martes, 25 de diciembre de 2012

Grandes Óperas (1).


El cartero de Melilla.

Teatro Glodita. Plaza del Antal.
Hoy se representa El Cartero de Melilla, obra de carácter comunicativo en un solo acto reflejo de los vertiginosos tiempos actuales, en que los segundos pasan antes que los primeros. Autor libreto y música: Enviattore Miságero.
En el foso se puede ver al pianista y al piano. Nadie más de momento (vive ahí desde el 2003).
El director, Teodoiun Korte, fuerte como nadie, dirigirá la orquesta con una pértiga de dos metros y dieciséis kilogramos de peso. Y sin camiseta interior.
De pronto, una melodía de obertura sorprende a mucha gente bajando del autobús, en la acera de enfrente del teatro.
-No pasa nada, -dice Teodoiun sonriente-, se trata de una canción de mi chiquillo para el colegio. Mientras llega el resto del público, la ensayamos y así se acuesta temprano con la tarea de música hecha.
Se oyen varios pares de aplausos mientras se va llenando el teatro.
Entra el público de patio de butacas, buscando como locos al fotógrafo de la revista “Lecturas del Gas”, a ver si los sacan con el guapo y famoso Protestante Ronald O’Connor. Se sientan y reciben molestísimos impactos en el cuello provocados por granitos de arroz enviados desde palco, palco platea y paraíso, que para eso han ido.
Entran los músicos de viento y hacen unas dos mil flexiones para calentar las piernas. Se sientan y pasan los ilegales músicos de cuerda, bajo cuerda. El del tambor sale de una tarta de cumpleaños, ataviado sólo con un tanga negro que lleva en la oreja. Le han dado la dirección errónea. Llama y vienen a recogerlo. Se cruza con otro tamborilero bien vestido para la ocasión. Apenas cuarenta o cincuenta aplausos al de la tarta.
En cuatro décimas de segundo se apagan las luces, se sienta la gente, se pellizcan culos justo a tiempo, se abren los tapergüeres y empieza la obra.
Pícaro, el cartero que llevaba cartas de amores a las niñas guapas, recibe orden de usar el whatsapp en el reparto de tarde. La niña Paulina, llamada a convertirse en mujer en breve y representada por la mezzosoprano Berta Berna Tascabar, implora una promoción/oferta, o un período transitorio de Facebook, al menos. El cartero brinca, canta algo y sale erróneamente por delante del escenario, llegando a las manos con Bruce Norris, un violento violonchelista, que sin embargo le ayuda a subir de nuevo a base de rítmicas patadas en la espalda.
La acción, por su parte, en un frenético encuentro de cuerdas y locas entre vientos que recogen tempestades, indica que la niña se ha puesto puntillosa y hace valer sus puntos, de modo que sale por otra puerta distinta de la que ha entrado y recibe en plena cara el aria “Márcame e móbile, ma con il descuento includo”, cantada por su amor virtual, Tancredo, de mensajería inmediata, aquel que se devanaba por escribir bien papelitos con cosas como “te deseo amada niña, prehembra de tronío”, que ella arrugaba junto a su corazón, en el futuro inmediato a sustituir por “t amo X to2La2”, para ahorrar.
El mensaje es interceptado por el ruin Tintafolio, un mezquino vendedor de folios flexibles y sobres capaces de incluir papeles doblados hasta tres veces.
En la plaza, con centenares de señoras pidiendo desde los balcones que se callen, estalla el conflicto entre los tres.
-Irse dasquí, perque nos tenéis cansattas del mismo roglio serenatto nocturno, -dicen las matronas-.
-¡Cosi fan tutte los jóvenes!, -enuncia la más vieja arrancando doce aplausos para ella sola.
Los tres envían mensajes rápidos, antes del anochecer, que les cuestan el doble, según aparece en una pantalla gigante. El público se estremece y sonríe para sus adentros al recordar su elección de tarifa plana.
En el último y único acto, dos actores se enfrentan a la verdad: sin Tarifa no hay Línea, Concepción, hija de mi alma, le dice un hombre a una mujer. Y huyen lejos.
En este momento, donde el coro suelta el corolario, se recuerda que sin luz eléctrica somos unos meros homos selvaticus. El bombo realza el efecto de una pedrada en las farolas y el teatro queda a oscuras dos horas y cuarto para que se agarre bien el concepto. La mayoría de los presentes, en la oscuridad ardiente, consigue agarrar muy bien más de un concepto.
Se enciende la luz sin avisar, muchos encuentran su sitio y el escenario muestra una Tesis Piu Forte mediante un mensaje del coro en puro desgañite:
-Non usare il móbile al caprichi, coyonni, e salva la túa fáccile escritura. Non faccere el Chufla. Huye di la esclava ignorancia, capuglio.
Cae desde los balcones la mayoría de las mujeres gritonas, uniéndose a la gran fiesta de personas de la plaza, que no hablan en directo aunque están cerca. Pero pueden refregarse, o pegarse al menos.
Los protagonistas entonan un aria de raza no aria, sino mediterránea, plena de tirones de pelo y clavada de uñas.
Cae el telón pero se aprovecha, no se tira como en las óperas antiguas. Lo corrobora la parte coral “Rechiclare, ma non hablo del chicle, cosa porca. Sí vidrio y envase en generali. Contenedori amaretto, per favore”.
El público se enardece al creer ingenuamente que esto se ha terminado, pero falta por ver qué convenio se firma entre Tintafolio, Tancredo y la niña Paulina. Como no se ponen de acuerdo, llaman a gritos desesperados a Pícaro, que, sonriente y cantando lo que le da la gana, aparece desenterrando su antigua valija de llevar cartas escritas a mano, con tinta fresca, sobre papel blanco.
La mayoría no sabe ni firmar, pero pone el dedo.
Se oye al coro cantando cada vez más bajito, para irse, el Himno de la Pícola Letra In Contratti, más conocido como “Telaclaventéritta”.
Apoteosis.
Aplausos en cantidad y aviso del dueño del local:
-Desalojad y recogerme rápido, niños, que dentro de diez minutos hay un congreso de oftalmología posterior, o sea de Proctología. Vienen los mejores del mundo y hay que limpiar antes.