El Estornudador de Boston (Parte 2).
Nick
no podía levantarse al día siguiente. No si seguía empeñado en hacerlo hacia el
lado del respaldo.
Llegó
al suelo con esfuerzo y sintió que no podía caer más bajo. Apareció entonces
Tina Jawater, su secretaria. Traía una bandeja con café optativo, azúcar
obligatoria y zumo de fruta natural por sorteo. Tiraron los dados y tocó batir
alfalfa y orujo. Apenas probaron seis tazas.
Antes
de irse, después de desayunar juntos, Tina se volvió hacia Nick con violencia,
haciendo salir disparada media vajilla mientras decía:
–No
dejes que este asunto te estalle en plena cara. Levántate y nadie podrá decir
que no tienes aspiraciones.
El
portazo hizo caer el trofeo de cristal de Bohemia que Nick obtuvo en 1997,
cuando atrapó al astuto delincuente Hepberb Stalalanoslosh, quizá el más
escurridizo de los checoslovacos a los que se había enfrentado en su carrera.
Tina
había dado en la diana. Como siempre que jugaba. Nick desclavó los tres dardos,
los lanzó con precisión, los desclavó de su sombrero y salió disparado de su
despacho. No había tiempo que perder.
Al
anochecer, un satisfecho y sonriente Nick Korresky tenía a su lado, esposado, a
Jesús Piro, el hombre más buscado de la ciudad.
A
un codazo de Nick, el tipo comenzó a hablar para los lectores.
(Bien
jugado, Nick, porque si no, ¿qué hago, me lo invento todo?)
–Eeer
sí, pero qué listo eres, qué bien lo has resuelto, da gusto tener agentes tan
diligentes y tan buena gente. ¡Qué bueno, qué profesional,… es que así da gusto
que lo detengan a uno! –dijo el detenido con la mayor espontaneidad.
(¡Qué
desabrido el tío! ¡La mismita emoción que Stallone dando el tiempo!)
-Pero
cuenta los detalles, chiquillo, que a la gente le gustará saberlos –dijo Nick
tras otro codazo.
-Pues
nada, que aquí el maravillas éste, va e inquiere a mi portera, señorita Ingrid
Bopsoil, sobre quién es el que más pañuelos de papel compra en la barriada. Y
éste, el maravillas, viendo que la mujer no es chivatona, no sé si por lo de
muda, y que no le aclara nada, pues va y pone pimienta en spray por toda las
zonas comunes de la comunidad, de tal modo que antes de entrar en mi portal
oigo un alud de estornudos variados en tiempo y tono, que supusieron el golpe
de intrusismo más cruel que he presenciado en mi vida. Me sentí fuera de mi
mundo, atacado por mi propia medicina, con una cucharada de mi arma. No pude conservar el control y, lo
reconozco, no pude controlarme.
Aplausos
tenues. Un total de diecisiete contando dos del propio declarante.
-Tina
tenía razón, –explicó Nick más tarde, mientras rellenaba el informe-. Bastó con
esparcir el condimento por el aire y esperar a que, en algún lugar de la
ciudad, este archicriminal se acercara a aspirarlo y así mantener el monopolio.
Aunque no pudiera evitar que me estallara en la cara. ¿Pueden creerlo? ¡Resulta
que el tipo andaba resfriado desde 2010!
Uno de
los farmacéuticos del laboratorio se estremeció al oírlo. Había que ser muy
duro para no desmayarse delante de aquel tipo.
De
pronto, cuando entraba a su celda, en el más denso de los silencios, el tipo se
zafó de los guardianes, se revolvió y estornudó como nadie, jamás, lo había
hecho antes en una comisaría: rodeado de policías de uniforme y de paisano.
Los
pañuelos volaron de sus paquetes de a diez unidades, tratando de socorrer a
docenas de funcionarios que apenas podían ver en medio de un caos donde las
gafas entorpecían más que ayudaban. Nick se protegió con un pañuelo de doble
tela bordado por su abuela, y avanzó hacia el criminal, sonándole de modo
parecido a la bocina de un autobús escolar con prisas.
-No hay
nada que temer, no voy a huir, Nick –le dijo con voz nasal muy acusada-. Pero
no olvides la respuesta a mi estornudo de todos los que te rodean. Incluido tú,
que te he oído.
Tenía
razón el tipo. Había logrado su propósito. Todos y cada uno de los presentes,
tras su dantesco estornudo, habían respondido “¡Jesús!”, dando un suspiro.
Este
era, realmente, su momento de gloria.
-Sólo una
cosa más, Nick –dijo entregándole un sobre–: haz que lleguen estos setecientos
cincuenta mil dólares a la familia de la limpiadora que tenga el turno de
mañana.
-Lo haré
–dijo Nick.
Nick lo
vio alejarse hacia los calabozos mientras recitaba unos versillos adaptados a
la ocasión: por un guardián con bufanda, con ropa de gruesa tela, no burla más,
ya no cuela, va al talego el
malandrín…
1 comentario:
Una atmósfera tensa, sobrecogedora, un detective frío, cínico, misterioso y decadente (que se quiere levantar del sillón por el respaldo), una secretaria ágil (con nombre de vasija), una portera muda, pimienta… Todos los ingredientes de una novela muy negra en un relato corto con final inesperado (¡qué raro!) para un criminal en serie, Jesús Piro, en el fondo buena persona pero con una vida truncada a causa de no sabemos qué.
¿Cómo os quedáis? (Yo no puedo)
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