Dexter Morgan.
Aparece
el forense joven. Trae bolsas de basura que pone junto a la silla. Dice que le
gusta sacarla tarde, no como aquella vecina a la que al final hizo partícipe de
su opinión y parte de su negocio.
–Buenas
tardes y siéntese lo más lejos de mi butacón, Don Dexter. ¿Qué tal la Bahía, en
el fondo?
–El
fondo, gracias a mi contribución, está a metro y medio. Cuando llegué era una
mijita más profundo aquello.
–Cuente
usted cómo elige a los participantes en sus lecciones individuales de anatomía.
–Primero
los veo desde lejos, pregunto luego a los guionistas y, si me dicen que sí, me
voy a por ellos, los pincho inyectándole desmayidinol y, una vez desmoronados,
los acuesto, no se me vayan a dar un mal golpe y las pasen moradas.
–¿Puede
mostrar sus ciento quince cuchillos al público? Basta con esa distancia,
gracias. ¿Cuál es su favorito?
–Este
que ve usted, de cuarenta y cuatro centímetros de hoja y mango de durestileno,
va conmigo a todas partes. Se llama Poreto y tiene en su haber que corta por lo
sano: no alarga una discusión ni un minuto más de lo necesario.
–Durante
las charlas ¿permite tomar apuntes a sus víctimas/oyentes?
–No
si no han pagado la matrícula.
–¿Les
hace una analítica previa?
–Hasta
yo, que estoy majareta, me he quedado pensando que es usted tontito después de
esta pregunta.
–¿Es
usted pelirrojo por exigencias del guión o es que está hasta el pelo de tanto
salpicar?
–Como
era de esperar, me remito a la respuesta de la pregunta anterior.
Se
oye el inconfundible ruido que hace un cuchillo al deslizarse sobre un
afilador.
–Dígame,
señor Mexter Dorgan –dice temblón el locutor– ¿quedará alguien vivo en la
comisaría para poder trincarle al final de las ocho temporadas previstas?
–Lo
dejaremos grabado, ¿no? El que venga detrás que arree.
–Sigo
pensando en su hermana. Cada vez que intenta pasar un ratito horizontal y
agradable con alguien, ese alguien se le muere, hiere, rompe, huye o recibe un
balazo a eso de la mitad del episodio. ¿Tiene usted ganas de tralará con ella, dado
que no es hermana suya biológica?
–Ahí
estamos, chavalito. ¿O es que está usted pensando en quedar con ella para tomar
un copetín y después plantearle algún repaso pret a porter?
–Guarde,
guarde usted la chatarra, no se le vaya a oxidar con la humedad del plató.
Pierda usted cuidado, señor Gexmer Dortan, que tengo novia formal.
–Me
va a disculpar usted, joven becario sesentón: me tengo que ir. Aquí llevo
bolsas con autocierre, pero no se sabe nunca cuando se te abren por debajo y
dejas perdidas las escaleras y, al día siguiente, por protestar, me tengo que
poner a hablar uno por uno, por partes, con todo el vecindario.
–Será
aparte, digo yo.
–Yo
me entiendo.
–Pues
perdone que no me levante para despedirle, Mertex Gorman. Ha sido un mirarle a
la cara y resolverme en mi asiento. Ea, vaya usted lejos. A ver si otro día le
entrevistamos cuando haga usted del abuelito de Heidi.
-Taluego.
Despedimos
la conexión. Sú chiquillo.
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