Ver
el anillo de los que están chungos.
La trama se desarrolla en un país (que no
diremos su nombre, pero se entreverá que no es uno que no sea España) con
crisis matrimoniales colectivas dos veces en semana. Se acerca además el tiempo
de vacaciones y en las casas de clase media se miran ofertas de hoteles,
pensiones, bujíos y tiendas de campaña de los amigotes que están tiesos del
todo y “nos la ceden”.
En un momento en que el protagonista, sufrido,
lo ve todo negro, su mujer Casilda, enamorada a pesar de hallarse ya en el
tercer mes de casados, lo saca de debajo de la cama, abre las ventanas, le
quita las gafas de sol y le hace subir los párpados. Entonces, nuestro sufrido
héroe, se pone delante de su vista el dedo anular. Y ve brillar su anillo.
La mujer, en un primer aria descomunal, rompe
la siesta de la barriada y la barrera del sonido, además de dos vasos de
duralex por los que pedirá la devolución al tendero Radomir, al día siguiente,
sin resultado positivo. En el aria, la mujer jura que jamás dejará que el
símbolo de su unión sea sacrificado y enviado a una vitrina del sagrado MontePied,
por más que su esposo se empeñe en el empeño.
En una contestación en tono bajo, el marido
contesta por lo bajinis que le sale de los bajos proceder a la pignoración del
oro nupcial.
Ella se resiste y responde que, viviendo en la
planta baja, no podrían caer más bajo.
En ese momento, su hermana viene a recogerla y
ella le dice “ahora bajo”.
Termina la primera escena con Casilda contando
sus cuitas a su hermana, Trasvienia, mientras devuelven los dos kilos de
tomates que un tendero malvado, en realidad el dios Bothin transfigurado,
intenta colarles como oferta de la semana. En una transacción menos caradura,
el tendero se interesa por las cuitas de Casilda al verla con prospectos de albergues juveniles situados
bajo el acueducto de Segovia, junto a las papeleras.
El potente coro entona entonces “jureles, ay
qué jureles”, haciendo que el cabello de los protagonistas vuele por los
majestuosos Alpes, aunque, al fondo, una viejecita, en realidad, la bruja de
Andújar, compra cuarto y mitad de jureles para sus pociones.
Pasan sólo seis horas (estamos en la versión
abreviada de la obra, es una compañía de bajo presupuesto, en una versión con
menos de cinco mil extras) y Casilda vuelve a casa.
En el rellano del primer piso, una sombra la
asombra: es el semimalo Respingo, hombre de moral meliflua, decisiones
ambiguas, expresión en semillanto, peinado con flequillo y todo para atrás,
monóculo y parche simultáneos, conocido en el barrio como el "Entreverao". Al verse
detectado por la vista que le percibe, sale a la luz de la escalera y susurra
el aria “comproro vendoro”, que hace estremecerse a nuestra heroína desde las
pantorrillas hacia el final de éstas, sin necesidad alguna de tomar heroína.
El enano del rellano se retira con una sonrisa
que acaba en llanto y Casilda entra en casa presa de sudores y falta de ritmo
respiratorio, a 292 pulsaciones por minuto.
Su marido, sufrido, la acoge entre sus brazos y
le pellizca por debajo de los omóplatos en un dueto de enorme carga dramática.
Termina
–y no llega al cuarto de hora– el dueto y llaman a la puerta.
Son
los Gómez, los del segundo. Matrimonio y dos hijos con pocos dientes, lo que
hace que nuestros protagonistas, a medio vestir, reciban perdigones de los
niños al entonar éstos “nos vamos, nos vamos” a pleno pulmón. La letra es
pegadiza:
Nos
vamossss, nos vamosss
a
la playa ahora,
dentro
de una hora
nadamosss,
nadamossss.
Casilda
sueña con pinchar los flotadores de los niños con sus horquillas, pero al final
se arrepiente y cierra la puerta. A lo lejos, se ve alejarse el sidecar con los
vecinos y los chiquillos cubiertos de artículos playeros. Cae el telón y caen
nuestros héroes al suelo de su cocina, en un llanto cálido, lento y con
hipidos.
