miércoles, 7 de agosto de 2013

Grandes criminales de la historia (5)



Al Phonso Notone, el sordo de Michigan.


Los barrios bajos de la ciudad acogían a todo tipo de tipos. Pero el día que Phonso Notone llegó a Detroit, nadie le miró a la cara, quizá por su baja estatura, pensó. Nunca supo que el Sol, detrás de él, cegaba muchísimo. Desde entonces, sin disparar un solo tiro, Phonso dejó de responder preguntas –ni siquiera las relativas al colesterol- y marcó su territorio. De ahí su apelativo, el inaudito. De ahí su leyenda.
En sus primeros tiempos, mató moscas, por si las moscas; quizá por despecho, quizá porque alguna acabó mosqueándolo de veras. Nadie sabe la verdad. A las cucarachas las aplastó como si fueran cucarachas, mostrando por ellas un desprecio como ningún otro ser humano había alcanzado antes. Miles de ellas soñaron con un hueco de renta limitada para poder vivir. Phonso recogió el importe de las fianzas, pero hizo caso omiso a unos contratos sin base legal y no oyó –aseguraba- cómo eran desalojadas y pisoteadas sin compasión. Poco a poco, su nombre sólo se nombraba en susurros; o en sourround, pero bajito.
Tenía habilidad para los negocios sucios, aunque en ocasiones traficó con un par de marcas de champú anticaspa. Lo malo era la hora de pagar. Phonso no “parecía no querer” hacerlo, pero se hacía “el longuis” a pesar de las explicaciones detalladas que le daban tanto sus enemigos como los que querían matarlo sin conocerle.
Algunos pensaron que mentía en su nacionalidad: tanto hacerse el sueco dejaba dudas sobre su pasaporte. No tenía nada que ver. Se trataba, sólo algunos llegaron a saberlo, de un cromosoma cercano al oído interno, descubierto después de su muerte, llamado “trepaseasoma stateatentis”, que hoy figura como primero en la lista de análisis de jetas, caraduras, pícaros y personajes con capacidad de venderte los calcetines beige que llevas puestos. Y a buen precio.
Trató de aparentar ser un hombre casado en varias ocasiones, lográndolo –el aparentarlo- un par de veces. Lo hacía por la mañana: sacaba la basura sin cerrar la bolsa, para dejar ver a las cotillas, sobre las cáscaras y envases, un lápiz de labios gastado o una media de nylon. Cosas que había sacado de los cajones de su abuela, Calypso Notone, mujer que –decían- lograba que los componentes de cualquier reunión hablaran a gritos a los pocos minutos de empezar las conversaciones. Así, ella, sentada en un butacón, se enteraba de todos los chismes sin tener que ir de grupito en grupito.
Phonso quería llegar a controlar los grandes lagos. Sabía que allí estaban el poder y la gloria. Como no pudo, lloró sin ruido, aunque no se ha precisado el tiempo. Muchos hablan de horas, otros, por temor, sólo escriben notas aisladas y anónimas al respecto.
A pesar de no alcanzar la cumbre del poder, Phonso fue considerado como un buen aspirante durante muchos años. Hasta que cometió un error.
Las antiguas trompetillas, sin pilas ni cables, sin instalación eléctrica o mecánica alguna, suponían una mínima conexión entre el mundo y los que no se enteran ni de quién es el malo en las películas. Phonso las despreció. Recibió una partida sin estrenar, traídas por los suyos, es decir sustraídas, y a un precio competitivo. No hizo caso una vez más a los sabios consejos de sus consejeros e hizo oídos sordos a sus recomendaciones. Él mismo, sin hacer sonar el claxon del camión donde viajaba la mercancía, condujo el mismo hasta un precipicio y se lanzó al suelo antes de dejar despeñarse los miles de trompetillas que, en el aire, parecían pedir que alguien les explicara qué pasaba con su destino: era cruel hacerlas morir sin enterarse de qué habían hecho mal.
No pasó ni una semana cuando se produjo la gran crisis de las pilas. La frontera del estado sufrió un colapso y millones de recambios de baterías quedaron sin poder entrar para atender móviles, transistores, tablets… y sonotones.
La ciudad se crispó. Los que no oían desconfiaban. Los que gritaban perdían la voz, ningún ciudadano la pedía en la cola del pescado; se difuminó la confianza ciega en el dios de la energía repartida en cómodos envases.
Había alcalde en la ciudad y fue a trabajar. Se sabía inútil y recurrió a los capos. Entre ellos, al infalible Notone. Phonso, por primera vez, no pudo hacer nada. No tenía alternativa sencilla al problema. A partir de ese día, nadie le hizo caso. Probó su propia medicina cuando repitió un par de preguntas, fáciles, y nadie le respondió. Nadie. Ni siquiera un contestador automático, que se negó a recoger un mensaje desesperado de Phonso, buscando submarinistas. Lo intentó con post its, pero era tarde y se hacía difícil leerlas.
Cayó al puesto 1.202.788 del ranking del gangsterismo en un solo día. No había quien, a pesar de usar sus propias manos –efecto caracola- acercándolas a sus orejas, le contestara.
Phonso se sentó en el borde de una acera y ahí sintió la avalancha del fracaso en su versión más crítica: una mosca se le metió en la oreja –tarde: si hubiera tenido la mosca en la oreja antes, habría obrado con prudencia- y varias cucarachas bailaron ante sus zapatos de charol. No pudo soportarlo y se dejó morir a base de reposiciones de varias series televisivas en la más absoluta soledad de su casa, mientras cientos de personas se llevaban sus muebles sin atender sus quejas, ni escuchar sus ruegos.
En su lápida, a modo de epiglasis, figura un “¿qué dise, quillo?” cubierto por hojas secas.

3 comentarios:

Clea dijo...

Estremecedor "ensayo sobre la sordera".
Y ensordecedor silencio en el panteón de los Sonotone, coronado por la figura de la Fama con su trompeta. (Todo un símbolo)
Si te fijas bien, en la tumba de la abuela Calypso se lee un gastado "no mentero de ná, cohone".
Gente rara.

JAJA.

¡Buen verano, que aún queda!
Abrazos.

inma dijo...

La puntualización del alcalde me parece genial, igual que los nombres tan curradísimos a los que nos tienes acostumbrados. ¿Has pensado hacer un libro solo de nombres? Jajajaja. Ya se me acabó la playa, a ver si me llega la inspiración para escribir, jajaja

Gabriel dijo...

Bienvenidas de vuelta al porcentajito de verano que nos queda. A disfrutarlo.
Besos para las dos.