Grandes
catástrofes artificiales.
Se habla del huracán y de los terremotos como
si aquí no hubiera sitio para otro tipo de desastres, aquellos que provocan
daños irreversibles en cuestiones quizá más cotidianas, o que pasan
desapercibida para el público que mide más de 2,18: el llamado gran público.
Nos centraremos en rescatar –a base de llamadas
a las cuatro menos cuarto de la tarde- testimonios creíbles sobre cada situación
estudiada. Creíbles por los gritos al responder y el golpe al colgarnos (el
teléfono). Pero siempre se pueden apuntar palabrotas nuevas.
Testimonio 1: El caso de los calzoncillos
fláccidos.
Fue en Minesota, cómo no. Todo comenzó cuando
la Sra. Sara Honosará salió temprano de su casa y tropezó con la ropa que su
marido, Tom Tomghou había tendido delante de la puerta principal. Fue sin duda
un calzoncillo teóricamente blanco, sin más, que se adhirió como la tapa
pringosa de un yogur a las gafas de Sara, de forma espontánea, quizá empujado
por la leve brisa de la primera hora de la mañana. No fue solo que, al volver
del balanceo se llevara las gafas adheridas, sino que, debido a su flagrante
miopía, Sara movió sus brazos en el vacío intentando recuperarlas para lograr
tan solo una caída hacia delante de metro y ochenta centímetros, despreciando
escalones y rampas, finalizando en la acera, donde le esperaba un buen golpe en
la frente, al que atendió con el debido rigor y maldiciones.
La escena era presenciada por el dueño del
local de apuestas de la acera de enfrente, Joseph Tiembre, quien, profundamente
enamorado de Sara y su falta de agudeza visual, esperaba una oportunidad como
ésta para lanzarse a los brazos de su platónica amada. De hecho, la recogió del
suelo justo cuando, en otro vaivén de la caprichosa ventisca mañanera, un segundo
calzoncillo, aún más falto de almidón y entereza que el anterior, vino a
abofetear con fuerza el rostro de Josep, dejando que dos de los huecos de la
prenda, destinadas a ajustarse a las piernas del ausente Tom, produjeran el
“efecto antifaz” sobre el rostro del comerciante/mafiosillo.
Así fue como los fotografió la prensa, que
acudió con rapidez a la llamada de la cotilla del mes, la Sra. Ashley Yorden,
vecina de al lado de Sara, quien volvió al suelo a pesar de agarrarse a otros
dos del total de cinco calzoncillos tendidos por Tom al amanecer del día. Estos
dos últimos fueron quizá los que más dejaron ver su cualidad de falta de
entereza y ajuste, pues funcionaron como el peor de los agarres posibles en el
caso de que alguien no quiera caerse al suelo en su presencia.
La segunda recogida de Sara por parte de Josep
fue la que ocupó las portadas de los diarios de la tarde. En ella, Josep, en
plena orgía con un calzoncillo como máscara, agarraba por donde podía a Sara,
quien, con una “prenda quizá blanca, pero estirada, sin gracia", en cada mano,
parecía ofrecer una interminable noche (o día, era temprano) de lujuria y
perdición al hombre que escondía el rostro junto a ella.
Sólo el aviso de que un jabalí andaba por la
urbanización desvió la atención de las dos mil personas convocadas y Sara pudo
volver a casa con los bolsillos llenos de unos vulgares trapos blancos, sin la
menor enjundia ni evocación de su finalidad original.
A la hora de comer, Tom juró por sus muertos
que compraba un tendedero nuevo. Su mujer, con cara seria y mirando la
televisión, le dijo que bastaba con abrir el que compraron el día de la boda.
Tom no volvería a usar el cable de alta tensión que bajaba desde el poste de la
esquina de su calle hasta la puerta y retiró las pinzas metálicas. Una situación que comunicaría a la
compañía eléctrica lo antes posible. Mientras, veía el armario de los paños de
cocina lleno a rebosar de retales más o menos blancos, destinados a limpiar
cristales, persianas y sanitarios. Las tijeras de Sara habían hecho justicia a
su manera.
Agarrándose el sonajero con la mano izquierda, Tom
subió a su habitación, a buscar unas bragas que, bajo el pantalón, le
permitieran sentarse con comodidad a ver su programa favorito, uno que hablaba
de cómo soportar las tensiones sin perder la elasticidad del carácter. Lo
presentaba el famoso locutor Walton Torroh, que en su juventud fue uno de los
precursores del tanga masculino estampado.
2 comentarios:
¡Menudo follón de ropa interior! Así, así se gestan las grandes catástrofes que creemos naturales, generando un par de ellas articiales de ésta índole.
Por otro lado... ¡Mira que son incómodos los tangas!poco estampado les cabe ¿no?
Y tan grandes...
"Fue en Minesota, cómo no". Claro, dónde si no...
¿Tontorro puso de moda esas bonitas prendas masculinas?
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