En el Espacio.
En el sótano de la nave de reconocimiento
soviética Máspayavoi, haciendo la colada, el capitán y piloto Iván Depris se
quedó a dos velas. No sólo echó en falta el cuarto de rublo para hacer
funcionar la lavadora marca Komolaniev, sino que se vio falto de luces,
entendida como potencial energía eléctrica, y no como incapacidad de
razonamiento como sí la entendía la tripulación excluidos él y su cucaracha
rubia y alcantarillera Sigrid Sventon.
El hecho no tendría mayor trascendencia si no
fuera porque, además de ser el encargado de las toallas de la nave, también lo
era de los calcetines. Pensó que NO sería la primera vez que recibiera en plena
estación orbital un sobre postal de 40x40, cartón flexible plastificado, con
acuse de recibo, enviada por Antonio Puskas, el tovarich número 4 del partido,
pidiéndole explicaciones sobre “esas formas” de pasearse sus ingenieros/as por
el espacio, esgrimiendo unos cubrepieses que daban grima por la pringue que
llevaban adherida.
Al salir a tientas de la sala de máquinas, tuvo
cuidado de no pisar a Sigrid y, sin llegar a la docena de golpes recibidos al
avanzar en muslos y cabeza, dio con la sala de reuniones importantes, donde, se
lo temía, su cachondón segundo de a bordo, el famoso ex torero Poncito el de la
Moskova, le esperaba sentado junto a su asiento con dos velas encendidas.
–Se las he sacado por diez kopeks al capellán,
reverendo ortodoxo pope Ambroas Malasgratias, señor. Un pelotazo, señor –dijo
sonriente al verle entrar y tropezar sólo un poquito con un perchero de roble
macizo de los Urales a prueba de termitas.
–A partir de ahora, las reparaciones en el exterior,
con botitas. Se acabó –dijo Iván de forma terrible.
Para hacer oficial la medida, Poncito convocó a
la tripulación al completo, que acudió a trompicones por los estrechos pasillos
que llevaban a la sala. Por el camino, consecuencia de la falta de espacio
dentro de la nave –fuera sobraba sitio-, hubo una propuesta –habitual- de
mezcla de razas eslavas con otras todavía más eslavas. El capitán tuvo que
salir a poner orden y gritó con todas sus fuerzas “¡Mosavé, mosavé, si el resto
del día no hacéis otra cosa!”, dirigiéndose hacia el lado contrario del que le
enviaba jadeos, cremalleras atascadas y botones al aire. Finalmente orientado,
sacó la escoba y destaponó el pasillo de forma radical, como se ha hecho toda
la vida con las parejas adhesivas.
Menos mal que no se podía ver el estado en el
que acudían las tres tenientas, Sonia Laflautova, Sofía Dinadien y Anastarta
Prejinenka, que, junto con el experto en refriegas Igor Dinflón, completaba la
tripulación del Máspayavoi.
–Habrá que reestructurar la vida en nuestro
pequeño mundo –dijo Iván serio como pocas veces en su vida, dirigiéndose al
perchero. Las dos velas mantenían un pábulo de dos centímetros y se procedió a
su apagado pensando en situaciones de emergencia.
–Usted proponga, líder espiritual –dijo Sonia
metiendo sus dos manos en un pantalón que, gratamente sorprendida, comprobó que
no era el de Iván.
–OOOUUYYYch, –dijo Poncito al recibir la
intromisión de dos manos llenas de uñas a la altura exacta que provoca
normalmente esa expresión.
Sofía y Anastarta derivaron en la oscuridad,
como leonas silenciosas, sin rozar ni una sola de las seiscientas bien
calculadas sillas de la Sala, de modo que Igor las recibió, igualmente
acostumbrado, con los brazos abiertos.
Quizá más que dolido por la falta de una mínima
atención, perdido del todo en una oscuridad extensible al infinito del
Universo, Iván localizó la puerta, fue al cuarto de mantenimiento y volvió con
un fusible en tan corto espacio de tiempo que la tripulación al completo
declaró no haber conseguido ni siquiera tres puestas en órbita.
Iván puso en marcha el funcionamiento de la
nave. Y las lavadoras. Esta vez, a pesar de los presupuestos para investigación
espacial, puso suavizante. Quería limar asperezas.
Hora y media después, con lo difícil que es
secar las toallas en el Espacio, Iván volvió a la sala con todo doblado y dijo:
–Para puesta en práctica inmediata, dicto la
siguiente circular redonda interna:
“A partir de ya, no sólo calcetines limpios,
sino con la ropa puesta. Se acabó el trabajar de dos en dos –usted, Igor, hasta
de tres en tres- dentro del mismo traje, aunque se esté holgadito.”
El programa sociológico “Phollastaartarte
Dakías Tamarte”, se vino abajo. Desde el centro de control en la Siberia más
fría, los ingenieros tiraban a la papelera millones de cálculos que buscaban la
reproducción espacial sin fotosíntesis. Ni siquiera candelabros. Lloraban ante
el invencible impedimento de una norma establecida en una nave por un capitán,
aunque fuera tonto y se equivocara de nave. Sólo algunos sentimentales se
quedaron para sí las doscientas cintas de video en formato 3D donde Sonia y sus
compañeras rectificaban con sus conocimientos la trayectoria de alguna que otra
antena parabólica.
Hasta Sigrid –con una cruz- firmó la propuesta
de mandar a Iván a pintar de blanco la nieve de Vladivostok.
3 comentarios:
JAJJJJJJJJ. ¡No nos falta de nada!
Cómo agradecemos toda esta información y es que sabemos tan poco de estas misiones…
Yo me pregunto por qué no aprovecharán el espacio exterior con un avancé adosado a la nave, de esos de caravanas fabricados en poliéster ligeritos de llevar, con sus mosquiteras… ;)
¿¡Y seicientas sillas en la sala!? ¿Pensando, quizá, en ofrecer algún concierto?
Besos. Sin gravedad.
“Yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón”
^ ^
Un pavo real se pasea
en Galaxia oscurecida
y el comentario de Clea,
comenta y le pone vida
a este cuentito enseguida
para que en la oscuridad se lea.
¿En esas misiones llevan cucarachas? Ea, pues ya no voy.
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