Funeraria
de Cool Krage Count. Missouri.
Adolph Both Brenterley, dueño de la funeraria
Pallavás de Cool Krage Count, se murió el gilipó sin avisar a nadie. Y mira que
su tía abuela Dermoginalda Brat Both se lo tenía dicho: niño, como se te mueras
sin avisar te muelo a palos. De hecho, en el improvisado entierro, la rigidez
cadavérica de Adolph obligó a Dermoginalda a sacudir los abdominales oblicuos
de Adolph durante media hora, al objeto de que el encaje en su nuevo envase se
produjera con cierta facilidad.
El problema ahora era quién se hacía cargo de
la funeraria en el pueblo. Doña Dermoginalda salió por patas, a una velocidad
impropia de sus años, luciendo en su huída y con la inapreciable ayuda de un
viento de fuerza 4, hasta tres de los seis encajes de sus blancas sayas bajo
las cuatro faldas negras con que habitualmente acudía a los entierros.
Al no haber candidatos voluntarios ni
familiares, el puesto de funératra se decidió –por sorteo- que sería por
sorteo.
No hubo campaña para ganarse el voto de los
vecinos y obtener el puesto. Al contrario, en varias ocasiones a lo largo del
día, algún viandante se paraba en un lugar transitado del pueblo –hasta veinte
personas podían llegar a cruzarse con él- y a voz en grito declaraban que, si
lo escogían para el puesto de Adolph, se encargaría de darle una
frecuencia extraordinaria a las
actividades de la empresa. Como no entendían bien, alguno lo aclaró bien claro:
-Como para el futuro que viene se me cojáisme
de archivador eterno de cadavéricos cuerpos presentes, me jarto de matá y de
matá, cagonlapeste. Que yo no sé estarseme quieto en mi puesto de trabajo,
brazo sobre páncreas todo el día.
Aquello SÍ que estaba claro.
El alcalde, Horacius Pempemtoke Asbad,
emborrachó a todos los que pudo para convencerlos, teniendo en cuenta los
recortes para borracheras que había llevado hasta Cool Krage Count la temible
crisis. Pero de nada le sirvió. Al contrario, recibió un escobazo por parte de
Shirley Templeton Subut, esposa de Robin Show Biñopsia, quien estuvo a punto de
morir debido al coma etílico inducido por el alcalde.
La solución no llegaba y la gente tenía miedo a
morir. Como si antes de faltar el guardafiambres no lo hubiera, pensó el
alcalde.
Hubo tormenta de ideas. Algún vecino pensó que
la autoconcienciación individual de cada uno por sí mismo, interior y sobre
todo intrínseca, podría dar una tecla armónica al desastre aparente de falta de
hueco en la eternidad insoslayable. Este vecino fue mandado al pedo, pero no
perdió el empleo gracias a que nunca había dado ni golpe.
Finalmente, como en todos los servicios
públicos, un hombre gris vestido de gris llegó al pueblo después de leer en las
redes Libro Por la Cara y Bailador de
Twist que el pueblo estaba sin sembrador de fiambres. El servicio se hizo privado
y se individualizó la muerte para siempre jamás en Cool Krage Count, de modo
que cada ciudadano, en la espalda, se instaló un dispositivo de movimiento
zombie autónomo, con alcance máximo de cinco kilómetros (Cool Krage Count no
llegaba a dos de máximo recorrido) y con identificador por código de barras del
hueco personal ya establecido.
El alcalde, al ir a darle al hombre gris las
llaves de la ciudad, tropezó y se cayó dentro del hueco preparado para su
esposa, Almadia Bonella Mona, quien se lanzó dentro a socorrerle. Al salir,
hora y cuarto después, con los dedos índice y corazón en forma de V, las ropas
en desorden y una sonrisa pícara, la esposa dio el visto bueno al sistema,
tanto por dimensiones, anchura y altura, como por frescura con ausencia de
humedad.
Por la tarde, se dio un paseo y recogió a su
marido del hoyo para cenar juntos.
4 comentarios:
Jaaaajaja.
¡Es buenísimo! Me gustan estas formas de organización social, con sus más y sus menos vecinales y sus peculiaridades a la hora de resolver asuntos tan complejos como este del enterramiento.
¡Esa autonomía post mórtem me fascina!
:))
Besos Clea, desde casa. Vivan los amigos que vienen a verte reconstruyendo el domingo.
Más besos.
Regracias a ti por escribir tan bonito. ¡Y por regalarlo!
Besos.
:)
Buen resuelto ese final en un huequito. ¿Se autoenterraban? Eso no me quedó claro del todo. Divertido y original como casi todos tus relatos. Un besazo.
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