La semana pasada entró en nuestra peluquería la
concejala de Punto de Cruz doña Estebanita Macarena Deplaya, nacida en el
barrio y conocida como Jigitonto por la facilidad de caída al suelo en
cualquier situación: cuando jugaba en la calle, la acera, el parque, el
columpio o a la comba.
Venía con una sonrisa al punto del
agrietamiento facial, que, dicen sus biógrafos, es capaz de mantener hasta
tomando la copita de después de las celebraciones. Y de eso se trataba.
Mi jefaza y dueña del local de estética
universal, el centro que colma mis ilusiones profesionales, ponía en marcha la
semana pasada un nuevo sistema de secado cabellero, para la dama y el caballero,
que incluye la modalidad de peluquines. Es decir, mucho más allá del mecanismo
soplador, cálido y variable, envolvente y suave o fuerte, estaba el hecho de
que nuestro salón de belleza se abría al público masculino y al público bisoño
(portador/usuario de bisoñé). Y doña Estebanita, esposa y amante desgarrada
antes que concejal, se encalomó al evento mucho más para fisgar y enterarse de
por dónde respiramos que por ver cómo peinamos, despeinamos y volvemos a
peinar. Y es que el marido nuevo de Estebanita, el mismo de siempre pero casado
por varios ritos (el civil, el bantú, el marismeño, el protestado…) fue el
primero en venir a darse unas mechas en su postizo.
El casposo, El ESPOSO quiero decir, tiene unos
añitos más que la concejala, pero se las da de sandunguero, bailón, bebedor y
exitoso con toda mujer que se pasee por su radio de acción (que yo calcularía
en veinte centímetros, pero él mide en hectómetros, la criaturita). Esta
circunstancia obliga a la edila a un constante seguimiento de su cónyuge,
realizado bien a través de costosas empresas de vigilancia y control que los contribuyentes
pagamos encantados, o bien, en los casos sencillos, de investigación personal
del pollo pera: su hombre. Dado que en nuestro centro mundial de la estética
corporal laboran y se contonean más de tres niñas de contrastada turgencia, el
asunto requería, según ella misma, la presencia sólida e inmediata de doña
Estebanita.
Lo que sigue es un pobre intento de expresar o
recoger algo de cuanto sucedió desde las 9:42 (mi cerebro no procesa casi nada
antes de esa hora) hasta las 9:48, momento en que los geos, con su buen hacer,
se llevaban para su casa a un conglomerado (melé, marabunta, decía el sargento
de guardia) de mujeres que se agolpaban en la escena y que, según la normativa
vigente, emitía ruidos muy superiores a los permitidos, sin dejar oír la radio.
–¡Pero mira quién es, pero mira, pero
miraaaaahhhh!; ay shoshorro, qué alegría pa este sitio, qué nivel, qué
estatúscuo, qué fanfarria y qué más quieres, hijapordió –saludó mi jefa con los
brazos abiertos, rodillas algo flexionadas, como esperando acoger en sus brazos
a alguien que salta desde lejos, estilo Dirty Dancing.
–Pos que vengo –respondió Estebanita con una
cara cercana al cubismo– para poner en su sitio a las pelanduscas que acoges
con la única y sofística idea de arrancar a mi hombre de mis brazos.
Mi jefa tiene un primer guantazo la mar de
bueno. Lo zampó, quizá, demasiado pronto. La conce venía con botas pisotónicas
y vaya si eran útiles. Contabilicé un ajustadísimo empate de empujones y
bocados de caballo, a mandíbula abierta. Ya en el suelo, habiéndose mordido
hasta el NIF, vieron volar una peluca. La del pollo pera. No pudo darse peor
circunstancia. El botón rojo sangre de la máquina nueva, el que pone “máximo:
huracanado” para el secado de las melenas densas, que sin querer pulsé con la
fregona, fue demasiado para el arreglo final del pelucazo del presumido edil
consorte, que salió del establecimiento maldiciendo en holandés mientras las
dos mujeres elevaron el griterío hasta el nivel de ambulancia.
-Lagartona de cartón, sijaputona, estratega del
separamiento conyugal, toma gancho al hígado, toma este merecido golpe que hoy,
en nombre del ayuntamiento que me honro en formar parte, te endoso –declaró
para las cámaras la Estebani.
Ya dije que doña LolaPili había soltado uno de
sus mejores golpes al principio, lo cual le obligó a tirar de catálogo con
pataditas, darle vueltas a la falda de la otra y pellizcarle el cuello por más
de un lado a la vez. Esto equilibró el combate, que se embarulló en el momento
en que unas doce mujeres, de años sin definir pero hechas al defender la cola
en el pescado, tomaron parte en la refriega, cada una según sus inclinaciones
personales o políticas.
Sólo puedo certificar que, a las 9:48, recibí
un directo a la mandíbula, cual bala perdida, suficiente como para dejar de ser
el cronista oficial de lo que allí sucedió.
He pedido la baja por el móvil, desde lejos,
por si acaso. Y mi mujer me ha hecho tarta de manzana, con un dibujito de una
fregona hecho con mermelada. Me siento mucho mejor.
En cuanto mejore de lo mío, dentro de un par de
semanitas, pido el alta y me entero de los detalles.
7 comentarios:
que gracia tienes dice aqui que no hay comentarios te parecen poco los que tu has lazado yo te pediria hora para hacerme un retoque pero viendo como las gastan en esa peluqueria me astengo ,estupendo humor un besazo
Esa peluquería promete .lástima que el peluquero esté de baja! Un rato allí debe dar para escribir varios relatos. Me has alegrado el café. Un besote.
Jooooder qué bronca más monumental.
:))
¿El marido de esta es Perioles Mollult de Manglades Porreset o no se dan nada?
Yo digo, a que va a aparecer el de la fiesta en la "macetilla", el Piñoriso, y la termina de liar...
A mí aquí no me cae nadie bien, qué gente más antipática...
(Clea del revés)
Pues la verdad es que ha sido mala suerte: se han pegado tan fuerte porque se han rememorado, digo yo, pendencias antiguas del barrio que dejaron tirones de pelo pendientes. Y doña LolaPili, de pelos, entiende. La concejala, nada que ver con el concejal, sólo defiende a su hombre de las infinitesimalmente probables fieras que se le echaran encima debido a su sexappeal.
Poco más que reseñar.
Ah, gracias, no eran más que tontadas...
:))
¡¡vaya discusión acalorada y aireada!!
¡¡qué dominio de la defensa del marido vividor y mujeriego...!!
¡¡qué soltura de pelucas y tortazos...!!
¡¡qué desmelene, y nunca mejor dicho!!
¡Jajajajajay!, qué desmelene, es cierto. Pero es que para la hembra de raza, lo primero es lo primero. Y antes que concejala, y por su hombre, lo que haya menester.
Besos y gracias.
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