El
Purgatorio.
Yo había estado jugando por la mañana con el
perro del niño, que se mete en todos los charcos del barrio. Hartito estoy de
decirle que lo bañe antes de entrar en casa. Pues nada. Y así, cuando quise
entrar en el Prelavado de las Almas, el guarda me largó con cajas destempladas:
-El pulgatorio, so tío guarro, es usted, que
viene hasta el móvil de piojos, chinches, garrapatas y pulgas. Hágase usted una
desinfección a fondo, más bien directa e inmediata, sin descuidar las
intrínsecas partes. Aquí no le dejo entrar llevando tantos bichos encima que,
además, no pagarían entrada.
A mí nunca me habían puesto la cara colorada.
Me gasté veintiséis centímetros cúbicos de gel prohibido para ministros, o sea,
antiparásitos, y le di un cachetazo al niño, al que metí junto al perro en la
bañera que yo había abandonado. Allí los dejé en remojo y volví al Lugar en
cuestión.
-Buenas, -dije levantando los brazos
expendedores de un aroma recio, de lejía.
-Ande y siga todo recto, sin llamar la
atención, -me dijo-, que hoy está esto lleno de sentencias indecisas,
vaguedades e indefinición de altas ni bajas. Como si hubiera huelga.
Descubrí en efecto que las calderas
purificadoras estaban con el botón en “mínimo”. No había ni gritos ni susurros.
En fin, vi poco ambiente.
El portero me sorprendió jugando con mi primo
por el móvil reluciente y vino a avisarme. Que resulta que se había recibido
una “Duda”. Que de ahí lo del mariconeo en el ritmo y ambiente del Lugar.
-¿Qué tipo de duda?, -pregunté.
El portero, mirando hacia todos lados, aceptó
mis cinco euros en monedas de dos y me dijo por lo bajini:
-Del centro de operaciones, cuya comunicación
con el Todo es Total.
-Ya, -le dije-, que hay alguna encíclica de
esas con mensajitos De Turbatoris Trolis,
¿no?, ¿ein?
-Shhh, silencio, capullo –me dijo amablemente
el portero- no me comprometa-. Parece ser que discuten si existimos o no.
-Puede usted cogerme declaración, subnormal,
-le dije con una sonrisa arrebatadora-: no dejo de estar aquí, con una asepsia
tanto física como espiritual.
-¡Ay, tarado, si todo fuera tan fácil!, -me
dijo entornado sus ojos-; si Ellos dicen que Esto no lo hay, es que Esto no lo
hay.
-Verá usted, querido imbécil, -le espeté con
una dulzura inmedible-, ¿debo entender que, caso de negación Existencial de
esta Semieterna o Preambular Estancia por parte de las autoridades
eclesiásticas, siempre infalibles, acabaré otra vez, de forma inmediata en el
garaje, limpiando los zócalos? Y otra cosa más, sublime chafardero: ¿me
devuelven el dinero del viaje?
Antes de que el chufla en forma de celador me
contestara, aparecí en el Vaticano. Unos doce mil cardenales se levantaron y
empezaron a hacer girar sus cordones de color púrpura. Multipliqué y a base de
ser golpeado por los nudos de dichos cordones, podría darse que el número total
de cardenales de la estancia llegara fácilmente a los ciento cincuenta y seis
mil, todo ello en menos de una hora y cuarto.
-Ustedes dirán, -dije queriendo tomar asiento,
pero cayendo en el suelo al apartarme alguien el sillón –“El Sillón”, me dijo
el atento guardia suizo encargado de su custodia-. Me levanté y apenas se
rieron dos o tres mil, nada más.
-Hemos decidido esto. Y no verte más ni con los
del Imserso, -dijo uno de ellos.
Una mano enguantada me puso en la mano ciento
ocho euros.
-Laggo dasquí, -me dijo en perfecto francés el
portador del guante a su vez portador de la pasta.
-Faltan doce leños, usted perdone, -dije.
-El diez pog siento es gasto fijo, -me dijo
poco prolijo.
Salí de la Santa Sede sin poner un solo pie en
escalón alguno. Para eso confiaban en un perfecto rodar por las magníficas y
tupidas alfombras que cubrían sus escaleras.
Aparte de esos trompicones, el viaje de vuelta
se me hizo cortísimo. Un pis pas.
Y hoy, en el garaje, con los zócalos
relucientes, y en compañía de mi niño y del perro, rememoro la experiencia y
pienso en un collar de esos que venden contra todo tipo de insectos.
2 comentarios:
JAAAAAAAAAJA. Ustedes me perdonan, pero yo no puedo con el diálogo entre el protagonista y el portero.
Cuánta inestabilidad sufre el espacio redentor por antonomasia. Una pena. Se empeñaron en que no existe y sin purgatorio que nos han dejado (detrás la emprendieron con el estado de bienestar y veremos a ver)
¿Y dónde pretendías sentarte en el Vaticano? ¡Dios mío, qué desastre!
Esperamos un viaje al paraíso, lo merezcamos o no.
Gracias. :))
Besos
¿El collar para quién es? ¡Qué viaje! Estaban tan limpios que allí no tenían ni gracia. Pero... ¿Porqué viajas a esos lugares? ¿Andas muerto, medio muerto o algo así?
Menos mal que los de la Santa sede tienen alfombras, que si no...
Publicar un comentario