Al Phonso Notone, el sordo de
Michigan.
Los
barrios bajos de la ciudad acogían a todo tipo de tipos. Pero el día que Phonso
Notone llegó a Detroit, nadie le miró a la cara, quizá por su baja estatura,
pensó. Nunca supo que el Sol, detrás de él, cegaba muchísimo. Desde entonces,
sin disparar un solo tiro, Phonso dejó de responder preguntas –ni siquiera las
relativas al colesterol- y marcó su territorio. De ahí su apelativo, el
inaudito. De ahí su leyenda.
En
sus primeros tiempos, mató moscas, por si las moscas; quizá por despecho, quizá
porque alguna acabó mosqueándolo de veras. Nadie sabe la verdad. A las
cucarachas las aplastó como si fueran cucarachas, mostrando por ellas un
desprecio como ningún otro ser humano había alcanzado antes. Miles de ellas
soñaron con un hueco de renta limitada para poder vivir. Phonso recogió el
importe de las fianzas, pero hizo caso omiso a unos contratos sin base legal y
no oyó –aseguraba- cómo eran desalojadas y pisoteadas sin compasión. Poco a
poco, su nombre sólo se nombraba en susurros; o en sourround, pero bajito.
Tenía
habilidad para los negocios sucios, aunque en ocasiones traficó con un par de
marcas de champú anticaspa. Lo malo era la hora de pagar. Phonso no “parecía no
querer” hacerlo, pero se hacía “el longuis” a pesar de las explicaciones
detalladas que le daban tanto sus enemigos como los que querían matarlo sin
conocerle.
Algunos
pensaron que mentía en su nacionalidad: tanto hacerse el sueco dejaba dudas
sobre su pasaporte. No tenía nada que ver. Se trataba, sólo algunos llegaron a
saberlo, de un cromosoma cercano al oído interno, descubierto después de su
muerte, llamado “trepaseasoma stateatentis”,
que hoy figura como primero en la lista de análisis de jetas, caraduras,
pícaros y personajes con capacidad de venderte los calcetines beige que llevas
puestos. Y a buen precio.
Trató
de aparentar ser un hombre casado en varias ocasiones, lográndolo –el
aparentarlo- un par de veces. Lo hacía por la mañana: sacaba la basura sin
cerrar la bolsa, para dejar ver a las cotillas, sobre las cáscaras y envases,
un lápiz de labios gastado o una media de nylon. Cosas que había sacado de los
cajones de su abuela, Calypso Notone, mujer que –decían- lograba que los
componentes de cualquier reunión hablaran a gritos a los pocos minutos de empezar
las conversaciones. Así, ella, sentada en un butacón, se enteraba de todos los
chismes sin tener que ir de grupito en grupito.
Phonso
quería llegar a controlar los grandes lagos. Sabía que allí estaban el poder y
la gloria. Como no pudo, lloró sin ruido, aunque no se ha precisado el tiempo.
Muchos hablan de horas, otros, por temor, sólo escriben notas aisladas y
anónimas al respecto.
A
pesar de no alcanzar la cumbre del poder, Phonso fue considerado como un buen
aspirante durante muchos años. Hasta que cometió un error.
Las
antiguas trompetillas, sin pilas ni cables, sin instalación eléctrica o
mecánica alguna, suponían una mínima conexión entre el mundo y los que no se
enteran ni de quién es el malo en las películas. Phonso las despreció. Recibió
una partida sin estrenar, traídas por los suyos, es decir sustraídas, y a un
precio competitivo. No hizo caso una vez más a los sabios consejos de sus
consejeros e hizo oídos sordos a sus recomendaciones. Él mismo, sin hacer sonar
el claxon del camión donde viajaba la mercancía, condujo el mismo hasta un
precipicio y se lanzó al suelo antes de dejar despeñarse los miles de
trompetillas que, en el aire, parecían pedir que alguien les explicara qué
pasaba con su destino: era cruel hacerlas morir sin enterarse de qué habían
hecho mal.
No
pasó ni una semana cuando se produjo la gran crisis de las pilas. La frontera
del estado sufrió un colapso y millones de recambios de baterías quedaron sin
poder entrar para atender móviles, transistores, tablets… y sonotones.
La
ciudad se crispó. Los que no oían desconfiaban. Los que gritaban perdían la
voz, ningún ciudadano la pedía en la cola del pescado; se difuminó la confianza
ciega en el dios de la energía repartida en cómodos envases.
Había
alcalde en la ciudad y fue a trabajar. Se sabía inútil y recurrió a los capos.
Entre ellos, al infalible Notone. Phonso, por primera vez, no pudo hacer nada.
No tenía alternativa sencilla al problema. A partir de ese día, nadie le hizo
caso. Probó su propia medicina cuando repitió un par de preguntas, fáciles, y
nadie le respondió. Nadie. Ni siquiera un contestador automático, que se negó a
recoger un mensaje desesperado de Phonso, buscando submarinistas. Lo intentó
con post its, pero era tarde y se hacía difícil leerlas.
Cayó
al puesto 1.202.788 del ranking del gangsterismo en un solo día. No había
quien, a pesar de usar sus propias manos –efecto caracola- acercándolas a sus
orejas, le contestara.
Phonso
se sentó en el borde de una acera y ahí sintió la avalancha del fracaso en su versión
más crítica: una mosca se le metió en la oreja –tarde: si hubiera tenido la
mosca en la oreja antes, habría obrado con prudencia- y varias cucarachas
bailaron ante sus zapatos de charol. No pudo soportarlo y se dejó morir a base
de reposiciones de varias series televisivas en la más absoluta soledad de su
casa, mientras cientos de personas se llevaban sus muebles sin atender sus
quejas, ni escuchar sus ruegos.
En
su lápida, a modo de epiglasis, figura un “¿qué dise, quillo?” cubierto por
hojas secas.
3 comentarios:
Estremecedor "ensayo sobre la sordera".
Y ensordecedor silencio en el panteón de los Sonotone, coronado por la figura de la Fama con su trompeta. (Todo un símbolo)
Si te fijas bien, en la tumba de la abuela Calypso se lee un gastado "no mentero de ná, cohone".
Gente rara.
JAJA.
¡Buen verano, que aún queda!
Abrazos.
La puntualización del alcalde me parece genial, igual que los nombres tan curradísimos a los que nos tienes acostumbrados. ¿Has pensado hacer un libro solo de nombres? Jajajaja. Ya se me acabó la playa, a ver si me llega la inspiración para escribir, jajaja
Bienvenidas de vuelta al porcentajito de verano que nos queda. A disfrutarlo.
Besos para las dos.
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