El
cartero de Melilla.
Teatro Glodita. Plaza del Antal.
Hoy se representa El Cartero de Melilla, obra
de carácter comunicativo en un solo acto reflejo de los vertiginosos tiempos
actuales, en que los segundos pasan antes que los primeros. Autor libreto y
música: Enviattore Miságero.
En el foso se puede ver al pianista y al piano.
Nadie más de momento (vive ahí desde el 2003).
El director, Teodoiun Korte, fuerte como nadie,
dirigirá la orquesta con una pértiga de dos metros y dieciséis kilogramos de
peso. Y sin camiseta interior.
De pronto, una melodía de obertura sorprende a
mucha gente bajando del autobús, en la acera de enfrente del teatro.
-No pasa nada, -dice Teodoiun sonriente-, se
trata de una canción de mi chiquillo para el colegio. Mientras llega el resto
del público, la ensayamos y así se acuesta temprano con la tarea de música hecha.
Se oyen varios pares de aplausos mientras se va
llenando el teatro.
Entra el público de patio de butacas, buscando
como locos al fotógrafo de la revista “Lecturas del Gas”, a ver si los sacan
con el guapo y famoso Protestante Ronald O’Connor. Se sientan y reciben
molestísimos impactos en el cuello provocados por granitos de arroz enviados
desde palco, palco platea y paraíso, que para eso han ido.
Entran los músicos de viento y hacen unas dos
mil flexiones para calentar las piernas. Se sientan y pasan los ilegales
músicos de cuerda, bajo cuerda. El del tambor sale de una tarta de cumpleaños,
ataviado sólo con un tanga negro que lleva en la oreja. Le han dado la dirección
errónea. Llama y vienen a recogerlo. Se cruza con otro tamborilero bien vestido
para la ocasión. Apenas cuarenta o cincuenta aplausos al de la tarta.
En cuatro décimas de segundo se apagan las
luces, se sienta la gente, se pellizcan culos justo a tiempo, se abren los
tapergüeres y empieza la obra.
Pícaro, el cartero que llevaba cartas de amores
a las niñas guapas, recibe orden de usar el whatsapp en el reparto de tarde. La
niña Paulina, llamada a convertirse en mujer en breve y representada por la
mezzosoprano Berta Berna Tascabar, implora una promoción/oferta, o un período
transitorio de Facebook, al menos. El cartero brinca, canta algo y sale
erróneamente por delante del escenario, llegando a las manos con Bruce Norris,
un violento violonchelista, que sin embargo le ayuda a subir de nuevo a base de
rítmicas patadas en la espalda.
La acción, por su parte, en un frenético
encuentro de cuerdas y locas entre vientos que recogen tempestades, indica que
la niña se ha puesto puntillosa y hace valer sus puntos, de modo que sale por
otra puerta distinta de la que ha entrado y recibe en plena cara el aria “Márcame e móbile, ma con il descuento
includo”, cantada por su amor virtual, Tancredo, de mensajería inmediata,
aquel que se devanaba por escribir bien papelitos con cosas como “te deseo
amada niña, prehembra de tronío”, que ella arrugaba junto a su corazón, en el
futuro inmediato a sustituir por “t amo X to2La2”, para ahorrar.
El mensaje es interceptado por el ruin
Tintafolio, un mezquino vendedor de folios flexibles y sobres capaces de
incluir papeles doblados hasta tres veces.
En la plaza, con centenares de señoras pidiendo
desde los balcones que se callen, estalla el conflicto entre los tres.
-Irse dasquí, perque nos tenéis cansattas del
mismo roglio serenatto nocturno, -dicen las matronas-.
-¡Cosi fan tutte los jóvenes!, -enuncia la más
vieja arrancando doce aplausos para ella sola.
Los tres envían mensajes rápidos, antes del
anochecer, que les cuestan el doble, según aparece en una pantalla gigante. El
público se estremece y sonríe para sus adentros al recordar su elección de
tarifa plana.
En el último y único acto, dos actores se
enfrentan a la verdad: sin Tarifa no hay Línea, Concepción, hija de mi alma, le
dice un hombre a una mujer. Y huyen lejos.
En este momento, donde el coro suelta el
corolario, se recuerda que sin luz eléctrica somos unos meros homos selvaticus.
El bombo realza el efecto de una pedrada en las farolas y el teatro queda a
oscuras dos horas y cuarto para que se agarre bien el concepto. La mayoría de
los presentes, en la oscuridad ardiente, consigue agarrar muy bien más de un
concepto.
Se enciende la luz sin avisar, muchos
encuentran su sitio y el escenario muestra una Tesis Piu Forte mediante un mensaje del coro en puro desgañite:
-Non
usare il móbile al caprichi, coyonni, e salva la túa fáccile escritura. Non
faccere el Chufla. Huye di la esclava ignorancia, capuglio.
Cae desde los balcones la mayoría de las
mujeres gritonas, uniéndose a la gran fiesta de personas de la plaza, que no
hablan en directo aunque están cerca. Pero pueden refregarse, o pegarse al
menos.
Los protagonistas entonan un aria de raza no
aria, sino mediterránea, plena de tirones de pelo y clavada de uñas.
Cae el telón pero se aprovecha, no se tira como
en las óperas antiguas. Lo corrobora la parte coral “Rechiclare, ma non hablo del chicle, cosa porca. Sí vidrio y envase en
generali. Contenedori amaretto, per favore”.
El público se enardece al creer ingenuamente
que esto se ha terminado, pero falta por ver qué convenio se firma entre
Tintafolio, Tancredo y la niña Paulina. Como no se ponen de acuerdo, llaman a
gritos desesperados a Pícaro, que, sonriente y cantando lo que le da la gana,
aparece desenterrando su antigua valija de llevar cartas escritas a mano, con
tinta fresca, sobre papel blanco.
La mayoría no sabe ni firmar, pero pone el
dedo.
Se oye al coro cantando cada vez más bajito,
para irse, el Himno de la Pícola Letra In
Contratti, más conocido como “Telaclaventéritta”.
Apoteosis.
Aplausos en cantidad y aviso del dueño del
local:
-Desalojad y recogerme rápido, niños, que
dentro de diez minutos hay un congreso de oftalmología posterior, o sea de
Proctología. Vienen los mejores del mundo y hay que limpiar antes.