Doña Avutarda Westfalia y
Poncepavo dejó de cuidar a los marqueses de Irún y Portafolio justo el día en
que Sanidad le juró por sus muertos que dichos marqueses olían como huelen los
cadáveres a los seis meses.
Ella abandonó la mansión
marquesa con sus apenas cien maletas en busca de, por fin, abrazar sus sueños:
ser espía o trabajar en el cine. O ambas cosas, mira tú qué coño, se dijo
sonriendo.
Entró por la puerta abierta de
los estudios Barbeloa, dejó las maletas en consigna y se fue directa al
despacho de Joanes Jan Jacques Barbeloa, nieto del fundador y jefe total.
-Yo le valgo tanto de actrizo
como de actora, oigausté, soy actuaria indiferible, o sea actualizo de todo.
-Ya, ya, muy bien –respondió
el magnate sin dejar de mojar una galleta en su vasito de vodka-. ¿Ha visto
usted la del silencio de los corderos?
-Sólo la he oído –reconoció
doña Avutarda-, y destaco sobre todo la famosa escena donde un vendedor de
periódico se rasca el culo, pasa un semáforo, y huye con el cambio de un
billete de a diez. Pura antología, rodada, seguro, con un mínimo de doce
cámaras rotativas, cenitales y encendidas. La escena de Pomas Avenue con la
cuarenta y siete, ¿a como que sí?, ¿ein?
-Pues empieza usted mañana,
así que, al menos, déjeme en paz hoy –dijo Barbeloa.
Debutó con papeles básicos, en
realidad impresos sin rellenar o envoltorios de chicle, que la gente le lanzaba
en sus interpretaciones cada vez más logradas. Y sin bolsa de plástico: a pelo.
Hizo de papelera vintage en «La muerte, este mes, va en cadillac», pero siempre
se recordará su trabajo como trituradora de documentos comprometidos en
«Bochornos Varios» y su secuela «Bochornos Varios 2», donde se traga, en tiempo
real, cuatro currículums vitae de aspirantes a chivato protegido. No tuvo que
hacer más que una toma.
Harta de ambientes de interior
y temiendo ser encasillada en papeles blancos, satinados y previsibles, decidió
aceptar trabajos más resbaladizos y ricos en matices. Se puso borde y su
carrera dio un giro de 180º. Fue nominada al ROSCA por su trabajo en tres
ocasiones. Su caracterización en «Al borde del abismo mismo», o el musical
«Todos a bordar» fueron los que la encumbraron, hasta que llegó «Méjico a
bordo, sin transbordo»; fue catapultada a la fama pero, destino cruel, al día
siguiente, tras una vida sin rumbo, ya era posible verla por las calles
vendiendo enciclopedias de taxidermia para pollos de granja, un asunto delicado
que la llevó al olvido. Hasta Barbeloa, antes de divorciarse de ella por
tercera vez, la recordaba con dificultad. Hoy, sus interpretaciones se ven como
películas de culto, aunque en garitos ocultos, como la Universidad de Pongolo o
el Parlamento español tras su decimoquinta votación.
Muchos estudiosos carajotes me
han preguntado sobre si doña Avutarda no debió dedicarse a ser espía. No se me
ha olvidado… bueno sí, lo que pasa es que me he levantado tarde. Mañana mismo,
u otro día sin falta, me pongo e imagino qué habría sido de nuestra leyenda si
se hubiera dedicado a llevar secretitos de un lado a otro.
O sea, continuará…