El
Infierno. Primera Parte.
Ayer, después de misa, como se han terminado
las clases de padel, estuve en el infierno. Entré con Dante, despistado todavía
y dando vueltas, junto con su primo bajito Mínimo Dutti. Se quedaron dando más
vueltas en el vestíbulo y entré solo.
El caso es que aquello tiene el termostato
estropeado. Ni más ni menos, así que se lo zampé al portero, un agente de
seguros sin redención posible. Y abochornado que se quedó, que no es fácil. Con
lo de los extintores caducados me propuso poner una queja por escrito; me
limité a poner el grito en el Cielo.
De la decoración, un rojo sangre intenso
tirando a morado carmesí bermellón, bien a la entrada, pero te cansas si ves el
mismo tono en los baños y la sala de estar, que es donde siempre están y son
todos los que están allí siempre. Yo me entiendo.
Recorrí las instalaciones nuevas, las de gente
sin puntos en el carnet, apropiación indebida o trajes muy modernos en
reuniones familiares tradicionales. Y allí, la verdad, se aburre uno. Venga
carbón, venga carbón, con lo que cuesta sacarlo teniendo en cuenta que allí no
se puede caer más bajo. Entonces, digo yo, ¿para dónde escarban las criaturas?
De reojo miré el mostrador y aquello estaba a reventar de hojas de
reclamaciones escritas en amianto, que la gente no es tonta. Pero como prisa
tampoco hay, se tragan lo de “vuelva usted mañana”.
Charlé con tres jefes de Estado que en vida se
daban la gran vida, se la daban de estadistas y anduvieron liados en
genocidios. A uno fingí grabarlo para una revista de Historia y cuando le dije
que cerrara los ojos, le di una patada en los güevos mismos. Se calentó el
ambiente, se puso nervioso y le recomendé una tila templada aguantando la risa.
Más se mosqueó y se lo llevaron entre dieciocho a tomarse la tila, pero hirviendo.
Al otro, le di francamente en los senos maxilares con una copia en piedra del
libro blanco de otro que tal baila, al que dejé quemao (¿entendéis?) al no
avisar de que su sillita ardía. Yo ya me partía. No digo nombres para no
remover leyendas, pero están sutilmente incluidos en la noticia, para los
lectores hábiles.
Después visité la cocina, de gas pero sin
conexión, por el peligro que supone un escape. Porque, eso sí, de allí nadie se
escapa. Y si se escapa algún gas, le llaman la atención con dos eternidades más
de condena de inmediata aplicación.
Terminé la ronda en un spa y por poco me quemo
las uñas de los pies al entrar en una fuente termal. Y es que si tienen que
estar allí, que controlen la birria de encargados que tienen. Me sequé pronto y
no dejé ni un céntimo de propina.
Al salir, con alguna mirada de rencor, llegué a
casa andando con la fresquita en Sevilla, a 45 grados. Oí un mensaje
en el contestador donde me citaban a una inspección en la Agencia Tributaria.
Cogí mis tres cajas de documentos y me fui para la delegación central, andando
por supuesto. Yo ya me había preparado para la entrevista. No me iban a coger
en frío.
3 comentarios:
JE.
Durísismo, el regreso. ¿Cerraste bien la puerta?
¡Y bien por dejar en su sitio a esos tres! (Al primero no estoy segura de identificar. ¿Uno muy antiguo? Jajaja. Bueno, ya me enteraré.)
Cuánta imaginación...
¿Hay planes para visitar el purgatorio y el paraíso?
:)
Estamos en negociaciones para redondear el crucero con el tour operator.
En breve habrá una oferta sobre la mesa.
Me encantan estas visitas.
Besos.
¡Pues sí que irías calentito a la agencia tributaria! Me ha encantado todo el ingenio derrochado en el infierno. Los personajes no me quedan claros del todo, pero los imagino ¿No son pocos? Muy bien eso de aprovechar para ensañarse con ellos, al fin y al cabo...¡ya están en el infierno!
Muy bueno el relato. Enhorabuena.
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