martes, 1 de febrero de 2011

Vecinos (1).

INDESCONTROL.

La espesa niebla empañaba los cristales de las perpetuas gafas de sol de Pepe Luis Somoza. En su pausado caminar un observador imparcial pronosticaría dos finales no necesariamente alternativos ni excluyentes basados en el suelo resbaladizo y su habitual despiste: o bien un mal aterrizaje o igual un desigual cuerpo a cuerpo contra el muro de arbustos que serpenteaba a su izquierda y que limitaba los jardines de su repentina vecina, una diosa morena recién llegada que le había provocado un escalofrío previo al vértigo. Y gracias a un sencillo gesto: ése que acompaña al subirse de nuevo al hombro el tirante de una camiseta. La dosis mínima de coquetería enviada desde una ventana mientras él tendía las reglamentarias prendas de vestir de un hombre soltero y solitario de nacimiento que, si alguna vez había tenido el valor de estar cerca de una muchacha y mirarla a los ojos, lo hizo en sus sueños, bajo un estricto control onírico de los movimientos y diálogos. Lo justo para recordarlos al despertar durante el mayor tiempo posible.

El hecho es que ahora esta muchacha soñada tenía rostro y Pepe soñó despierto con salir a ese mundo que temía y odiaba para lo que no fuera ganarse el sustento, escondido en esa forma de vivir que decían de él.

Así que Pepe tomó la múltiple decisión de no resbalar ni caerse al brincar, quitarse las gafas y volverse para casa. Esa misma mañana, en lugar de ir a trabajar, iría a hablar con ella. La de la camiseta de tirantes blandos.

De pie ante la casa de su vecina, en el momento de coger aire y tocar el timbre, ella abrió la puerta.

1 comentario:

inma dijo...

¡Qué alegría que Pepe se decidiera a cambiar su rutina y fuese a hablar con su vecina! Un buen final tan cerquita del día de los enamorados. Enhorabuena.