Ayer, sin duda, amé a mi mujer y a mis hijos. A
mi prima Lali no.
Ayer, en mi trabajo, rellené los formularios de
solicitud de recorte y peinado de cejas para las petardas –pero simpaticotas- de doña
Cloti Madora, doña Carmen Sajera y doña Fuencisla Balear. A doña Panegiria,
aunque es vecina, no. Y se quedó pobladísima de arcos supraoculares porque a mí
me dio la gana, que no oculto nada ni siento vergüenza o remordimiento de
labios por lo que hice. Ahí queda eso.
Ayer, cuando desayunaba, tiré hacia atrás el
papel de aluminio del bocadillo hecho una esfera casi perfecta y cayó dentro de
un té con leche en taza grande que se tomaba el concejal Perioles Mollult de
Manglades Porreset, un desagradable. La salpicadura fue demasiado democrática
para mi gusto, pues incluyó las gafas del citado concejal, el busto prominente
de su secretaria bajita, Roserinalda Shafautinha dos Maceiros, una lagarta
pequeña. O lagartija. O como recoño se diga, y la manga de Yordi Parrauviña, el
mejor camarero, dueño y único empleado del bar. Yo habría querido un reparto
exclusivo para la camisa blanca del Perioles, pero la vida, si te lo da, no te
da lo que te da cuando lo pides. Ella se organiza y tú a esperar a que te
toque.
Ayer, lo recuerdo bien, mi prima Lali me quiso
hacer un molde de la cara con la masa de una pizza y mis hijos y mi mujer,
rápidos y ágiles, la pararon en seco y le pusieron la peluca al revés, por ser
reversible, para que saliera a la calle con estilo rubiplatinputona en vez de
viuda morena afligida. “¡Ale, a hacerle la puñeta a otro primo!”, le decían los
gemelos, Prescott y Pratchet, que me quieren con locura. Mi mujer se encargó de
darle la última patadita en los riñones para que se animara a bajar la escalera
de un tirón. Y son seis pisos.
Ayer, en la pelumanicurestetimasajismería donde
trabajo, entraron cuatro clientas de toda la vida con el mismo número premiado
en las tres últimas. Gritaban como chiquillas. Tres de las cuatro, que son de
ley, venían con cafelitos y croisantes recién hechos, para compartir su
felicidad colectiva. La cuarta, doña Panegiria, que la llamamos Kruschev, no puso ni un céntimo para convidar.
Alquila cuartos en su pensión y
cobra una pensión, pero se agarra a una moneda de 0,5€ y la tienen que
separar los geos, siempre y cuando haya recibido antes, en la otra mano, el
bollo de pan y el cambio.
Las calles del barrio están tan mal que no
pueden caer más bajo, de pisoteadas que están. Se lo dijimos al concejal de urbanismo, el tal Mollult,
que se comprometió a traer en su Ferrari los sacos de arena y cemento
suficientes como para tapar los baches y la boca a los del FMI. Al ver que han
pasado ocho legislaturas sin solución por parte del edil, en los últimos años
he tratado de perjudicarle lo más posible la vida. Mi trabajo me ha costado el
cálculo parabólico de una esfera de aluminio prensado, de unos 150 gramos de
peso y alrededor de diez centímetros de diámetro. Ayer, por fin lo conseguí.
Un gran día, el de ayer.
1 comentario:
¡Dios mío! ¿A qué suburbios nos llevas? Amosavé:
¿Diario de un pelumanicurestetimasajismero? ¡Es como un disgustado permanente! ¿Verdad? JAJA
Imprescindible leer en voz alta (el acento catalán sale solo), el nombre y los apellidos del concejal. También el de la secretaria salpicada en el busto. (Esta vez sale solo el acento portugués. O gallego).
Panegiria, algo apegada al dinero, según nos cuentas, estaría, sin duda, ofendida por la humillación cejil. Hay que comprenderla, ¿no?
¿Y antesdeayer? ¿Por qué no se quedaría este hombre en la fiesta de la escalera de Pignoriso? ¡Se le tendrá que pasar la tontería de la flauta!
Jaaaaaaaaaja, ¿dónde te inspiras?
¡Dos horas de brunch, dice. ¡Pedazo convenio el del sector!
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