Fin
del primer acto.
Se
reanuda a traición la acción y vemos un calendario gigante, donde los días de
vacaciones sobresalen en tono rojo incendiario. El efecto óptico hace que
percibamos un movimiento maligno y retorcido en una especie de giro perverso de
los dígitos señalados.
Aparecen,
juntos, el malvado Respingo y la pérfida bruja de Andújar. Están en la placita
justo por frente de la casa de Casilda. Se cogen de los codos y entonan el aria
“Ya caerán, ya, que aquí los espero”, mientras se acompañan tan sólo del ruido
de billetes de cincuenta euros moviéndose en sus bolsillos. Ambos buscan que el
sagrado anillo caiga en sus manos. Los dos saben que entonces el marido,
sufrido, se gastó una paguita extra en la adquisición de la alhaja, y que
sacarán mucho más de lo que les ofrezcan.
En
un acto de amor desesperado, Casilda se tira a la piscina de la urbanización.
Ha decidido ver si está tan bien clorada como dicen. Su marido observa cómo el
pelo brillante de su esposa surge de las aguas y sólo lamenta que no se pusiera
nada por debajo de la vaporosa batita de estar en casa.
Tras
el canto del coro titulado “Setavistotó”, Casilda corre hacia su marido que la
abraza y le pide un informe.
Después
de un silencio sepulcral, la mujer valora positivamente quedarse como
pobretones a veranear en casa, remojándose el culo en la bañera asquerosa del
jardín.
Cuando
parece que Respingo y la bruja serán condenados por su codicia, algo hace
temblar el escenario: Casilda no encuentra su anillo de oro de casada. Su
marido, sufrido, duda de su amor. Ella trata de defender que no ha empeñado
nada, cojones ya. Quizá, al secarse después de salir del agua, se haya quedado
en la toalla, dice la vecina Pascualina, la del tercero, que no quería perderse
nada para el cotilleo del mercado. Pero miran y nada. Ella nada y mira. Los hombres la miran como si nada.
Sin
más música que una flauta dulce, aparece Trasvienia y canta el aria “Deduce,
niña”, donde le dice que, desde chiquitita se lo quita todo para dormir,
incluido el anillo.
En
tres enormes saltos el marido va a casa y vuelve con el anillo. Estaba en la
mesita de noche, la noitenmessit, estalla.
Antes
de coger en brazos a su mujer, le vuelve a colocar el anillo en el dedo, sin
fallar. Lo hace mucho mejor que el día de la ceremonia nupcial, donde erró los
dos primeros intentos.
El
presidente de la comunidad propone un aplauso y subir las cuotas para pagar el
cloro de la temporada. Se aprueba y todos cantan a cloro.
Ahora
sí, Respingo y la bruja deben huir y abandonar sus ruines fines. El dios Bothin
les pide resultados por objetivos. Ellos presentan el balance de su gestión y
son enviados exactamente al carajo a pesar de sus gestiones. Ambos temen un
ere.
El
marido y Casilda entran en casa y al rato vuelven con dos sillas de plástico,
una tumbona, una sombrilla, una neverita con botellines fresquitos, una
tortilla de papas, unas croquetitas y dos libros. Abren dos de los botellines
más fríos y brindan con el público por su felicidad.
El
público pide un bis y los protagonistas, cogidos de la mano, abren otros dos botellines.
3 comentarios:
Sólo tú puedes hacer que estos asuntos matrimoniales de andar por casa adquieran la categoría de ópera del mismísimo Wagner. Superdivertido.
De verdad que me encanta toda esa ópera ,¡que divertida! Y lo mejor de todo es poderme imaginar los coros con esas canciones que te inventas, y por supuesto todo dentro de un no pequeño problema matrimonial. Enhorabuena.
Mención aparte merece toda la puesta en escena de la obra,por lo trabajada, laboriosa, armónica, alocada y desternillante, y todo con esos coros que ni el mismo Mozart. ¿Y los botellines con croquetitas del final? Me apunto de extra para la próxima rresentación.
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