El 28 de junio de 2012, Lord Ismael Cromwell
IV, sentado en el sofá de su mansión de Chochester, azotaba a sus criados
Maximilian y Edward con un periódico antiguo. La razón estaba de su parte,
decía el Lord, dado que los dos empleados habían derrochado leche condensada en
las tres últimas tazas de té servidas a sus tías, las loroseñoritas gemelas
Bartolaida y Merlinda.
Una vez terminado el proceso de desahogo por
parte del dueño de todas las vidas y muertes de los trabajadores de la gran
hacienda de Chochester, Max y Eddy se abotonaron los chalecos y plancharon
entre ambos el periódico para su posterior relectura por parte del amo.
Al salir, se cruzaron con Lady Loles Asangermouth,
cónyuge de Lord Ismael y verdadera regente de la propiedad y sus movimientos
diarios. Apenas se notó el crujido estructural al sentarse. Sus articulaciones
notaban la falta de aceite, pero ése era el menor de sus problemas.
-Tus tías han vuelto a comerse las galletas,
querido. Nadie las ha seguido al salir y han pasado por la biblioteca, donde
alguien les ha debido informar de que estaban guardadas allí, -dijo Lady Loles una
vez erguida en su asiento.
-Sé que tenemos el enemigo en casa, amor, pero
debemos resistir, -contestó el cuarto de los Lores de Chochester.
-Hoy he ido a la caja de ahorros y he hablado
con esa chica tan moderna, Patty Pong, y no he conseguido robarle la caja de
grapas. A duras penas me he traído un bolígrafo, de esos que tienen para firmar
los clientes.
-¿Qué sabemos de nuestro saldo?, -preguntó el
Lord.
-¿Qué saldo?, -respondió preguntando la mujer.
Ambos quedaron abatidos durante un buen rato.
Se estremecieron al unísono (como en tantas otras cosas, pensaron pícaramente)
al imaginar que sus antepasados les vieran en la situación actual. Poco a poco
se quedaron dormidos.
A la mañana siguiente, Maximilian los encontró
en el salón, en la postura de lectura. Comprobó que respiraban a intervalos,
uno primero y el otro cuando terminara, para, al menos, ahorrar aire.
Los estiró como pudo y, uno en cada brazo, los
llevó al dormitorio para que descansaran.
Antes de la hora de no comer del 30 de junio de
2012 en Chochester, la servidumbre, viendo el panorama, se reunió.
Cinco doncellas, la ama de llaves, dos criados
para todo y el mayordomo principal, Clarence Pelham, se sentaron alrededor de
la enorme mesa de madera de la cocina.
-¿Y a dónde vamos a ir?, -preguntó una
doncella, Doris Calper, empezando la reunión como si llevara mucho rato
mantenida (la reunión).
-En las cinco mansiones de los alrededores sólo
dan una comida al día, -dijo la encargada de las cortinas, Brigitte Moscardó. -Y
no avisan, hay que estar atentos.
-No queda otra que sembrar pimientos, ajos,
cebollas y patatas, esperar a que crezcan y comérnoslas después. Si sobran,
venderlas, -dijo Doris.
Se produjo un escalofrío colectivo, tanto que
fue compartido por lord Ismael en
el umbral de la puerta de la cocina, desde donde, en silencio, escuchaba con el
periódico de azotar en las manos. Como un tigre salió de su escondrijo.
-¿Mi mujer vendiendo papas?, -preguntó dando
por hecho que él no daría golpe y que se imaginaba a Lady Loles despachando y a
Bartolaida (la más lista de las gemelas) cobrando a los clientes.
-No se nos ocurre nada más, Milord, -dijo el
mayordomo.
Cuando emergieron las primeras verduras del
macrohuerto de Chochester, Lord Ismael había tratado su garganta con limón y
miel y, recordando sus tiempos de cantante de boulevard, paseaba entre los
puestos anunciando a viva voz sus lechugas, berenjenas y pimientos como los
mejores de toda Inglaterra.
Lady Loles, adaptada al nuevo orden de los
tiempos, disfrutaba de unos huesos rejuvenecidos y regateaba hasta los peniques
con sus vecinas, las dueñas de haciendas también venidas a menos pero sin una
campiña plena de vida como la de Chochester, donde cientos de ilustres
antepasados entregaban su fuerza orgánica al crecimiento de verduras frescas de
un sabor excepcional.
Cada cierto tiempo, Lord Ismael paseaba por el
huerto para revisar el ritmo de cuidados y recogidas de sus productos
hortícolas, azotando simbólicamente el trasero de los que veía más indolentes,
para no perder la tradición.
No se conocieron más fines de mes ajustados en Chochester House.
4 comentarios:
Ole ahí!Una salida creativa de la crisis, y si además dispones de buenas tierras como los Chochester, mejor aún. Yo, amigo, lo he intentado este verano, dado que el arte da para poco, y sembré pimientos y tomates en macetas. Al regresar de las vacaciones, los tomates se perdieron por completo y los pimientos agonizan (a pesar del riego por goteo y a falta de sirvientes que se emplearan a fondo), así que el mes próximo no podrás verme pregonando hortalizas frescas como a tus protagonistas.¡Es la vida!
¿Será que no tengo sangre azul caliente?
Genial el comentario. Un beso grande de bienvenida y ánimo, que el campo es muy sacrificado.
Me encanta que andes de vuelta con las energías playeras a tope.
Besos.
No sé si tendrás o no sangre azul, Inma, pero lo que seguro no tendrás será pimientos y tomates maceteros,jejejeje.
A mí también me ha dado por la parte agrícola o más bien, jardinera, y ahí ando intentanto sacar pa´lante unas macetitas una jartá de monas (si es que consiguen alcanzar la vida).
En cuanto al relato de nuestro guardián de las palabras, como siempre y para no peder sus buenas artes, me ha hecho reir. Gracias.
¿Qué sería de nosotros sin tí, amigo? Mil besos de azucenas.
¡JAAAAA!
Exquisita narrativa.
¡Me encanta este ¿costumbrismo-histórico?!
Y los nombres, los apellidos, las aclaraciones. ¡Y la idea del huerto sobre los fértiles antepasados! Grandes, estos Cromwell.
Jaja, Inma, una pena lo tuyo, a ver si pudiera ser que los pimientos...
Besos hortofrutícolas y nobles al estilo de Peneka.
:)
(Y, por favor, decidle a "este de abajo" que no soy un robot)
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