miércoles, 11 de septiembre de 2013

Grandes entrevistas de la Historia (5).


Dexter Morgan.

Aparece el forense joven. Trae bolsas de basura que pone junto a la silla. Dice que le gusta sacarla tarde, no como aquella vecina a la que al final hizo partícipe de su opinión y parte de su negocio.
–Buenas tardes y siéntese lo más lejos de mi butacón, Don Dexter. ¿Qué tal la Bahía, en el fondo?
–El fondo, gracias a mi contribución, está a metro y medio. Cuando llegué era una mijita más profundo aquello.
–Cuente usted cómo elige a los participantes en sus lecciones individuales de anatomía.
–Primero los veo desde lejos, pregunto luego a los guionistas y, si me dicen que sí, me voy a por ellos, los pincho inyectándole desmayidinol y, una vez desmoronados, los acuesto, no se me vayan a dar un mal golpe y las pasen moradas.
–¿Puede mostrar sus ciento quince cuchillos al público? Basta con esa distancia, gracias. ¿Cuál es su favorito?
–Este que ve usted, de cuarenta y cuatro centímetros de hoja y mango de durestileno, va conmigo a todas partes. Se llama Poreto y tiene en su haber que corta por lo sano: no alarga una discusión ni un minuto más de lo necesario.
–Durante las charlas ¿permite tomar apuntes a sus víctimas/oyentes?
–No si no han pagado la matrícula.
–¿Les hace una analítica previa?
–Hasta yo, que estoy majareta, me he quedado pensando que es usted tontito después de esta pregunta.
–¿Es usted pelirrojo por exigencias del guión o es que está hasta el pelo de tanto salpicar?
–Como era de esperar, me remito a la respuesta de la pregunta anterior.
Se oye el inconfundible ruido que hace un cuchillo al deslizarse sobre un afilador.
–Dígame, señor Mexter Dorgan –dice temblón el locutor– ¿quedará alguien vivo en la comisaría para poder trincarle al final de las ocho temporadas previstas?
–Lo dejaremos grabado, ¿no? El que venga detrás que arree.
–Sigo pensando en su hermana. Cada vez que intenta pasar un ratito horizontal y agradable con alguien, ese alguien se le muere, hiere, rompe, huye o recibe un balazo a eso de la mitad del episodio. ¿Tiene usted ganas de tralará con ella, dado que no es hermana suya biológica?
–Ahí estamos, chavalito. ¿O es que está usted pensando en quedar con ella para tomar un copetín y después plantearle algún repaso pret a porter?
–Guarde, guarde usted la chatarra, no se le vaya a oxidar con la humedad del plató. Pierda usted cuidado, señor Gexmer Dortan, que tengo novia formal.
–Me va a disculpar usted, joven becario sesentón: me tengo que ir. Aquí llevo bolsas con autocierre, pero no se sabe nunca cuando se te abren por debajo y dejas perdidas las escaleras y, al día siguiente, por protestar, me tengo que poner a hablar uno por uno, por partes, con todo el vecindario.
–Será aparte, digo yo.
–Yo me entiendo.
–Pues perdone que no me levante para despedirle, Mertex Gorman. Ha sido un mirarle a la cara y resolverme en mi asiento. Ea, vaya usted lejos. A ver si otro día le entrevistamos cuando haga usted del abuelito de Heidi.
-Taluego.
Despedimos la conexión. Sú chiquillo.

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