Aquel sonido de saxo venía directamente de la calle. No es habitual, ya entrada la noche y con aquella ola de frío, por lo que me asomé con curiosidad tras el visillo. Allí estaba el músisco, en medio de la plaza, algo desgarbado, con un largo abrigo camell, y su pelo largo y ensortijado medio canoso. Le melancolía resbalaba de cada una de sus pulcras notas mientras paseaba lentamente de un extremo a otro de la plaza. Los pocos viandantes lo miraban con una mezcla de sorpresa y de sospecha. Mientras tanto, sus notas rasgaban la noche y me evocaban el París de los años 20 que no viví pero que admiré en las películas de Woody Allen. Y así, acunada por su melodía, esa noche me dormí muy tranquila. Han pasado un par de meses desde entonces y aún no ha regresado. Quizás no lo haga nunca.
lunes, 16 de marzo de 2015
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1 comentario:
Delicioso el reencuentro. Melancolía, música y un desconocido para un momento mágico.
Buen golpe.
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