sábado, 1 de diciembre de 2007

PREMONICIÓN


Me preguntaba a menudo el porqué de ese sueño que me visitaba casi a diario, más insistentemente en los días aquellos en los que teníamos que compartir trabajo; esos días en los que tu presencia parecía aliviar mis tediosas horas de oficina.

Era un sueño del que despertaba agotada sin llegar a recordar qué provocaba ese cansancio, y donde me derramabas descarado el vaso de agua sobre el teclado.

Lo descubrí hace muy poco. Ahora, mi piel se eriza de sólo recordar el motivo por el cual ya no lo sueño, y por el que llevo desde la A hasta la Z, grabadas en mi trasero.

CRUZANDO CON ESPERANZA

Sobre la alfombra azul y recostada en el sofá ocre, era como le gustaba leer el periódico. Junto a ella su hijo Angel. Hacía unas semanas que habían celebrado su cumpleaños. Era un niño muy despierto, sociable, imaginativo. Era sin duda alguna, su mayor tesoro. Desde hacía ocho años, todo en su vida era distinto. Angel lo llenaba todo. No concebía su vida sin él.
Leía los titulares. Su hijo mientras tanto miraba los dibujos de su libro de ADAPTACION AL MEDIO. Le gustaba leer, tal vez porque desde pequeño ella le había leído historias de dragones, dinosaurios y todo eso que tanto le hacía fantasear.
Dejó a un lado el periódico y detuvo su mirada en las manos de su hijo. Eran pequeñas pero regordetas. Con agilidad pasaba una tras otra las hojas del libro. Ana sonrió. Junto a su mano derecha estaba el suplemento dominical. Comenzó a leer un artículo sobre Los Borgia. Se entusiasmó. Devoraba cada palabra, cada frase. Era sorprendente la vida de ellos.
“¿por qué muere un niño, mamá? . ¿Qué es la in-mi-gra-ci-ón?”, Preguntó el niño mientras con su dedo índice perfilaba un pequeño ataúd blanco que aparecía en una foto del periódico. Ana se sobrecogió. “¿Qué dices Angel?”, le preguntó mientras el niño no dejaba de mirar la foto. Perfilaba una y otra vez el pequeño ataúd blanco que sobre el cuadríl llevaba una joven negra de mirada pérdida. Ana se acercó al niño y juntos contemplaron la foto. No la recordaba, pero también ella se preguntó el porqué de todas aquellas muertes inútiles.
“Ven Angel, quiero contarte una historia”, le dijo Ana mientras el niño dejaba caer su cabeza sobre las piernas de su madre.
“La historia que voy a contarte es la de una pequeña gaviota llamada Aicha y de su cría Hope”.
Angel miraba fijamente a su madre. Ella comenzó a acariciarle el pelo y suavemente comenzó a contarle.

Érase una vez, una gaviota que vivía en una pequeña isla. Allí, hacía tiempo que el mar había comenzado a destruir los acantilados. Las aguas furiosas rompían en las rocas, y éstas poco a poco fueron vencidas. Aicha miraba desde el cielo la imagen de su hogar destruido. Y comenzó a sentir miedo, no por ella , sino por su cría Hope. Sabía que si el mar continuaba rompiendo con tal fuerza, llegaría un momento en que todo sería playa y no tendría donde anidar; donde potegerla Hope de las alimañas...
Continuó volando con sus alas muy extendidas. Mirando al mar enfurecido e intentando encontrar entre las olas algún pececillo que poder coger para alimentar a su cría.

. “¿Sabes por qué se llamaba Hope la cria?”, preguntó a su hijo mientras éste no dejaba de mirarla. ”No mamá, porqué”, respondió el chiquillo mientras se restregaba la naricilla. “Pues se llamaba Hope, porque esa palabra significa Esperanza. Y Aicha soñaba, esperaba, deseaba, poder darle a su cría un tranquilo y hermoso acantilado donde vivir”.

La pequeña gaviota, desde un saliente de la roca, veía a su madre como una y otra vez se zambullía en el mar y como una y otra vez salía sin ningún pez en el pico. Hope esperaba ansiosa. Quería comer. Tenía frío. Y su madre una y otra vez sobre el mar encrespado. Y una y otra vez sin nada que comer. Al fin, Aicha cansada ya de tanto intentarlo, voló hasta el saliente en el que estaba la pequeña gaviota. Picoteó el pequeño cuello. Y con un lenguaje secreto, madre e hija entendieron que debían de marchar. Debían cruzar el gran río y buscar en la otra orilla . Una junta la otra, emprendieron el gran vuelo alimentadas por la ilusión de un mar amable, de unas rocas seguras y de miles de pececitos que poder comer.
Día y noche, madre e hija surcaron los cielos y cruzaron el gran río. Sin embargo, cuando divisaban unas rocas seguras y miles de peces jugando en la orilla, la pequeña Hope sintió que no tenía fuerzas. Graznó bajito, tan bajito que su madre no la oyó. Comenzó a sentir cada vez más la espuma en sus patas. El gran río la llamaba y ella continuaba graznado, sin éxito. Cuando Aicha volvió para buscar a su cría, tan sólo encontró el cielo azul. Miró hacia las aguas, y sobre ellas descubrió el cuerpo blanco de Hope. Se lanzó sobre ella. La picoteó y en su lenguaje secreto le gritaba ”!mira Hope, mira!. Hemos cruzado el gran rio. Allí está nuestra roca. Vuela Hope, vuela!”. La pequeña cría continuaba inmóvil, y su madre miraba hacia la roca. La gran roca estaba allí, tan cerca... y sin embargo tan lejos. Aicha se dejó mecer por las aguas...
A la mañana siguiente, un pescador encontró junto a su barca una cría de gaviota y una gaviota adulta que picoteaba incansablemente las aguas azules. Y colorín colorado...

“!Que pena mamá!. ¿Eso fue lo que le pasó a este niño?. Su mamá quería una casa mejor para los dos?. ¿Eso es la in-mi-gra-ci-ón?”, preguntó el niño mientras se sentaba frente a su madre. “Sí Angel, eso es la inmigración. Buscar un lugar mejor para vivir”.

FALTA UNO

Sabía que la casa no estaba vacía.

El 17 salió apoyándose en el marco de la pared, con los ojos enrojecidos.

Algo después el 9, un tipo bajito, con mucho esfuerzo, pasó por la ventana al jardín, donde pudo volver a respirar.

El 14 salió arrastrándose, casi asfixiado.

Y el 2 fue sacado en camilla.

Pero no era el último: Según su lista, faltaba el 6.

Dorita Merton celebraba fiestas que empezaban y terminaban a la hora exacta que ella establecía. Ni un minuto más ni uno menos.

Numeraba los vasos, los bocadillos y a los invitados. Cuando decía “se acabó, fuera de aquí” lo decía en serio. 

Supo, según su lista, que el número 6 aún estaba dentro. Y el gas, si bien era tóxico según el prospecto, no era mortal: Lanzó otra granada.