Genoveva tiene un gancho de izquierda
demoledor. En nuestro décimo aniversario, sin embargo, parecía algo lenta, no
conservaba el centro. Intuí que la podía tumbar en dos asaltos y me fui a por
ella, confiado. Pero me equivoqué, fue sólo –me dijo- un momento de distracción
pensando en el vestido para la cena. Ella es hábil, experimentada en salir de
la lucha trabada, así que me esperó como el que se resigna y, justo cuando
entraba con un salto sobre su cabeza para golpearla con las dos manos, giró y
barrió mis pies, los dos, haciéndome caer con la espalda en el suelo, de modo
que perdí la respiración. Ahí ella, apartando la bandeja de champán con que nos
obsequiaba el hotel, también se confió. Estamos muy seguros de nuestras
habilidades y, cuando se tiró literalmente a clavarme el codo en el pecho, pude
rodar hacia la derecha, hacia debajo de la cama, y oír el enorme ¡plof! de su
cuerpo contra el suelo. De no haber habido alfombra, se habría roto al menos un
brazo. Quizá alguna costilla. Mientras se disponía a ordenar las camisas y se
recuperaba del impacto, yo ya tenía en mi poder una zapatilla con la que, al
salir de debajo de la cama, golpeé su nariz, sin poder evitar recibir un
tremendo impacto de su bolso lleno de llaves desordenadas (y mira que se lo
digo), que me hizo tambalearme. Mientras caía, alineé mis calcetines en el
cajón de arriba por colores, como hacemos en casa, y conseguí un vertiginoso
uno/dos sobre su estómago, pero estaba en tensión y lo encajó como una puerta.
A cambio, viendo mi guardia baja, mi plexo solar recibió una patada directa,
sin defensa, que me tiró hacia atrás. Sólo cuando ya me vi perdido, logré
tirarle un almohadón, que por la mañana, al llegar a la habitación, había
rellenado con nueces para ejercitarme al amanecer.
Ambos, en el suelo, teníamos dificultades para
respirar.
Alertado por el ruido, el camarero, al entrar,
nos preguntó qué queríamos para cenar.
-Algo ligero, -dijo ella-. Un poco de pescado
al horno con patatas hervidas, por favor, -contestó. Apenas podía hablar.
-Para mí sólo un crepe con algo de jamón, por
favor, -añadí. Todo me daba vueltas, como a ella, y escapamos por un pelo de la
maza de hierro con que quiso aplastarnos la cabeza. Utilizamos el último
depósito de energía para patearle y dejarle inconsciente, lo echamos al pasillo
y nos acostamos a descansar.
Cuando nos sentamos en la mesa del restaurante,
el chef en persona vino a darnos la enhorabuena por el aniversario. Recibió dos
bofetadas simétricas, una en cada cara, que le dimos con precisión milimétrica.
En un par de volteretas, se retiró hacia atrás para abrir la botella de Dom
Perignon del 52 y servirla fría. Nos sentamos y comenzamos a preparar la
defensa: No he visto mejores asesinos para nuestra formación que los cocineros
de este hotel. Mejoran cada año. De hecho, en la cocina, se rehacían los planes
para atacar de nuevo y acabar con nosotros.
De espaldas hacia la pared, doblamos las
servilletas al estilo clásico y brindamos por nuestro futuro.
2 comentarios:
¡JA! Delirante formación continua en hotel con especialidad demoledora.
¡Y qué armonioso todo!
Descabellado. Brutal.
:))
¡Qué aniversario! Lo raro es que celebren muchos, y más en ese sitio que te tratan a garrotazos.Ahora bien, todo está muy coordinado y orgamizado. Lo más sorprendente: las nueces. ¡Qué puntazo, amigo.
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