Hace aproximadamente un año, mi marido y yo decidimos convertir un local comercial abandonado en un apartamento con posibilidades de alquiler. La obra se terminó y, tras la entrega de llaves, nos dispusimos a arreglarlo. Compramos algunos roperos de Ikea, de esos que te pasas varios días montando, y entonces descubrimos que no estábamos solos. El local, con una zona a doble altura, se había resuelto con un hueco bajo el suelo de la cocina. Era una especie de mini trastero con una puertecita lacada en blanco, tras la que se ocultaban restos de losetas de la obra, bolsas de cemento, y... ¿Qué es eso que suena ahí dentro? Abrimos... ¡Dios mío! ¡Una rata!
Clausuramos el hueco. Nos pusimos manos a la obra y compré una enorme ratera. Le pusimos nombre "Filomena"(por no hablar de ratas en la mesa, ya se sabe que es algo molesto). Ahora sé que no se debe poner nombre a una plaga pues la diferencia entre un parásito y una mascota, es precisamente eso, el nombre.
La ratera era una especie de jaula donde el animal quedaba vivo (no encontré otra cosa en la ferretería de barrio). Al día siguiente estaba allí. Chillaba y me miraba con sus enormes ojos negros. ¡Qué grande! No era ni fea, y me miraba de un modo... Me puse nerviosa, no sabía que hacer, y el chico que estaba ayudándome a montar los roperos, se ofreció a matarla o hacer lo que yo dijera. Mientras el joven me contaba todas las formas posibles de asesinarla poniéndome el vello de punta, yo miraba a la Filo. Me miraba ella. Entonces, le dije al chico que la soltara lejos de casa. Y así lo hizo. La soltó a escasos 100 metros y al día siguiente regresó.
[continuará]
2 comentarios:
Doña Filomena, bienvenida, es lista.
¿Tanto o más que el hambre?
¿Reclamaba su territorio?
¿Su nacionalidad?
¿Su hábitat?
¿Y su partida de nacimiento?
El público quiere saber.
¡Anda que yo tuve una Filomena en mi casa...!
Me gusta saber que hay más que contar.
Un beso. Voy a por la segunda entrega.
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