El
vampiro López encontró un buen trabajo. De diez de la noche hasta las seis de
la mañana. No había problemas graves que resolver en el puesto de vigilancia
del depósito de plasma y él sabía distraer un par de bolsas al mes, tanto de
donantes con exceso de colesterol como dietistas.
Cuando
conoció a Lucy Van Helsing IV, heredera de la mayor saga de caza vampiros de la
Historia, como la nueva jefa de planta del turno nocturno, sus colmillos se
erizaron. En vez de huir, trataba de evitarla. Armada de una estaca de caobilla
fina, afilada y brillante, la mujer se daba entrada en el edificio, se colgaba
un crucifijo y, hasta arriba de ajoblanco cordobés, se iba a por él, que la
esquivaba como podía mientras ordenaba las estanterías con bolsas a punto de
caducar. Apenas podía sentarse a cenar tranquilo. Sentía a su perseguidora
acecharle y aprovechaba las pausas de la mujer –ir al baño, revisar los
presupuestos del año en curso– para ordenar sus ideas y las bolsas, los tubos y
los frascos. Hubo noches en que sólo le quedaba el recurso de hacerse niebla,
con el peligro de fundirse con una sauna abierta que dejó Lucy o de ser
engullido por una aspiradora, que apagó a tiempo. Desesperado, recurrió a una
nube cercana y acertó a soltarle un trueno por la espalda, que, desprevenida,
le chamuscó el cierre del sujetador. Por fin, ella también sintió miedo y se
retiró a su despacho, a terminar y enviar la contabilidad. López sabía que
tenía unos minutos preciosos y envió su inventario.
Cada
mañana, el centro reaparecía impecable, sin la menor muestra de una batalla
descomunal, planta a planta, pasillo a pasillo.
El
acuerdo de alto el fuego, efectivo a partir de las tres y media de cada
madrugada, dejaba tiempo suficiente para devolver los muebles a su sitio y
repintar cualquier desconchón producido por las refriegas entre ambos. Después,
el ambiente se regeneraba con la difusión de un ambientador fabricado por
López, hecho a base de flores silvestres.
El
centro de clasificación y mantenimiento de plasma obtuvo un informe favorable por
parte de los Servicios Centrales y todos los trabajadores obtuvieron una
gratificación extra en función del trabajo bien hecho. López y Lucy recibieron
un premio personalizado. Cuando fue, sola, a recogerlos ella envolvió su estaca
en el diploma a nombre de él y al dárselo se la hundió por fin en el pecho.
López tuvo el tiempo justo de clavarle los colmillos en el cuello y pasarle un
pendrive con el último inventario, sólo pendiente del camión de las doce y
media, tras la campaña de donación de verano. Ella, antes de desmayarse y
emerger como una Nosferatu, descargó el pendrive en el archivo general y
comunicó a la Central su deseo de continuar en el turno de noche para el
siguiente año. Ya más tranquila, se arregló como pudo sin poder verse en el
espejo y preparó la solicitud de un nuevo encargado del almacén para el mismo
turno.
Un
segundo antes de enviar la solicitud, arrancó la estaca del pecho de López.
Sin
duda, era el mejor trabajador que había pasado por el Centro de Plasma: no tenía
sentido sustituirle. Le ayudó a levantarse y le puso delante una bolsa de
sangre fresca del día, enriquecida por algún Centro de Alto Rendimiento
Deportivo sin especificar. En breves instantes, López volvió a resucitar –y en
menos de tres días, decía aguantando la risa– para incorporarse a su puesto de
trabajo.
Desde
ese día, para los dos, las noches se hicieron eternas, pero pasaban volando.
4 comentarios:
¡Qué historia tan increíblemente bien planteada! Por tu culpa ahora miraremos de otro modo a los pobres trabajadores de los turnos de noche, jajaja. Brindarían al final con un bloody Mary?
Genial lo del brindis, a falta de bitter.
Un beso.
¡JA!
¡Amor eterno y el paraíso!
¿Qué noches no pasarían libando despacito a la luz de la luna?
Perfecto.
:)
¡Qué bueno, Gabriel! Me río de "Crepúsculo" y todas las historias de vampiros para adolescentes. Son unos aficionados.
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