miércoles, 21 de enero de 2009

ÚLTIMO INTENTO.

-Ya puedo ver bien otra vez, ¡no estoy ciego!, -gritó el abuelo Cosme.

-Demuéstrenoslo, -contestó el yerno, Cayetano, dueño del piso, doblando el periódico.

Don Cosme se agachó y, bajo la media luz del pasillo, recogió un imperdible del suelo junto a los pies de su hija, Nati, que preparaba la cena y no quería disgustos.

-¿Qué? ¿Eh? ¿qué? –preguntó el abuelo, triunfal.

Cayetano permaneció callado intentando recordar una película sobre la II Guerra Mundial.

Don Cosme hizo ver a su hija que tenía un zapato de cada color. Ahí dio un buen golpe.

-Vamos a tomar algo, para celebrarlo -dijo Cayetano.

-Sssi, una cervecita aquí al lado, -dijo Nati, loca de alegría por no tener que freír pescado de noche.

Tras tres pasos iguales, don Cosme abrió la puerta de la calle.

-¡La gran evasión, así se llamaba!, -se dijo Cayetano.

Antes de salir, don Cosme se arregló el pelo frente a la pared.

Cuando cerraban la puerta, el nieto preferido de don Cosme, Blasito, preguntó:

-Abuelo, ¿qué te parece el cuadro que he puesto al lado de la puerta en lugar del espejo?

A don Cosme no lo llevarían a Disneylandia. Por otro lado, Nati ya estaba en el portal y se libró de la fritanga.


Breve nota: En la película "La gran evasión", en un campo de concentración se organiza una huida en la que no puede estar uno de los presos por estar prácticamente ciego. En su desesperación,  "fabrica" pruebas de su excelente visión cogiendo un alfiler del suelo cuya distancia midió previamente. Después, para que la realidad sea palpable, otro recluso le pone una zancadilla, no la ve y tropieza, con lo que queda claro que entorpecería la misión incluirle. 

Es una escena que tengo grabada por su crudeza no exenta de grandeza, pues el recluso ha colaborado en la medida de sus fuerzas a que escape el mayor número posible de prisioneros.


AYER Y HOY.

Ayer, diecisiete de diciembre, cumplí treinta y nueve años de servicio como bedel del Instituto Gallarre. Durante la fiesta, tomé alguna copita de anís y me sentí en una nube. Hoy al despertar, según me informa un tipo calvo y sonriente, estoy de verdad en una nube.

Solicito una hoja de reclamaciones y la relleno en varios apartados, entre ellos el de la humedad reinante y la falta de orden y firmeza.

El funcionario que me la da, sonríe más aún y me suelta:

-¿Orden y firmeza? ¡Pero si al llegar esta madrugada a usted le pusieron de mote Puzzleman, hombre de Dios!

            Después me indica una pantalla gigante que muestra a los que estamos aquí el por qué de que estemos aquí. En ella, observo incrédulo a la señorita Estíbaliz, de Nóminas, corriendo ligera de ropa por el tejado tan resbaladizo. Y a mí detrás. Hago trizas la hoja, sin firmar, y me siento a esperar mi turno. Desde el banquito de enfrente, la señorita Estíbaliz me lanza una sonrisa.