Julio César.
¡Riguassh!
Y después ¡Blop!
Se
personifica en directo el espíritu de don Julio, en pleno agosto. Seguido de un
¡plancaplannnnk!: se ha traído su escudo, su casco y su espada corta, que corta
como un bisturí. De ahí que venga chupándose el dedo.
-Eh,
Juanpelón, usted, el del reportaje, aclare más lo del dedo, que no soy Tontus.
-No,
si ya está bien, don Julio. Callo.
-Es
al revés. Es Cayo Julio.
-Pues
sí que estamos bien. Póngase el pinganillo en la oreja, para que se le oiga
bien. Y no se preocupe, que tenemos a un alumno que todavía estudia latín y
hará, en caso necesario, la traducción simultánea.
(Aparte)
-Carlos
Hipólito, llévate la quincalla de nuestro invitado de hoy, y a ver que no te
den menos de cincuenta euros por todo, que es de metal bueno.
-¿Está
usted a gustito, César?
–Estoy
Augustito César, que viene a ser igual. Espere, que le pongo los pies sin
sandalias en la mesa, junto a su vaso de agua y estoy ya como en mi domus[1].
-Primera
pregunta. ¿Qué tiene la ensalada César que sale tanto en sitios tan dispares
como una pizzería o un after hours?
-He
venido después de chillarme con Hades; he dado explicaciones al mismo Zeus y
por escrito para poder salir del Ultrabujero. Y me encuentro con el soplamollas
del pueblo. ¡Mala sssuerte, joén!
-Pues
a mí me gusta como entrante. A continuación, para ilustrar el relato de su
vida, expondremos una película sobre su vida protagonizada por Woody Allen. Le
ruego que comente el rigor histórico de la misma mientras resume los puntos más
importantes de su trayectoria como mandatario, filósofo, religioso y militar.
-Aquí,
en la escena donde mi mujer me lleva en brazos al tálamo debido a la diferencia
de peso entre los protagonistas, ya se puede ver que llevo laurel. En eso el
film es riguroso y no repara en atrezzo. Aunque la marca de los calzones es la
misma que la que lleva Clint Eastwood en “Sargento de Hierro”.
-Brillante.
En esta otra, en cambio, le veo desmejorado, como pálido.
-Ahí
me coge usted en mal momento. No sé qué manía le tengo al verde, pero manía, lo
que hizo que, a pesar de la discusión a grito pelado con mi esposa, eligiera un
rojo sangre pasión para la túnica de ir a trabajar al Senado. Y además el paño,
oiga, un tacto rasposo, mientras que la lana virgen tono aceituna que quería
escoger mi mujer lava que da gusto y me hace mucho más delgado.
–Y
usted erre que erre.
–Talmente.
Y ahora, con el paso de los siglos y haciendo reflexión endomoméntica de verdad
se lo digo: arrepentido estoy.
–Supongo
que, para colmo y como mínimo, su mujer le diría ceporro, pollino, obtuso,
cenutrio y cara pera. Además de bruto.
–Ahí
justo empezó la bronca, porque el niñato, el propio Bruto, que estaba presente,
se dio por aludido. Aparte, para compensar, mi mujer le hizo a mi sobrino en
público un par de piropos por cómo le sentaba la túnica verde hoja, que con sus
veintitantos y recién planchada, me subieron la sangre.
–Y
tanto, pero después, entre todos, le dieron un bajón. Dicen que no quedó ni
para calcularle el RH para darle de baja en Recursos Humanos.
–Más
bien fue un bajonazo detrás de otro. Yo venga a darles la razón y ellos
pinchándome. Y la túnica, un dineral, hecha jirones. Desde aquel día, unos
vaqueros y una camisetita.
–Y
de sus batallas, sus leyes, su dictadura, su tiempo de sacerdote…
–Le
gané a Pompeyo, con toda su Pompa. Hice un triduo antes incluyendo a Craso,
pero me salieron ranas y tuve que afeitarlos en seco. Y al Astérix, tanto
cuento, tanto tonteo, le di una buena felpa en Alesia.
–Vendió
usted esclavos, me han dicho. Y que así ganó mucho dinero…
–¿Me
devuelve usted mi espada corta? ¡Corta ya!
–Mejor
le voy a presentar al próximo invitado de nuestro programa. Se llama Dexter
Morgan y mire qué colección de hojas trae bajo el brazo. Y no trae ni un solo libro.
–Glabs.
Hasta otra, muy buenas.
Riguashh.
Y luego ¡blop!
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