistema de seguridad infalible en dicha sede a pesar del elevado coste de las cámaras situadas por los distintos pisos del edificio, tuvo la paciencia de guardar una cola de decenas de personas para conseguir la última versión del videojuego Exkarvattor. Al ir a pagar, pidió que se lo envolvieran para regalo y lo envió a la mansión de los Peña de Abramonte, como muestra de su fidelidad al jefe.

Asenjo Vidal, ex vigilante de la sede central de Bodegas Abramonte, en paro y sin hogar, vagabundeaba por Madrid cuando, tras un acelerón violento, vio salir despedida una caja por la puerta trasera de un camión de reparto.

Asenjo Vidal comprobó la impermeabilidad de la caja que cayó del camión, vació su contenido en un callejón cercano y, aprovechando las luces apagadas del edificio Abramonte, se metió primero en el zaguán con la caja y luego él dentro de ella, cerró las tapas por dentro y se quedó dormido al instante. Los vigilantes, en su ronda, entendieron que la caja con el juego había sido depositada para llevarla al despacho del jefe y allí la dejaron. No se quejaron del peso porque Asenjo Vidal estaba muy delgado.

Ulises Peña, de pie en la azotea, quiso hacer una última llamada a su hijo y recordó haberse dejado el móvil en su despacho.

Antonio Urbaneta, a las doce de la noche del día de nochebuena, llamó por teléfono a la mansión de los Peña, para preguntar al hijo del dueño por sus regalos navideños. El hijo, al que despertó el timbre del teléfono, respondió que le gustaban mucho los regalos recibidos, metidos en calcetines y cajitas pequeñas. Antonio Urbaneta colgó el teléfono sin poder hablar. Después repasó desde su casa las cámaras de seguridad y comprobó cómo Ulises entraba en el edificio desde la azotea.

Al despertarse para estirar las piernas, Asenjo Vidal salió de la caja y se encontró en el despacho de Ulises Peña, cuando éste entraba para recoger su móvil.

-No tenía donde ir, -dijeron ambos al unísono, aunque por distintos motivos.

Por videocámara, Antonio Urbaneta vio salir a Asenjo Vidal de la caja y charlar con Ulises. Apagó y salió a la calle como una flecha.

Al ver la caja, Ulises Peña preguntó por el contenido de la misma y bajó acompañado de Asenjo hasta el callejón donde, envuelto en capas de corcho protector, encontraron el juego, que metieron de nuevo en la caja. Juntos, se fueron a cenar a la casa de los Peña de Abramonte llevando el juego consigo.

Mientras Ulises y Asenjo apuraban un coñac, Antonio Urbaneta llamó a la puerta y, al abrirle, empujó a Ulises violentamente, se dirigió a la caja depositada en el suelo junto al árbol de Navidad y le propinó un violento puntapié que le provocó un moratón instantáneo en la espinilla.

-No lo puedo comprender, -dijeron al unísono los tres hombres, aunque por distintos motivos.

Después, Antonio Urbaneta levantó la vista y se encontró con la mirada de Asenjo Vidal.

Desde primeros de año, el sistema de seguridad del edificio central de Bodegas Abramonte volvió a ser el tradicional, con varios grupos de vigilantes formados por parejas, en turnos de ocho horas al mando de Asenjo Vidal. Quedaron también algunas cámaras imposibles de desatornillar de su emplazamiento, las cuales eran vigiladas por Antonio Urbaneta durante los fines de semana.

El niño Manuel Abramonte, el día de Navidad, también aprovechó la caja para dormirse dentro. Del videojuego Exkarvattor versión 3.4 no se sabe absolutamente nada.

5 comentarios:

Peneka dijo...

Debe ser el champán que no he tomado...
El cordero que no he comido...
Los villancicos que no he cantado...

pero...

¡¡¡jo,no me entero de este lio navideño!!!
¿el juego no era 3.4, ó 3.o?
y el niño... ¿pasaba del juguete para variar...y prefería la caja?
¡ajú, que no "mentero"!

besitos de mazapán

Gabriel dijo...

Está claro que me entregoñipao de polvoroides.
El niño he querido que pase del juguete y encuentre el cobijo en la caja, igual que el que no tenía donde ir.
Y al pelota que le den en las ídem.
Y la versión del juego, como a tor mundo le ha dado lo mismo, yo ni sé cuál sería. Total, acabó arrumbao, tirado por ahí.
Y así hasta que yo digiera la mitad de la harina que llevo centrifugando.
¡Besos dulces, que no falten!

Lola García Suárez dijo...

Pues yo he entendido que lo de menos en el relato es el juego.Lo importante es cómo el chisme entrecruza la vida de estas personas.
En mi caso, pocos polvorones he comido.

Isa dijo...

Los polvorones y tu cuento, una bomba para mente y estómago respectivamente...
Yo también me he liao un poquito, pero creo que me he enterao de algo.

Sigue comiendo, hijo, que ya vendrán las caminatas para amortiguar las pasadas.

Un beso.

inma dijo...

Realmente los polvorones le espesan a una tanto la sangre como la mente. En la primera lectura dejé pasar a los amigos a ver si me aclaraban el tema con los comentarios (que a veces pasa), pero veo que no, que es que ese relato es así, y con tantos días de comilonas y resaconas no está una lúcida para los comentarios, pero no te preocupes que por ahí viene Enero con su cuestecita para echar pabajo, jajaja.