La condesa mugrienta.
“Una
mujer bastante guarra en sí misma, quizá autosobrevalorada”, dice el comienzo
de su biografía autorizada, titulada “La Pringue soy yo”, escrita a prudente
distancia por el investigador de la aristócrata con menor presupuesto de
lavavajillas (era muy bajita) de todo el reino de Mandertonia.
Ateniéndonos
estrictamente al contenido del libro, señalaremos a Yania Cespuma, su nombre de
soltera, como una de las mayores promotoras de la roña, tanto en lo personal
como en lo relativo a las dependencias de su castillo, una por una y en
conjunto.
Era
la Reina indiscutible de la costra pegajosa hasta que llegó su vecina Mari Lupe
Stosa, una teórica morena (renegrida en la realidad con tubos de escape) que
presumía de un marido unicalzónico, dato comprobable por certificado de su
fecha de compra y otro negativo de no haber pasado jamás por la lavandería.
La
primera confrontación entre ambas mujeres se saldó de modo drástico. Tras
invitarlos a un té difícil de identificar dentro de las tazas y sin avisar,
Yania hizo zambullir y remover al matrimonio recién llegado en una tinaja
enorme que contenía detergente a disolver en agua a cuarenta grados. Esto
supuso que, media hora más tarde, sus dos invitados fueran reconocibles a la
vista con sólo dirigir la mirada a sus rostros. Echando pompas por la boca y
soltando expresiones sucias, fueron ignominiosamente expulsados de la zona.
Aprovecharon su identificabilidad para hacerse las fotos y sacarse el carnet de
identidad.
Yania,
entre vítores, sintió que el corazón le latía al observar el resultado del
lavado de sus contendientes. Mandó salir a todos los presentes y, sin
pensárselo, se tiró de cabeza al agua resultante de la desinfección de los
Stosa. Salió triunfal, plenamente más sucia y churretosa de lo que se había
sentido jamás y desde ese día se juró que la suciedad sería no sólo el sentido
de su vida, sino el único motivo para vivirla.
Hizo
que centenares de doncellas fueran secuestradas y lavadas en su presencia para
succionarles su cochambre; posteriormente, utilizaba el agua en sus aposentos,
mediante un ingenioso sistema hidráulico de “agua reversible”, que rescataba
cualquier residuo de los filtros.
Su
desmedida ansia de roña la hizo aceptar que algunas de las doncellas
secuestradas trajeran incorporados algún que otro mozo con el que habían sido
sorprendidas en negociaciones rítmicas. No le importaba con tal de saciar su
ambición. También ellos sufrieron el robo de su guarrería personal y
abandonados después en una perfumería, donde eran recogidos y devueltos a sus
casas entre la ignominia por la pérdida de la inmundicia.
Presa
del frenesí, Yania no se detuvo hasta que consiguió la exclusiva del baño
bimensual de los mineros de carbón de la zona, sembrando también el terror
entre los encargados de engrasar las grandes maquinarias de los cargueros que
llegaban al puerto.
En
sus aposentos no desperdiciaba una sola gota del líquido recogido tras cada
noche de sus siniestras rondas. Durante una de ellas, necesitó dos botes de
champú para desincrustar y hacerse con tres de las cuatro capas de basura de la
piel de un vagabundo, que, en un descuido, pudo huir apenas hecho una porquería
para poder seguir su pedigüeño tren de vida.
Finalmente,
llegó el día que tanto esperaba la condesa. El campeonato nacional del Asco. Yania
aspiraba al primer premio y se sentía preparada.
En
las pruebas preliminares, Yania venció a Antolín Fecto y su docena de cochinos
con facilidad, llegando a la final tras ser descalificada la gran favorita,
Federika Gona, ganadora de la anterior edición, sorprendida cortándose una uña
sin explicación alguna.
Como
último obstáculo de la competición, había que rociar de gel al contrario y
evitar cualquier contacto con “detergente alguno”. Yania y su contrincante,
nombrada como “Chica Lamparón”, dotadas de aspersores de mano con un depósito
lleno de jabón líquido, comenzaron la batalla. En un primer disparo a
limpiarropa, su oponente se lanzó hacia atrás al estilo Matrix y esquivó el
chorro, cayendo además sobre unas boñigas blandas que quedaron adheridas a su
vestido para sumar así sus primeros puntos. Yania quería mantener la iniciativa
y, lanzándose a la charca de barro número 12, se deslizó sobre ella (sobre la
charca) para, en su recorrido deslizante, vaciar su cargador en plena cara de
su contraria, que dejó claro su rostro: de nuevo Mari Lupe Stosa, de nuevo su
archienemiga.
En
la entrega de trofeos, tras los discursos, cuando Yania se disponía a recoger
su reproducción en plata de una bolsa de basura sin asas y goteando, alguien de
entre el público hizo una reclamación plena de alitosis: Yania había llevado
“pegada a la espalda” una pastilla
de jabón no reglamentaria.
-Alguien
ha puesto eso ahí para inculparme –dijo Yania bajo la capa de fango.
-Que
sí, que sí, –dijo el organizador del torneo, entregando el trofeo a Mari Lupe,
quien dirigió la mirada a su marido y cómplice de la argucia.
Cumpliendo
las normas de la competición, Yania fue enviada a un lavadero de coches cercano
donde fue puesta en remojo y cepillada durante meses, hasta ser reconocible. Ella
misma se reconoció y la pasaron a planta. Al salir, aceptó presentarse cada
quince días a que le cambiaran la camisa de fuerza limpia; entonces quiso
volver a su castillo y no pudo soportar verlo convertido en una fábrica de
hidrocarburos que antes habían sido sus sábanas, paños de cocina, cortinas…
desde la puerta pudo ver a uno de sus criados, Bruno Huotro, que arrastraba los
pies recogiendo las hojas de los árboles, embutido en un uniforme que ya sólo
en el color recordaba a la caca. Parecía no tener alma, o que se la hubieran
robado, o algo peor: desinfectado. No se detuvo a saludarlo y se fue.
El
resto de sus días, sola, abandonada por los gérmenes, se dedicó a proyectar
modelos de fosas sépticas para casas que no cumplían con la Ley de Costas. En
su funeral, ni una sola papelera le fue vaciada y sólo algunos se acercaron a
depositar flores podridas en su tumba.
2 comentarios:
hoy he leido tuhistoria no se puede ser mas guarreta ,esa señora o lo que sea , necesita para lavarse un buen estropajo de aluminio, y una botella de agua fuerte , haria buen papel en iran ya que dice ese señor que la mujer que se perfuma es una malandrina, mandasela a el para que huela perfumes,verdaderos.es muy bueno, el escrito.
¡Hasta aquí ha llegado el tufillo de las dos apestosas ! Que gracia me ha hecho lo del unicalzoncillo. Pues no creas que hay cada uno por ahí...jajajaja se conoce que te sienta bien el verano, pero por favor no dejes de lavarte para documentarte.
Un besazo playero!
25 de julio de 2013 16:52
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