Doña Victoria Cornualles Candenflor, portera
que acababa de renovar su cargo en las últimas elecciones de la comunidad, me
clavó la mirada en cuanto entré en el portal la mañana del lunes pasado, recién
llegado de las Islas Portaminas. Se me encaró, quizá, por el barro que
distribuí con mis botas en el recién fregado suelo del zaguán. Después de una
reprimenda a todas luces más de ritual que de búsqueda de mi arrepentimiento y
posterior pase de una bayeta en posición humillante, me atrapó por la corbata,
me izó y me llamó a confidencias junto a los buzones, un lugar siniestro,
oscuro y húmedo. Ella conoce bien los perniciosos efectos de una permanencia
larga en ese tétrico rincón, así que fue breve mientras conocí y valoré su
fresco aliento de menta ante la proximidad de sus cotillas labios:
–Doña Cristobalina Doré Calzasblues, la del
ático dos, vedette y modelo emblema del edificio, se nos ha hecho monja sor durante
el fin de semana. Y usted en las Chimbambas, pedazo de holotúrido, y yo
inactivada como portera en funciones.
Eran unos sustantivos a tener en cuenta los de
su intensa alocución. Me quedé con los dos que suponían un cambio radical en
los hábitos de doña Cristobalina, que en el futuro se presagiaban –para mi
pesar- mucho menos verderones y más negros.
Recuperé el control de mi corbata y a modo de
tango conduje nuestro conjunto de dos figuras hacia la puerta de los
ascensores, lugar con cierto riesgo de coger frío debido a la corriente, pero
con la opción de ayudar a quien no puede por sí solo abrir la puerta y, quién
sabe, coscorronear el cogote de los menores de diez años que insisten en
transgredir la norma de no viajar en solitario a su edad. Mi voz sonó grave,
como la situación se mostraba en el pasado y requería en adelante.
–Andacoño –dije y ella asintió con un amén
mental. Una aquiescencia pura.
Salió del breve trance y metió la fregona en el
cubo, la escurrió y en menos de lo que yo tardaría en preparar un vaso de agua
del grifo recogió el resto del barro desparramado en mi desplazamiento por la
portería, me levantó en volandas y me dejó caer con suavidad sobre la fregona,
dejando inmaculadas las suelas de mis botas. Fue el tiempo que empleamos los
dos en soñar con tramar un plan perfecto, o al menos que se pudiera contar en
junta de propietarios.
En cuanto la brisa secó el suelo y nos hizo
estornudar al unísono, ambos nos retiramos a nuestros quehaceres. Doña Victoria
a su portería y yo a mi ático donde desarrollo mi labor artística. Soy pintor
de mujeres.
Descansé un rato y me propuse pensar en
soluciones urgentes y válidas. Viendo que el rato se dilataba, bajé de nuevo a
la guarida de la portera, con quien me encontré en la mitad de las escaleras,
subiendo a verme, según me dijo.
-Yo no sé si es que no es lo mismo –me dijo sin
que supiera qué pregunta no hecha me estaba respondiendo. Le contesté con
firmeza:
-Nada de manifiestos ni pancartas. Nada de
actuaciones oficiales. Esto lo haremos como un comando, aunque después, si nos
cogen, no respondan de nosotros. Sígame o sígase con sus quehaceres. Aceptaré
lo que decida.
En cuanto doña Victoria dejó caer su última
prenda de blancura inmaculada sobre el rellano, me vi obligado a cursar una
petición no documental relativa a sus carnes. No soy de natural complicado y
valoré en pocos instantes los deliciosos matices rubensianos del cuerpo de
nuestra correveidile número uno. Sin más que hablar, dejando su ropa tirada en
el descansillo, la hice subir conmigo.
Su entrega fue absoluta. Su mirada, plena de
luz.
Gracias a ella terminé el cuadro que
Cristobalina me habría dejado a la mitad.
Cuando anuncié la última pincelada, doña
Victoria dejó su pose y se acercó a ver el resultado. Se sintió bien tratada
pues rejuvenecí algunos de sus rasgos faciales. En cambio, me regocijé en sus
curvas, ella lo notó y con la fuerza que exprime sus fregonas me atrajo hacia
ella.
Antes de que me llevara en volandas al lecho,
una patada en mi puerta sin cerradura anunció la entrada de Cristobalina. Venía
despeinada, y con el tiempo justo de haberse incendiado los labios de carmín en
el taxi que la trajo de vuelta del convento.
-Hay excedente de cupo –dijo refiriéndose a la
Orden de las Bicloratas de Santa Borla-. Me han dado número para la siguiente
promoción, dentro de no sabemos cuánto tiempo.
Notó que nos alegramos por ella cuando saqué
una botella de champán del frigorífico y tres copas.
Con la elegancia del maestro Juan Belmonte,
doña Cristobalina dejó caer con suavidad las ropas de que traía en un hatillo y
después las que la alejaban cada vez menos de la desnudez. Me vi sitiado. Se
trataba de una emergencia.
-No es momento de discusiones –dije-, sino de
ver el resultado final al fundir lo mejor de cada una de ustedes, señoras mías.
Lo entendieron igual que yo, incluso en lo
relativo al cuadro.
Desde la ventana, la futura solicitud de
ingreso en el convento, hecha mil papelitos, daba vueltas en el aire gracias a
un pequeño remolino de brisa.
En la próxima reunión de comunidad, no sería
necesaria la renovación del cargo de musa. Al contrario, tendríamos un glorioso
Biunvirato. Y mis cuadros, 90% del presupuesto de la comunidad, duplicarían su
precio.
6 comentarios:
Qué pintor tan suertudo ¡se le desnudan sin más por el rellano! Y eso que no tiene pinta de galán precisamente porque debe ser bajito, ya que la portera lo coge por la corbata y lo pone donde le place o le limpia los pies contra la fregona. Por cierto, si es pintor ¿por qué usa corbata? En fin, cada uno... Y anda que la otra pobre, ya que estaba dispuesta a cambiar de vida ¡qué injusto! ¡Pobre señora con la crisis que tienen los conventos! Pero sin duda estará mejor con el pintor. Al menos más divertida.
Recordando viejos tiempos leyéndote, me ha llenado de alegría, compañero. Para festejar aún más este relato, propongo...tatatachán...
¡Ir a tomarnos una copa a la Taberna del Pintor.Si no la concéis, os gustará.
Un abrazo y qué gusto como siempre, pararme a leerte.
Esto es un regalo: volver a teneros cerca, y juntas.
Falta, está claro, la reunión y la copa.
A la espera quedo.
Besos.
¿Dónde está esa taberna?Suena bien, muy requetebien. ¡¡Me apunto!!
No te lo digo, te llevo. Bueno, te lo digo, pero no vayas sin mí. Está en Los Bermejales. Es minúscula, pero encantadora.
Id pensando cuándo vamos.
Probaremos la taberna. Dí tu cuando. Supongo que tras la semana santa.
Publicar un comentario