-Buenos días, ¿don Armacio Conlaberta?
-Soylo, joven, dígame en qué estúpido asunto puedo atenderle, asistirle, asesorarle o al menos consolarle.
-Se trata de darle una paliza según un encargo recibido en nuestra agencia Pegones, realizado por su sobrina Enriqueta Pardo Conlaberta, en virtud de un feo que usted le ha hecho en una fiesta reciente.
-Sí que me acuerdo, sí. Se trata de penalizar una forma absurda de beber el ponche, en cuclillas y a cucharadas, que, en virtud de ser de los más antiguos de la familia Conlaberta, le recriminé ante los presentes, llamando la atención incluso de los dormidos. Como colofón, le metí la cabeza en la fuente de la bebida dulce, produciendo una bajada inmediata de su peinado, sustentado en una permanente inaceptable de unos seis kilos de horquillas.
-Agradezco su explicación, amable viejo repugnante, pero el ratito de esparcimiento no le va a librar de una buena somanta.
-La verdad es que no sólo tenía que intentarlo, sino que con el relato de los hechos, como en las películas, he ganado el tiempo suficiente como para que mi querida esposa, Samarcanda Benítez, le haya amarrado a la silla de forma suave pero firme, de tal modo que usted no le va a dar palos aquí a nadie. Tampoco podrá rascarse la nariz, ni tomar notas. Esto se lo digo para que desista y no se desespere.
-Menudo pájaro pícaro pérfido.
-No haga usted más esfuerzos destinados a soltar sus amarras, joven idiota. Tenga en cuenta que el modelo de atadura es de los que refuerzan los nudos ante los intentos de zafarse.
-Pues es verdad. Procedo a relajar mis músculos y limitarme al recuerdo de sus antepasados cubiertos de deposiciones.
-Resumamos. Usted está perdido y sin opciones. La única forma de salir del paso es convertirme en su cliente y modificar ligeramente el objetivo de su trabajo.
-O sea, devolverle el dinero y los palos a la ordenante, doña Enriqueta.
-No tienen por qué ser ambas cosas. Basta con la zurra.
-¿Dónde hay que firmar?
-Qué listos son los pegones a sueldo. No voy a soltarle para que firme –le pellizca un moflete- pero sí que le voy a inyectar vía intramuscular (le pincha e inocula, en efecto) un pequeño chip prodigioso que le hará sentir calambres de tipo central nuclear si no cumple con su contrato verbal recién firmado conmigo. Además, si trata de agredirme en un futuro, echará usted un millón de chispas al minuto por cada una de sus orejas. Mire, mire qué control remoto de última generación (el amarrado se estremece, grita y aún amarrado da un saltito de dos metros al pulsar Armacio el botón).
-Vaya por Dios que si le creo, viejo vetusto y sabio.
-Así son las cosas, joven imprudente y con cara de buzón de correos. Ande, coja su estaca y márchese a darle curso a mi petición.
-Buenos días.
-Buenos días.
4 comentarios:
"...dígame en qué estúpido asunto..." Buena manera esa de atender una "visita". Y mejor forma de convencer a quien no comparta la misma postura.
Me encantan tus batallas y tus matones.
Pues es buenísimo el texto jejejej Yo le he puesto cara al viejo, (funcionario, seguro, y para mas inri, técnico de ayuntamiento, que esas habilidades verbales y esquivadoras son de ese ramo), se parecía a un jefe que tuve...igual que las intenciones del joven carabuzón y las mías con respecto a este.
Genial entero, como siempre; pero a destacar lo de "limitarme al recuerdo de sus antepasados cubiertos de deposiciones".Gracias por la dosis de risa.
Yo me quedo con el final. Ante todo educación. Después de decirse lo indecible acaban con un cortés ¡Buenos días! Estupendo zizeñó.
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