King Kong.
-Buenas tardes, ¿podría usted
poner su mondongo de modo que cupieran las cámaras en el plató?
-Pos bueno, pues lo pongo. Y
buenas tardes también.
-Dígame, señor Pong, ¿Qué tal
está Ping?
-Oiga, mire que hago ding dong
con su cabeza. Vacíleme lo justo. Es King, ni siquiera Ming, como en China.
¿Ssstamos o qué?
-Validado. Ahora cuéntenos
algo de la isla esa llena de gente que le tiene miedo, grita y se agarra unos
fiestorros que duran media película.
-Son gente buena y
trabajadora, que paga sus impuestos.
-Disculpe ¿le pone usted tasas
a esa buena gente?
-¿Pero sabe usted lo que
cuesta mantener una isla aislada, cara papa?
-Oiga, alfombra mullida,
olvide presentarse a un casting para papillas de dos a tres meses a niños de
Copenhague.
-Validado. Mire, que le
cuento. Allí no hay sitio para el atraque de grandes cruceros. Cada vez que va
un paquebote para allá, resulta que tiene que fondear lejísimos. Y ya sabe
usted el resto: flotar un colchón neumático con cadenas para traerme a
Hollywood y arreglarle la antena parabólica del Empire State es muy complejo.
-Yo no soy abogado, ni mucho
menos, porque soy aficionado a la charcutería, pero déjeme que le haga una
pregunta: ¿Cómo lleva el plan de evacuación en su isla?
-Si se refiere a letrinas
gigantes, nada de eso: hay mucho campo que abonar. Si en cambio habla de una
eventual catástrofe, volcánica o marítima, o quién sabe, una lluvia de
periódicos conservadores, mi isla cuenta con un sistema que no tiene
comparación: entre un par de perodáctilos en sus alas y yo en mis bolsillos,
prácticamente movilizamos a la población de chillones.
-En
cuanto a las macizas con quien ha tenido que trabajar, ¿con quién se ha sentido
más a gusto?
-Todas han sido ligeras,
rubias, amables y chillonas. Estuve, bien es cierto, ensayando mucho con
modelos de barbys oceánicas de gomaespuma. Al principio les arrancaba la cabeza
hasta que el director me cosió a multas y conseguí superarlo antes del ensayo
general.
-Y las balas. Me han dicho que
si ha sido sin querer, que para usted eran como la picadura de un mosquito…
-No se fíe de esos que
empiezan por un perdigón y un “uy usted perdone” y terminan desde un Harrier a
base de munición tamaño supositorios ajustados. No miran nada.
-Aun así, también usted ha
tenido que responder al seguro de un par de aviones.
-Hi, hie, hie, hie… aaaay qué
cosas. Verá usted, con los mosquitos que tengo en la isla, ando a manotazos a la hora de la siesta. Cuando
subía y vi a los aparatejos esos girando a mi alrededor, pues… hie, hie, hie,
¿qué quiere que le diga? que pensé en mis bichos de siempre. Y, oiga, que
picar, picar, picaban con la misma mala leche, no se confunda.
-¿Cuándo vuelve usted a su
isla?
-En cuanto visite a un gorila
amigo, en Cercedilla, me cojo unos diítas en mi paraíso encontrado por los
carajotes de siempre. A ver si les escoño el GPS y me dejan, entre unos y
otros, cien o doscientos años tranquilo.
-Ha sido usted muy amable,
señor Kong. Le agradezco que me haya destrozado el plató para sentarse y espero
que lo pague.
-Por supuesto que he venido
encantado y que espero que encuentre usted un patrocinador que valore el
resultado de su trabajo y le pague las sillas y demás, porque de mí se puede
usted esperar el más grande de los…
-Deje, déjelo usted para
sembrarlo en su isla, muchas gracias.
Señoras, señores, hasta aquí
el monotemático asunto de hoy. Muchas gracias y hasta la próxima.
1 comentario:
Ese entrevistador es un poco borde ¿no crees? Se merece el... Con el que el entrevistado abona la isla, jajaja ¡q guarrote el simio y encima cobrando tasas! ¿Será el principio del planeta de los simios? Daría para más historias!!! Me alegro que hayas vuelto. Un besote.
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