Como ese día tocaba hacer el amor, el marido se levantó temprano y preparó el desayuno. Tomó una bandeja blanca y colocó sobre ella un zumo de naranja, café, fruta recién cortada y unas tostadas con rodajas de tomate y aceite. Junto a la servilleta, colocó una flor.
La esposa, recostada sobre unos almohadones de seda, se acomodó para compartir la comida.
Se miraron tras el último sorbo de café y uno al otro se limpiaron con delicadeza las comisuras de los labios.
Una vez retirada la bandeja, cada uno se sentó en su taburete para ajustar perfectamente su catalejo y espiar a los vecinos, a los que ese día, según costumbre, les tocaba hacer el amor.
8 comentarios:
¡Qué lástima! Tanta preparación para eso...Me gusta cómo está planteado el relato y te felicito por su extensión, que conociéndote es más que un logro.
No dejas de sorprenderme, canalla.
De neuevo, esa carcajada, de nuevo ese "toque gabrielano".
¿qué sería del blog y de nosotros sin ti?
¡Muy bueno Gabriel!El relato es un puntazo. Felicidades.
Oi oi oi, con lo que me gusta a mi eso de espiar. ¡¡¡Qué ideas mas malas me estas dando!!!
¡Qué tontos, en vez de ponerse ellos manos a la obra, y que bueno tu puntazo!
¡Ja, bueno e inesperado final!
Igual se animaron después.
Yo estoy de acuerdo con Isa y con Inma... ¿no sería mejor que ellos hicieron lo suyo? Seguro que se les acabarían los remilgos y le cogerían el gusto a mojar "el bollo en el café"
Ay... ¡qué poco entretenía que es la gente"
Jajaja, sí que es verdad, giro inesperado... parecía un ritual, y al fin y al cabo lo es, pero para otros menesteres.
Besos
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