Dos vigilantes del espacio, agentes sin graduación, hacían su ronda. Discutían sobre la Gravedad Rara, según las últimas tendencias de la Geociencia, y, de vez en cuando, cuestiones más sencillas. El más viejo, Selenio, defendía los sentimientos espontáneos. El más joven, Teluro, los negaba.
-Todo es química, química pura –respondía Teluro a cada intento de Selenio por demostrar sus ideas.
-Está bien, te pondré un ejemplo –dijo Selenio-. ¿Te basta con un ejemplo?
-Con uno basta –respondió Teluro con aparente hastío.
Decidieron parar en una órbita de un planeta pequeño: la Tierra. El ordenador central de la nave, una máquina resabiada, soltó una carcajada con sonido metálico al bajar hasta una velocidad ridícula, cercana al triple de la velocidad de la luz, para poder observar el movimiento lento, torpe y simiesco de los habitantes de esa bola azul perdida en una Galaxia ínfima como aquella. Pero ni los vigilantes ni el ordenador hicieron más comentarios al recordar que ninguno de los tres tenía méritos para aspirar a vigilar una zona de más prestigio. Ni los resultados de sus últimos exámenes presagiaban un cambio. Decidieron ralentizar aún más la velocidad para tener imágenes en tiempo real de lo que pasaba entre los seres humanos.
Enfocaron una cámara de grabación digital casi en desuso pero al menos automática, para captar alguna que otra escena. Al azar, el objetivo se dirigió a una muchedumbre dividida en dos grupos que, a ambos lados de una calle, se enfrentaban. Si bien su intención no parecía otra que atravesar la calle y cambiar de acera.
El ordenador seleccionó a una mujer joven, vestida con un sencillo pantalón azul y una camiseta blanca. Llevaba el pelo suelto y sus ojos miraban a un hombre algo mayor que ella, que dobló un periódico bajo el brazo en el momento en que notó que los ojos de la mujer se fijaban en él.
Al comenzar a sonar un pitido monotono e intermitente, una pequeña figurita verde avisó a los dos grupos para que, entrecruzándose, se dirigieran al otro lado y siguieran su camino.
Pero el ordenador seleccionó en su pantalla al hombre y a la mujer porque, al llegar al centro, se pararon como dos bailarines, se miraron y, girando lentamente, acercaron sus labios a pocos centímetros. Dado que la figurita verde era sustituida con urgencia por otra roja, el hombre y la mujer se separaron y corrieron hasta la acera.
-No ha sido nada extraordinario –dijo Teluro. –Nada ha ocurrido que delate que un sentimiento fuera de lo común haya desequilibrado la mente de esos dos seres.
-Fíjate mejor –dijo Selenio. Y le pasó de nuevo las imágenes grabadas.
-No veo nada –dijo Teluro algo irritado-. Nada de nada.
Selenio, echándose hacia atrás en su mullido sillón relleno de bioxígeno comprimido, se rió de buena gana.
-Hasta tú te has enamorado, muchacho. Cuando el semáforo avisó de que debían seguir caminando, cada uno de esos seres se separó para volver al mismo sitio de donde había salido sin dejar de mirarse. Media calle fue suficiente para enamorarse.
-Media calle de un planeta perdido –archivó el ordenador.
-Media calle de Sevilla –aclaró Selenio, encantado.
6 comentarios:
Ole, ole y ole!!! Sevilla tuvo que serrrrrrrr... escucha cómo te canto :-)
Que forma más bonita de demostrar que el amor va incluso más allá de la química. Sólo nos agarramos a ella porque no encontramos otra explicación. Bueno, pues aquí la tienes, aquí nos lo has contado.
no es dificil saber cuando se está frente a uno de tus relatos. Eres imaginativo y sobretodo pero que mú sevillano. No sé hacer críticas.Solo sé cuando algo me llega y esto me ha llegao directo a mi ventrículo izquierdo.
Beli, soy de Cádiz. A Sevilla la aprendo a querer cada día, poquito a poco.
Y gracias, ventrículo mío.
Media calle de Sevilla o de otra aldea cósmica. Un vigilante que me explica qué es la gravedad rara. Y nos dice fíjate. Y me fijo. Y en media página, tortolitos.
Un modo muy original de plantearlo. Curiosa idea. Siempre me sorprendes.
Inteligencia a raudales es tu tarjeta de presentacion. Creo que estas avanzando mucho porque tu estilo esta mas sencillo y puro.
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