Hace dos días que el sol se asoma tímidamente entre las nubes del frío Copenhagen. Esa luz añade a sus calles un aspecto diferente, más colorista, con más vida.
Imagino esta ciudad en primavera, debe ser hermosa, y relucir entre el color de esas flores que ahora adormecen y no dejan ver toda su intensidad. Sin embargo, me cuesta imaginar las horas del día como allí. Aquí los días son tan cortos y las noches tan largas que todo parece estar al revés.
Ayer vimos el castillo de Rosenborg, recargado hasta la saciedad en su interior, rococó en estado puro; sus jardines ahora apagados invitan a pasearlos y a contemplar su imagen poderosa alzada sobre un pequeño montículo a cuyos pies un estanque alberga a un centenar de aves.
Y todo ello, bien abrigaditas y sintiendo la caricia helada del dios Eolo.
2 comentarios:
¡Cuánto estoy disfrutando con tus crónicas! Dignas de una gran escritora.
Me engatusa el tono tan cariñoso con que nos presentas la ciudad. Encantado, Lady Copenaghen.
Gracias por compartir. Besos.
Publicar un comentario